2/7/09

La Historia, hoy.

Ruggiero Romano1


Creo que es necesario hablar con absoluta claridad. Y por lo tanto, antes de hablar de historia quiero hablar del papel del historiador.
¿El historiador como operador social?¡Vamos, seamos serios! El historiador no es un operador social. El único intelectual que conozco que, en términos históricos, haya logrado ofrecer una contribución social –es decir, revolucionaria- es Lenin, con su gran obra El desarrollo del capitalismo en Rusia. Por lo demás, sólo hemos tenido ensayos pretenciosos ( el caso límite es André Gunder Frank) que no han aportado absolutamente nada.
El historiador debe aceptar su función por lo que ésta es: la de constituir la memoria de los hombres. ¿Pero qué memoria? Y aquí comienzan las dificultades mayores.
Definir que memoria significa definir la historia (el tipo de historia) que se practica. En efecto, es evidente que si me intereso por la historia sacra privilegiaré la memoria religiosa de mi
pueblo y de mi grupo cultural. Si insistiera en los aspectos diplomáticos del pasado de mi país, será otra la memoria que resultará particularmente privilegiada.
De modo que el gran debate sobre una historia nueva, a través de métodos nuevos, me parece igualmente estéril. Lo nuevo de una historiografía consiste en ampliar -cualquiera sea el método adoptado- el campo de la memoria humana.
Si estas premisas son, como creo, válidas, se puede ver mejor en que ha consistido la novedad de la historiografía de los últimos cincuenta años. Dicha novedad me parece bastante evidente: la penetración de la economía por la historia, una renovada sensibilidad por los problemas colectivos (desde la organización social hasta las creencias). Y valdrá la pena decir algunas palabras para precisar de qué modo esta operación se ha realizado.
La historia se ha dirigido a la economía, a la sociología, a la psicología y ha asimilado muchas de sus técnicas (y pocos de sus conceptos). De cualquier modo, los cambios han sido enormes y sus consecuencias se evidenciaron no solo a nivel de estudios particulares, monográficos, sino también en obras en conjunto (generales, como se las suele llamar).
En este sentido, puede afirmarse que la reciente historiografía ha permitido a un número importante de hombres adquirir conciencia sobre el hecho de que la memoria histórica no está constituida sólo por los hechos de los reyes y emperadores, generales y embajadores, sino precisamente por los hechos de los hombres, de todos los hombres.
La pregunta que inmediatamente se plantea es la siguiente: ¿En qué medida pagó la historia la deuda que había contraído con la economía, la estadística, la sociología, la psicología? Hablando francamente, me parece que los historiadores han quedado en deuda y que todavía no han restituido por completo lo que tomaron. Y esto por dos razones. Por una lado, intrínsicamente, no creo que economistas, estadísticos, sociólogos, psicólogos, hayan encontrado en la historia –aunque ésta fuera nueva- material útil para responder a sus preocupaciones; el material histórico que se ha ido acumulado –cualquiera sea su calidad historiográfica- no es, en los hechos, de naturaleza tal como para ser traducido en términos económicos, psicológicos. Sociológicos o de cualquier otro tipo ( y esto pese a algunas notables excepciones, como por ejemplo la relación Hamilton-Keynes).
Por otra parte, debe destacarse que sociólogos, economistas o psicólogos no han prestado mucha atención al discurso hecho por los historiadores (aunque también aquí hay excepciones, en primerísimo lugar, los geógrafos).
Pero en lugar de mantenerme en un plano general, preferiría entrar en un examen un poco más concreto estudiando aquellas relaciones que me parece puedan existir entre historiadores, economistas ( y sociólogos) en el difícil campo de los estudios sobre el desarrollo económico y social.
Creo que no existen dudas sobre el hecho que los historiadores han cambiado: ya no es solamente el pasado lo que se constituye el objeto esencial de su reflexión, sino también han cambiado y su atención, que antes estaba enfocada esencialmente en el tiempo corto, se orienta ahora con creciente interés en el tiempo largo.
De esta convergencia de dos movimientos –que deriva de otros motivos también- surge la posibilidad de una colaboración real y concreta.¿Cómo olvidar las aportaciones considerables de los historiadores al estudio de los precios, de las monedas o de los ciclos comerciales?¿Es necesario recordar, por ejemplo, la contribución de los trabajos de E.J. Hamilton a la construcción de la teoría keynesiana?. Evidentemente, el trabajo de los historiadores deseosos de “colaborar” con los economistas se resintió inevitablemente –para mejor o para peor- con las proposiciones del pensamiento económico, que eran esencialmente de orden cuantitativo. Así, se formaron series históricas de larga duración, con frecuencia excelentes, algunas veces discutibles, pero siempre útiles. En general, adolecieron de un defecto: construidas a partir de épocas más pretéritas que permitía el estado de conservación de los documentos de archivo, se detienen con bastante frecuencia hacia fines del siglo XVIII; su fusión con los datos que se pueden recoger de los anuarios estadísticos que comienzan a ser publicados a los largo del siglo XIX aparece siempre difícil, si no imposible.
Pero esas largas series construidas por los historiadores no tienen importancia únicamente para los economistas; los propios historiadores han extraído de ellas grandes beneficios, no sólo en el plano de la construcción histórica sino en el del método. Ha surgido un nuevo sentido crítico por el cual nosotros, los historiadores hemos aprendido que no hay nada más peligroso que la falta de homogeneidad, nada más ilusorio que el simple alineamiento de cifras alejadas del contexto político, social, económico, espiritual –en una palabra, humano- en el cual se han manifestado los fenómenos revelados por esas cifras.
La dudas metodológicas, las vacilaciones y preocupaciones han aumentado hasta el punto de hacernos dudar de la posibilidad real de construir series largas capaces de reflejar realidades concretas. Dudas superadas, evidentemente, ¿pero es realmente posible estudiar el comercio de la pimienta en el siglo XV y XVI en una ciudad dada sin considerar que entre los dos siglos han ocurrido cambios que han conmocionado no solamente el comercio de la pimienta, sino todas las corrientes comerciales? Es imposible presentar aquí la serie completa de estos problemas, que aparentemente es sólo tarea de nuestra corporación de historiadores. Digo aparentemente porque,¿es posible en realidad examinar la serie de la circulación de numerosos vehículos en una gran metrópoli entre el comienzo del siglo y nuestros días sin reflexionar que es esta misma metrópoli la que ha cambiado, o el número de aparatos de radio existentes en un país determinado? Está bien. Pero ¿qué es un aparato de radio? Porque hay una diferencia enorme entre aparatos eléctricos y aparatos transistorizados. En algunos países con una red de distribución eléctrica limitada e insuficiente, se puede decir que la radio comenzó a desempeñar un papel importante desde hace algunos años, con los aparatos transistorizados a pilas. Así lo demuestran, por otra parte, los cambios importantes en los programas radiofónicos de esos países, que bruscamente se han enfrentado con el problema de satisfacer a una nueva masa de radioescuchas. Así es como, en un problema que a primera vista parecía suficientemente compacto y condensado (cronológicamente, cualitativamente y en todo sentido), aparecen características muy particulares que llegan a diferenciarlo profundamente.
A decir verdad, no sé si los economistas han prestado la atención debida a estas preocupaciones. De todos modos, esto sólo ha tenido una importancia relativa hasta el momento en que los economistas centraron toda su atención en hechos esencialmente cuantitativos. Pero –y creo que aquí el problema se aplica también a la sociología-, desde el momento en que el tema esencial pasa a ser el del desarrollo, los economistas demandan a los historiadores que se unan a ellos en el terreno cualitativo (sin olvidar, evidentemente, los aspectos cuantitativos).
Hay que congratularse por ello, pues esto permite extraer una primera lección importante: no es posible fijar un canon estricto para la colaboración entre nuestras disciplinas; el tema particular de investigación de una de ellas pedirá, exigirá a la otra que se oriente en una determinada dirección.
Para una aproximación científica y realista a los problemas del desarrollo es, sin embargo, evidente que ya no se puede recurrir a los datos cuantitativos. Éstos pueden constituir un punto de partida muy útil, pero deben estar integrados por elementos de orden cualitativos para que sea posible arribar a conclusiones que tengan cierta validez.
Pero procedamos ordenadamente. Ante todo, hay que ver hasta que punto es aún posible aprovechar los materiales de orden cuantitativo acumulados por los historiadores durante las últimas décadas. Bastará con un ejemplo. Junto a la moda, que ha persistido hasta hoy, de hacer la historia de los precios y de los salarios, se ha afirmado la tendencia al estudio del costo de la vida; se ha estudiado el precio de la “canasta familiar” (con sus variaciones cualitativas) o la evolución de los presupuestos familiares, tan útiles para la evaluación del estandard de vida e , indirectamente, de la capilaridad social. Estos tipo de estudios no se han desarrollado suficientemente, pero ello no impide que se esté perfeccionando toda una compleja metodología según la cual no debería ser difícil reconvertir las adquisiciones hechas en el campo de la historia de los precios, de los salarios, de la moneda o de la historia demográfica en una serie larga de presupuestos familiares. Reconversiones de este tipo pueden ser realizadas fácilmente y con gran provecho.
Otro problema –este sí directo- que nos interesa es el de las fuerzas cualitativas que deben ser tomadas en cuenta. Se trata de un problema que interesa examinar bajo un doble aspecto, aún cuando en la realidad no aparece desdoblado. En efecto, es posible considerar que el aspecto cualitativo siempre está presente aún en las fuentes aparentemente más cargada de sentido cuantitativo. En primer lugar, ¿cuál es valor del aspecto cualitativo de las fuentes consideradas en si mismas?,¿qué confianza es posible tener en ellas? Y si se debe plantear un límite ¿cuál es la tasa posible de corrección que es preciso hacer para permitir un empleo correcto? La contribución que los historiadores pueden aportar en este dominio me parece exclusiva y en todo caso irremplazable. Solo los historiadores podrán determinar el grado de utilización de las fuentes, sobretodo de las del período de aproximadamente 1850 a 1920, con frecuencia llenas de errores; solo los historiadores podrán determinar el marco general dentro del cual las fuentes cuantificadas se aplican con precisión.
A ese primer aspecto del problema los historiadores podrán aportar no solo una suerte de conocimiento topográfico de los archivos, sino, sobre todo, su sentido crítico, su técnica del tratamiento de las fuentes, su capacidad de fijación del conjunto al cual la fuente se refiere.
Indicaba hace un momento que hay también otro aspecto en el problema de las fuentes cualitativas del desarrollo: aquellas que por su propia naturaleza revelan, además de aspectos cuantitativos, aspectos directamente cualitativos. Para entendernos, y a título de simple ejemplo, citaremos la evolución de la tasa de escolaridad de un país dado. Es evidente que esa tasa puede ser muy reveladora de las inversiones hechas por el Estado en infraestructura escolar, de las condiciones de las rutas y caminos a veces absolutamente determinantes de la asistencia escolar en el campo, de las condiciones económicas de los padres de los alumnos que son sustraídos de la producción del núcleo familiar para ser enviados a clase.
Hasta aquí, repito, estamos considerando aspectos estrictamente cuantitativos. Lo cual radica en el hecho de que el alumno de hoy será el lector de periódicos, tendrá una capacidad de comunicación escrita además de oral, será quizás un técnico , o un obrero especializado, o un maestro. Es evidentemente difícil cuantificar esas “consecuencias”, y el historiador puede aportar datos muy interesantes para aclararlas. Pero podemos decir que el problema cualitativo recién comienza. En efecto, conocer la proporción de liceos por habitante es seguramente muy interesante. Pero me parece que ese interés se vería singularmente aumentado si se estudiasen también los programas de enseñanza, los libros con los que se estudia en esos liceos, etc. Ciertos conceptos-base que constituyen el patrimonio casi exclusivo de las clases dirigentes, y que llegan luego a ser impuestos al conjunto de la población, se gestan en los bancos de la escuela. Este es u hecho. Y aquí el análisis cualitativo sólo puede ser tarea del historiador. La formación de la conciencia nacional, de la conciencia religiosa, de la conciencia de grupo está fundada en buena parte, para las clases dirigentes, en los manuales de los que se han servido en su más temprana edad. Y esta formación influirá, como ya lo sabemos muy bien, en la actitud que esta futura clase dirigente adoptará frente a los problemas económicos, sociales y políticos de su país. Y es aquí –y solamente aquí- que entramos verdaderamente en contacto con lo cualitativo.¿Cómo transformar lo cualitativo en cifras, en símbolos, para permitir su manejo a los economistas o a los sociólogos?
Un problema de este tipo de plantea, por ejemplo, a propósito de las relaciones entre literatura y sociedad.¿Cuáles son los criterios que permiten, por ejemplo, clasificar como historia, teología , filosofía o geografía a los libros del siglo XVII y XVIII?¿Qué criterios escoger?,¿criterios meramente externos, es decir aquello que es definido como el “asunto” del libro, o bien tendremos en cuenta el hecho de que para el hombre de esos dos siglos la frontera entre filosofía y teología era muy lábil? En este caso respetaremos una cierta sensibilidad del pasado. Pero, si por el contrario tuviéramos presente que hoy es la frontera entre historia y geografía la que se ha convertido en bastante sutil, haríamos deslizar las cosas hacia nuestra sensibilidad de hombres del siglo XX. Obsérvese bien que los tres procedimientos son más o menos correctos. Pero es verdad que ellos, de todos modos, conducen a distorsiones tales que es ilusorio esperar corregirlas y de la que se pide, al menos, que el historiador sea conciente. Del mismo modo, es necesario que el usufructuario del horizonte disciplinario tenga presente estas distorsiones.
He aquí un ejemplo particular, pero que presenta numerosas posibilidades de aplicación, y no solo para el problema de la enseñanza, con el que comenzamos esta discusión. Es evidente que el problema no cambia mucho si se trata de la prensa o de las elecciones. Contar el número de periódicos, es decir, la parte dedicada a ellos a la información interna o extranjera, calcular el abstencionismo o cuantificar los electores de la “derecha” o de “izquierda” puede ser seguramente útil. Pero no se captará la realidad hasta que no se sepa de qué izquierda o de qué derecha se habla, o si no se conoce el grado de independencia (política y económica) de la prensa. Todos estos aspectos, que se podrían llamar “cualitativos de lo cualitativo”, podrán ser revelados, estudiados o analizados solamente por los historiadores que, por su formación, están capacitados para este tipo de trabajo. Sería verdaderamente peligroso que nuestros colegas de las demás ciencias sociales se dedicaran simplemente a una suerte de autarquía intelectual de la que terminarían siendo sus primeras víctimas. De esos peligros reales hay uno que aparece ya de manera muy clara: el peligro de una cierta tendencia a las comparaciones. Los historiadores han hecho desde hace largo tiempo justicia a la historia comparativa, al menos a una cierta historia comparativa. Ahora bien, esta tendencia a la comparación que se presenta nuevamente en otras disciplinas en con seguridad peligrosa, pues tiende a comparar allí donde la comparación no es posible porque los fenómenos son estructuralmente diferentes.¿Cómo comparar elementos que reflejan situaciones que no son comparables? Actualmente los historiadores observan seriamente preocupados cómo sus colegas de otras disciplinas (incluidos los científicos sociales, y que se me excuse por esto) siguen esos caminos de la comparatividad, que en el campo histórico ya se revelaron como estériles. El problema verdadero no es el de encontrar similitudes o discordancias frecuentemente ilusorias, y que se encuentran o no según la buena voluntad del investigador interesado, sino el de captar los grandes rasgos evolutivos, las constantes, las contingencias en las grandes áreas. El método comparativo puede tener válidez en un estadio intermedio de la investigación, pero no puede, bajo ninguna condición, transformarse en objetivo último de la investigación.
Pido disculpas por haber tomado de manera polémica ciertos temas que resultan habitualmente muy agradables, pero para este rápido –demasiado rápido para mi gusto- esbozo de las condiciones posibles de una colaboración entre historiadores y sociólogos, me pareció importante indicar lo que creo que es la realidad de la situación. La franqueza es la condición esencial para que una corporación no gane en su lucha contra otra, sino para que todas ganen en el difícil combate del conocimiento del hombre por sí mismo.
Y a esta altura, podría considerar que mi tarea ha concluido. Pero en realidad no es así.
Hasta aquí aludí varias veces a las relaciones entre historia, por un lado y economía por el otro (y en el trasfondo también la psicología y la geografía).Y creo que es correcto limitarse a estas disciplinas si se desea examinar un período de tiempo casi secular. Pero debe señalarse también que en los últimos treinta años (grosso modo) la historia ha comenzado a moverse hacia otras disciplinas: la biología, la antropología, las matemáticas. Es claro que con un poco de buena voluntad se pueden hallar nexos con estas disciplinas ( en particular con las matemáticas) aún antes del período señalado. Pero no creo que se me pueda contradecir si afirmo que desde hace una treintena de años las relaciones entre la historia y estas disciplinas adquirieron un sentido verdaderamente nuevo: el de las relaciones lógicas (y no técnicas) y el de las relaciones de concepto (y no de métodos).
Creo que vale la pena seguir detallada y atentamente estas relaciones. Historia y antropología, por ejemplo. Quisiera referirme por un momento al área andina.
¿Qué es el mundo andino prehispano?.Hemos tenido respuestas puramente históricas y hemos conocido respuestas que hoy no se mantienen en pie ni siquiera con muletas, tales como socialismo inca, feudalismo inca, modo de producción asiático-inca. Y se ha debatido (sólo los zombies de la historiografía andina continúan haciéndolo) largamente sobre todo este (falso) problema. Y sólo porque gracias al trabajo inteligente y atento de John Murra pudo encontrarse una solución, se llegó a un perfecto equilibrio, el de la etnohistoria. Fue precisamente la etnohistoria –ese feliz matrimonio entre historia y antropología- la que permitió ver como el mundo andino prehispánico es esencialmente un mundo de reciprocidad y de redistribución.
Es cierto que la etnohistoria contiene en sí misma algunas limitaciones, limitaciones en el tiempo (es difícil imaginar la recurrencia a la etnohistoria para estudiar para estudiar, digamos , el mundo griego clásico), o limitaciones en el espacio (es igualmente poco pensable el uso de la etnohistoria para estudiar problemas del mundo campesino de la Europa occidental actual). Pero esto no impide que constituya un instrumento válido para la comprensión de toda una serie de fenómenos que a los ojos del historiador puro o del antropólogo puro son imperceptibles, o casi.
En pocas palabras, existe la posibilidad para la historia, asociada a nivel lógico con la antropología, de releer textos que parecían haber dado todo lo que podían dar, de reexaminar resultados de misiones sobre el terreno, de releer los hallazgos arqueológicos y alcanzar resultados analíticos y de síntesis totalmente nuevos.
Es claro que existen riesgos, como existen cada vez algo nuevo aparece en el horizonte; y una bandada de buitres revolotean para ver qué pueden recoger. En realidad, no recogerán nada; en el mejor de los casos harán historia del folklore, de las tradiciones populares, que se obstinarán en bautizar como etnohistoria. Al final perderán, pero es cierto, que entre tanto habrán creado una gran confusión.
El otro punto nuevo es el de las relaciones entre la historia y las matemáticas. Cierto es que todos los historiadores que se han ocupado de la historia cuantitativa tuvieron algo que compartir con las matemáticas, aunque sólo fuese a través de la estadística. Pero no me refiero aquí a esas matemáticas, y menos aún a ese uso de ellas. Me refiero en cambio a dos empleos distintos.
Ante todo, por orden de aparición, al problema de las matemáticas en la escuela de la “new economic history”. Yo no creo, hablando francamente, que la importancia de ésta última resida en el uso de calculadoras ni en los resultados por ellos obtenidos (y que son, no obstante, muy interesantes). Pienso, sobre todo, que la gran contribución de esta escuela consiste en el hecho de que ha introducido un elemento absolutamente nuevo: la “alternativa”.¿Cuál habría sido el curso de los acontecimientos si en lugar de adoptar una determinada solución la clase dirigente se hubiera decidido por otra, manteniendo constante el sistema general político, administrativo, económico y social?
La novedad, en este sentido y sólo en este sentido, de la “new economic history” me parece verdaderamente fundamental.
No menos importante me parece la aportación de la biología a la historia, particularmente a través de la emotipología. Es esta disciplina la que introduce una categoría documental nueva: el hombre. El hombre, cada hombre, es un documento de un pasado muy lejano a través del cual es posible reencontrar el linaje genético ancestral, la presión selectiva (ambiente), las migraciones.
Los resultados de esta relación interdisciplinaria ya se perciben para la prehistoria, pero también para la historia más reciente (por ejemplo, para el mundo andino). Pero lo grave es que la mayor parte de los esfuerzos en esta dirección es realizada más por biólogos que por historiadores. Y sin embargo, estos últimos deberían tener interés en penetrar en este ámbito de estudios, aunque solo fuese para hablar con mayor conocimiento de causa sobre obras importantes, tales como Sociobiology de Wilson, de la que se han desembarazado con demasiada facilidad.
En mi opinión, sin embargo, es más determinante aún todo aquello que la historia puede extraer de las nuevas matemáticas. Por ejemplo, ¿es un concepto local/global sólo matemático o es posible, a partir de él, realizar extrapolaciones? Procedamos por orden. El problema de base es el siguiente:¿en qué medida un sistema, cuyos componentes actúan solo en función de una información local, es capaz de lograr un desempeño global? Puramente matemático, el problema se abre a las ciencias del hombre. Así, por ejemplo, de este concepto se han derivado en estos últimos años los metalenguajes que han permitido replantear sobre nuevas bases algunos de los problemas dialécticos más críticos propuestos por la estructura lógico-semántico-sintáctica de las lenguas naturales. Y no solo esto, toda temática local/global, precisamente porque plantea en términos rigurosos el problema de la clasificación, puede conducir (¿ha conducido ya?, es difícil responder este interrogante) a una nueva organización –enciclopédica- del saber.
Pero de lo local/global se pasa a otro concepto que, desde el punto de vista historiográfico, puede ser absolutamente determinante. Me refiero al problema de las “catástrofes” .¡Pero una catástrofe (en el sentido de René Thom) es algo que debe interesar a los historiadores! De igual modo, los historiadores no pueden permanecer insensibles a otro concepto matemático como el de centro-decentrado. De aquí, del rechazo del examen de las estructuras centradas (un examen que hoy dura más de mil años), se pasa a las estructuras decentradas; solo de este modo podremos rechazar la idea de un conocer histórico ( y no sólo histórico) como algo arborescente para alcanzar visiones en las que conceptos tales como los de laberinto y de combinatorio asuman todos su peso, injustamente descuidado hasta hoy.
Permítaseme aquí abrir un paréntesis. Se habla mucho en estos últimos años de histoire nouvelle (nueva historia). Se publican libros, se realizan entrevistas, se lanzan programas y mensajes. Francamente, yo veo en todo esto muy poco de nuevo. Esos programas, en el mejor de las hipótesis, pueden dar lugar a la gran historia, pero no ya una historia nueva. Y me parece que sería mejor intentar –aunque logrando resultados modestos- una historia nueva que repetir la gran historia.
Cerrando este punto, se puede retornar a los que decíamos antes. No se trata, evidentemente, para el historiador de transformarse en un experto en todas estas materias. Se trata, en suma, de abandonar la interdisciplinariedad para alcanzar algo verdaderamente más global: la metadisciplinariedad.
Solo con esta condición los “productos” de los historiadores podrán ser útiles a los demás estudiosos. De otro modo, continuaremos manteniendo ilusorios intercambios de materiales con la falsa esperanza de que estos despojos rituales constituyan contribuciones, como se suele decir, a la “causa del pueblo”, a la “solución del problema del subdesarrollo”, a la “causa de la revolución”, al “mantenimiento del orden”, etc. Los historiadores quizás vuelvan a ser útiles el día que asuman su “inutilidad” social para sostener con fuerza su dignidad y utilidad intelectuales: la de contribuir a ampliar la memoria de los hombres.
Pero, para llegar a éstos será preciso abandonar las verdades reveladas y tener la modestia de entender que no hay ideología alguna que pueda explicar la historia del hombre, desde siempre y en todas partes. Y por lo tanto es necesario en cada momento –evitando anacronismos- construir el modelo requerido para resolver el problema que se desea resolver.


1 Ruggiero Romano es director de estudios de la École des hautes éstudes en sciences sociales, 54 Blvd., Raspail, 75270 París, Cedes 06. Entre otras, ha publicado las siguientes obras: Tra duo crisi: I´Italia del Rinacimiento, en 1971. Les mécanismes de la conquéte coloniele: les consquistadores, en 1972 y L´Europa tra due crisi (XIV e XVII secolo) en 1980.