La variedad de relatos sobre el pasado es tan amplia que hace imposible pensar en una historia única. Como no se trata de una ciencia sino de una disciplina, no hay leyes rígidas y eso permite que San Martín sea mostrado como el padre de la patria o como un agente inglés. ¿Cómo ha cambiado la función del historiador a lo largo del tiempo?
Las motivaciones actuales para convertirse en historiador pueden ser similares a las de otras épocas, pero la profesión en sí ha ido cambiando sin pausa a lo largo del tiempo. Desde la publicación hace más de dos siglos de Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, de Bartolomé Mitre, hasta la edición de las obras recientes, la transformación del mundo fue tan grande que sin duda modificó el modo en que el público recibe los conocimientos sobre historia. En principio, el crecimiento de la alfabetización y del nivel cultural general de la población hizo posible que muchas más personas se apropiaran de saberes que antes quedaban restringidos a un sector. En este sentido, en la era de la comunicación el libro dejó de ser el único soporte para la transmisión de la historia y comparte esa función con los medios audiovisuales. Paradójicamente, este cambio no alejó a la gente de la lectura sino que funcionó como una retroalimentación, sumando nuevos lectores.
Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, relaciona el resurgimiento del interés por la historia con las épocas de crisis e incertezas. “Pienso que tras el ciclo largo que ocupó finales del siglo anterior y los años de este, caracterizado por los movimientos internos del capitalismo que parecen no tener una solución superadora y tampoco permiten volver atrás, más la inestabilidad de los gobiernos y la agrietada y estrecha vida en las ciudades, resurge el interés por la historia con la idea de que contiene un saber aleccionador sobre los errores cometidos”, define.
LOS AUTORES DE LA HISTORIA ARGENTINA
Desde Mitre, de quien se dice que hizo la guerra, contó la crónica y escribió la historia, a la fecha ha corrido mucha tinta en textos sobre los principales sucesos del país. A su versión le siguió la primera revisión crítica con Adolfo Saldías y después apareció una historiografía liberal más profesional, encarnada entre otros por Ricardo Levene, con un revisionismo que coincidía en ciertos mecanismos dicotómicos con la metodología de la escuela liberal. Con una visión diferente sobre los personajes exaltados y los denostados, ambas planteaban una forma de historia elitista, de grandes biografías. Hacia 1935, la creación de Forja –integrada por Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Luis Dellepiane y Homero Manzi, entre otros– cambió el panorama con un revisionismo popular que fue continuado y profundizado por José María Rosa. La historiografía se enriqueció con la aparición de liberales de izquierda, como José Luis Romero y Tulio Halperin Donghi, y del revisionismo marxista en el que se destacó Milcíades Peña. Félix Luna, Norberto Galasso y Pacho O’Donnell forman parte de la siguiente generación. En la actualidad, se destaca la aparición de la desmitificación histórica de la mano de Felipe Pigna, y el profuso estudio de lo acontecido en los años 70 promovido por periodistas historiadores como Miguel Bonasso, Horacio Verbitsky, Martín Caparrós, María Seoane, Eduardo Anguita, Marcelo Larraquy y Roberto Caballero, entre tantos otros.
La profesión de historiador, al igual que otras, debe acompañar los cambios de época en relación con las distintas demandas y tiene que adoptar los adelantos técnicos que sean útiles para su ejercicio. De cualquier modo, se mantienen inalterables los aspectos profesionales que corresponden a la esencia, como el respeto por las fuentes documentales, la honestidad intelectual, la información sobre los temas a tratar y la particular interpretación de los hechos en la que interviene la cuestión de la imparcialidad, cualidad que hoy se considera no factible.
Con motivo del centenario del nacimiento de José Luis Romero se organizaron las Jornadas Internacionales que llevaron su nombre, por iniciativa de la Universidad Nacional de San Martín. La sede fue la Biblioteca Nacional que además sumó una exposición con objetos, libros y fotografías pertenecientes al historiador. Fue un ámbito propicio para que Caras y Caretas hablara con algunos de los más grandes pensadores de la materia sobre el rol del historiador y de la historia.
COMO EL DELTA DE UN RÍO
El interés en las sociedades y los hechos que acompañan su desarrollo puede manifestarse de distintos modos. La investigación y el estudio de la historia es uno, pero esa profesión muchas veces se abre hacia otros canales, como la práctica política o el ejercicio del periodismo.
“Las relaciones entre política e historia siempre son muy intensas, resulta difícil imaginárselas separadas en tanto que la política es la que organiza la agenda a la cual se dedican los historiadores”, señala Adrián Gorelik, doctor en Historia y profesor de la Universidad de Quilmes. Pero destaca que cuanto más profesional sea, más tratará el historiador de objetivar las relaciones que tiene con la política y colocarlas en un marco compatible. Otro aspecto a considerar es que la militancia política no ha tenido el mismo peso en todas las épocas. Halperin Donghi, doctor en Historia, pone el ejemplo de Romero para explicar que su relación con la política, en aquel momento, implicaba mucho menos que una religión ahora y no era algo que se tomara para toda la vida. “Si Romero nunca tuvo una carrera política fue porque en el momento en que la cosa se ponía más interesante, recordaba que lo que más lo apasionaba era la historia. De tal manera que tenía estos intervalos, que en otra época eran naturales y que en otros países no eran vistos como alternativas sino como complementos”, aclara. Con respecto a la influencia de su filosofía política en sus libros, asegura que se cuidaba de hacer partidismo: “Lo tenía muy presente y así como no tenía interés en decir nada en contra de sus copartidarios, tenía todavía menos disposición para hablar mal de sus enemigos políticos”.
Ramón Villares, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Santiago de Compostela, resalta la importancia de tener oficio: “Hay que saber de dónde se toman las fuentes, cómo se ha escrito tal libro, en qué contexto y por qué, además se debe tener capacidad interpretativa y una filosofía de base, más una cierta capacidad narrativa”.
Entre los historiadores hay consenso sobre la tendencia mundial hacia la memoria. Para Pigna esta corriente fue marcada hace al menos una década por Umberto Eco, que señalaba que la gente huía entre horrorizada y aburrida de este presente buscando sentidos, ideologías y paradigmas en el pasado. “Pero, en nuestro caso –afirma– recuperar la memoria tiene un sentido distinto, el de hacer justicia con mucha gente a la que le fue negada la de las leyes. En la Argentina es imprescindible y nuestra tarea es ayudar a que esa memoria no se pierda y se convierta en historia para hacerla perdurable, sistematizarla y que sea útil para las futuras generaciones.” Gorelik agrega que en su opinión ha surgido un género literario ligado a las propias memorias políticas, una nueva veta, documental y narrativa.
Entre tanto material escrito, ¿qué condiciones favorecen a un libro de historia para que se convierta en un clásico? “Tiene que ser sincero, no puede pretender engañar al lector, el tema debe ser atractivo, además tiene que ser entretenido y estar bien escrito”, revela Félix Luna. Pigna comparte el valor de la calidad de la escritura, pero agrega que es fundamental que haga un aporte al debate histórico y que intente salirse del molde.
Sol Peralta
Las motivaciones actuales para convertirse en historiador pueden ser similares a las de otras épocas, pero la profesión en sí ha ido cambiando sin pausa a lo largo del tiempo. Desde la publicación hace más de dos siglos de Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, de Bartolomé Mitre, hasta la edición de las obras recientes, la transformación del mundo fue tan grande que sin duda modificó el modo en que el público recibe los conocimientos sobre historia. En principio, el crecimiento de la alfabetización y del nivel cultural general de la población hizo posible que muchas más personas se apropiaran de saberes que antes quedaban restringidos a un sector. En este sentido, en la era de la comunicación el libro dejó de ser el único soporte para la transmisión de la historia y comparte esa función con los medios audiovisuales. Paradójicamente, este cambio no alejó a la gente de la lectura sino que funcionó como una retroalimentación, sumando nuevos lectores.
Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, relaciona el resurgimiento del interés por la historia con las épocas de crisis e incertezas. “Pienso que tras el ciclo largo que ocupó finales del siglo anterior y los años de este, caracterizado por los movimientos internos del capitalismo que parecen no tener una solución superadora y tampoco permiten volver atrás, más la inestabilidad de los gobiernos y la agrietada y estrecha vida en las ciudades, resurge el interés por la historia con la idea de que contiene un saber aleccionador sobre los errores cometidos”, define.
LOS AUTORES DE LA HISTORIA ARGENTINA
Desde Mitre, de quien se dice que hizo la guerra, contó la crónica y escribió la historia, a la fecha ha corrido mucha tinta en textos sobre los principales sucesos del país. A su versión le siguió la primera revisión crítica con Adolfo Saldías y después apareció una historiografía liberal más profesional, encarnada entre otros por Ricardo Levene, con un revisionismo que coincidía en ciertos mecanismos dicotómicos con la metodología de la escuela liberal. Con una visión diferente sobre los personajes exaltados y los denostados, ambas planteaban una forma de historia elitista, de grandes biografías. Hacia 1935, la creación de Forja –integrada por Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Luis Dellepiane y Homero Manzi, entre otros– cambió el panorama con un revisionismo popular que fue continuado y profundizado por José María Rosa. La historiografía se enriqueció con la aparición de liberales de izquierda, como José Luis Romero y Tulio Halperin Donghi, y del revisionismo marxista en el que se destacó Milcíades Peña. Félix Luna, Norberto Galasso y Pacho O’Donnell forman parte de la siguiente generación. En la actualidad, se destaca la aparición de la desmitificación histórica de la mano de Felipe Pigna, y el profuso estudio de lo acontecido en los años 70 promovido por periodistas historiadores como Miguel Bonasso, Horacio Verbitsky, Martín Caparrós, María Seoane, Eduardo Anguita, Marcelo Larraquy y Roberto Caballero, entre tantos otros.
La profesión de historiador, al igual que otras, debe acompañar los cambios de época en relación con las distintas demandas y tiene que adoptar los adelantos técnicos que sean útiles para su ejercicio. De cualquier modo, se mantienen inalterables los aspectos profesionales que corresponden a la esencia, como el respeto por las fuentes documentales, la honestidad intelectual, la información sobre los temas a tratar y la particular interpretación de los hechos en la que interviene la cuestión de la imparcialidad, cualidad que hoy se considera no factible.
Con motivo del centenario del nacimiento de José Luis Romero se organizaron las Jornadas Internacionales que llevaron su nombre, por iniciativa de la Universidad Nacional de San Martín. La sede fue la Biblioteca Nacional que además sumó una exposición con objetos, libros y fotografías pertenecientes al historiador. Fue un ámbito propicio para que Caras y Caretas hablara con algunos de los más grandes pensadores de la materia sobre el rol del historiador y de la historia.
COMO EL DELTA DE UN RÍO
El interés en las sociedades y los hechos que acompañan su desarrollo puede manifestarse de distintos modos. La investigación y el estudio de la historia es uno, pero esa profesión muchas veces se abre hacia otros canales, como la práctica política o el ejercicio del periodismo.
“Las relaciones entre política e historia siempre son muy intensas, resulta difícil imaginárselas separadas en tanto que la política es la que organiza la agenda a la cual se dedican los historiadores”, señala Adrián Gorelik, doctor en Historia y profesor de la Universidad de Quilmes. Pero destaca que cuanto más profesional sea, más tratará el historiador de objetivar las relaciones que tiene con la política y colocarlas en un marco compatible. Otro aspecto a considerar es que la militancia política no ha tenido el mismo peso en todas las épocas. Halperin Donghi, doctor en Historia, pone el ejemplo de Romero para explicar que su relación con la política, en aquel momento, implicaba mucho menos que una religión ahora y no era algo que se tomara para toda la vida. “Si Romero nunca tuvo una carrera política fue porque en el momento en que la cosa se ponía más interesante, recordaba que lo que más lo apasionaba era la historia. De tal manera que tenía estos intervalos, que en otra época eran naturales y que en otros países no eran vistos como alternativas sino como complementos”, aclara. Con respecto a la influencia de su filosofía política en sus libros, asegura que se cuidaba de hacer partidismo: “Lo tenía muy presente y así como no tenía interés en decir nada en contra de sus copartidarios, tenía todavía menos disposición para hablar mal de sus enemigos políticos”.
Ramón Villares, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Santiago de Compostela, resalta la importancia de tener oficio: “Hay que saber de dónde se toman las fuentes, cómo se ha escrito tal libro, en qué contexto y por qué, además se debe tener capacidad interpretativa y una filosofía de base, más una cierta capacidad narrativa”.
Entre los historiadores hay consenso sobre la tendencia mundial hacia la memoria. Para Pigna esta corriente fue marcada hace al menos una década por Umberto Eco, que señalaba que la gente huía entre horrorizada y aburrida de este presente buscando sentidos, ideologías y paradigmas en el pasado. “Pero, en nuestro caso –afirma– recuperar la memoria tiene un sentido distinto, el de hacer justicia con mucha gente a la que le fue negada la de las leyes. En la Argentina es imprescindible y nuestra tarea es ayudar a que esa memoria no se pierda y se convierta en historia para hacerla perdurable, sistematizarla y que sea útil para las futuras generaciones.” Gorelik agrega que en su opinión ha surgido un género literario ligado a las propias memorias políticas, una nueva veta, documental y narrativa.
Entre tanto material escrito, ¿qué condiciones favorecen a un libro de historia para que se convierta en un clásico? “Tiene que ser sincero, no puede pretender engañar al lector, el tema debe ser atractivo, además tiene que ser entretenido y estar bien escrito”, revela Félix Luna. Pigna comparte el valor de la calidad de la escritura, pero agrega que es fundamental que haga un aporte al debate histórico y que intente salirse del molde.
Sol Peralta