La historia y sus Historias
Sergio Ribeiro
La Historia de la historia es extensa y variada. La disciplina que se ocupa de la realidad histórica -brevemente llamada historia-, al presente tiene ya unos 2.500 años, y ha sido concebida y practicada de distintas maneras. En otras palabras la Historia, o sea el conocimiento de las sociedades humanas en el tiempo, data de muy antiguo y ha tenido diversas formas y expresiones. En realidad, es un caso particular del conocer en general. Si a esto le agregamos el conocimiento de sí mismo, la diversidad aumenta. La complejidad, también.
De la Grecia antigua a nuestros días han menudeado las posiciones sobre el qué, el cómo y hasta el porqué de esta actividad humana, tanto globalmente considerada como en sus distintas ramas, entre las que figura la Historia. Por añadidura, las subdisciplinas implicadas resultan de una fragmentación artificial del objeto conocimiento, el cual, si bien admite tales divisiones a título metodológico, es intrínsecamente unitario. Más aun, el laboreo de cada una de estas parcelas ha dado diferentes productos -plausibles, aceptables y/o aceptados- que no es posible ignorar. No queda más remedio, pues, que andar con tiento e ir por partes, siempre y cuando no se pierda de vista el paisaje.
MODOS Y SUBMODOS DEL CONOCIMIENTO
Nuestra opción nos lleva a distinguir dos grandes modos del conocer y su producto: el común y el especializado. Al primero lo vemos con más de función que de tarea -sin mayor elaboración ni esfuerzo-, y se lo puede distinguir por valerse de instrumentos objetivos como la percepción, relativamente objetivos como el llamado sentido común y decididamente subjetivos, como el llamado pensamiento mágico. Si bien se maneja con datos, sus afirmaciones no tiene bases objetivas ni son pasibles de prueba. En consecuencia, no es confiable.
El segundo modo es trabajo, y como tal requiere (mucho) esfuerzo. Emplea también la percepción, la intuición y el sentido común, pero es sistemático. Contrariamente al modo común, el especializado desestima la "aprehensión falsa o juicio de algo que no hay en realidad o no tiene fundamento", no discurre "sin concierto ni propósito fijo y determinado" y no "atribuye vida anímica y poderes a los objetos de la naturaleza". (Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, Espasa, España, 22ª ed., 2001). El modo especializado del conocer también hace uso de la imaginación, pero en el marco de sus controles. Estos le permiten fundar sus suposiciones y contrastar sus conclusiones. Le posibilitan, asimismo, adecuarse a las singularidades de sus distintos objetos, generando submodos gnósicos. Por lo tanto, es confiable. De todos modos, no es infalible.
En cierta manera, el modo común evocaría el conocimiento que Baruch Spinoza (1632-1677) llamó imaginación u opinión, refiriendo el cotidiano intercambio de pareceres, nutrido por las vagas y desordenadas ideas del rumor y la experiencia incierta, aceptadas indiscriminadamente y en su significación aparente, es decir, sin preocuparse por su adecuación de sentido. El modo especializado, por su parte, solo podría rememorar -de la gnoseología del herético holandés- el conocimiento fundado que proveen las ciencias comunes, según las llamó el mismo Spinoza. Dichas ciencias organizaban sus datos en términos de ideas adecuadas, es decir, de ideas que, al ser reconstrucciones mentales de objetos físicos, se correspondían con su objeto. Por esta razón, nuestro judío sefardita las consideró verdaderas.
René Descartes (1596-1649) pasó la mayor parte de su vida creativa en la República de Holanda, al amparo de la libertad de pensamiento que se disfrutó allí luego del levantamiento victorioso contra España. El peso intelectual del filósofo y científico francés es ampliamente reconocido, así como el de Thomas. Hobbes (1588-1679), cuya obra fue definida por Jean Touchard, en su "Historia de las ides políticas, como "una lucha contra los fantasmas, un esfuerzo por reducir a las potencias invisibles... una brillante manifestación de ateísmo político". Como ellos, Spinoza sostuvo que toda materia es gobernada por leyes. No obstante, a diferencia del filósofo político inglés, sostuvo que la realidad del alma es de la misma naturaleza que la de la materia.
En cuanto a Descartes, Spinoza cuestionó sus dos "realidades últimas" -pensamiento y extensión-, afirmando que solo existe una sustancia, la Naturaleza. Y al considerar que esta es necesaria, es decir, que no es causada por nada anterior a ella, la equiparó con Dios, pero con su dios. Porque respecto del Dios hebreo y cristiano, negó su providencialidad, puso en duda su incorporeidad y afirmó que su amor no es afectivo sino intelectual. Negó también la existencia de los ángeles, la inmortalidad del alma y la autoridad de Moisés. Defendió el gobierno laico, el imperio del Derecho y la libertad de opinión. Tales fueron las razones del gobierno protestante de Amsterdam para anatematizarlo y deportarlo. Pero, además, Spinoza demostró que aquellas realidades cartesianas -lo mental y lo físico- son "uno y lo mismo, expresado de dos maneras", o sea que mente y cuerpo solo difieren conceptualmente. Su conocido aserto "la mente humana es la mera idea o conocimiento del cuerpo humano", suele ser considerado hoy día como antecedente de la novísima neurobiología del conocimiento. Con hombres como estos, el secularismo y el raciocinio de la modernidad ganaban terreno sobre el oscurantismo medieval, aunque el determinismo de la legalidad científica de Spinoza y su panteísmo cuasi absoluto fuesen vestigios del pensamiento religioso. Baruch o Benedicto de Spinoza murió de una afección pulmonar complicada por la inhalación de polvo de vidrio de las lentes que pulía en sus experimentos ópticos.
Como es sabido, ni objeto ni sujeto, en ninguna forma de conocimiento, son estáticos o absolutos, de donde tampoco lo son su operativa y el producto de ella. Tienen, pues, historicidad. En los submodos del conocer especializado, esa historicidad se ha manifestado de diversas maneras. No porque sí han cambiado en número, denominación y clasificación, según condiciones de tiempo y lugar. Los más antiguos son la matemática, la filosofía y la Historia (Grecia, siglos VI y V a.C.). Los hoy conocidos como ciencias naturales proceden del largo siglo XVI-XVII europeo. Y los tenidos por ciencias sociales datan de la segunda mitad del s.XIX, asimismo europeo, sin olvidar que Ibn Jaldún (1322-1406) era árabe tunecino. En cuanto a las novedades gnoseológicas actuales, tan vinculadas a la "globalización", a la interdisciplinariedad y al retorno de ciertos "brujos", provienen del s.XX europeo y norteamericano.
El primero en hablar de "ciencias sociales" habría sido Jeremy Bentham (1748-1832). Por otra parte, este amigo y contertulio de los economistas David Ricardo, Thomas Malthus y James Mill fue -al mismo tiempo que filósofo- jurista y teórico de la política y acuñó el principio de utilidad, materia prima primordial del demoliberalismo de los reformistas sociales europeos y los progresistas norteamericanos del s.XIX, a veces tildados de "radicales" por sus propios contemporáneos. Se recordará, asimismo, que fundadores del pensamiento político y social moderno como Rousseau, Voltaire, Montesquieu, eran conocidos en su tiempo como "les philosophes".
En tiempos de Adam Smith (1723-90), lo que hoy llamamos Economía se denominaba Economía Política, y formaba parte de una disciplina denominada Filosofía moral, que el "padre de la Economía moderna" enseñó en la Universidad de Glasgow entre 1752 y 1764. Es de señalar también que, al mismo título, este representante del Iluminismo escocés dictaba conferencias sobre Derecho y diseñaba políticas de Estado a sueldo de la corona británica. A su famosa mano invisible del mercado, que desarrolló a partir de una idea de Locke, la expuso en su Teoría de los sentimientos morales, de 1759
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LA ESPECULACION CONTROLADA
El conocimiento especializado -al que pertenece la Historia- es pues pensamiento sistemático autocontrolado y, por lo mismo, autocorregible. Entre sus instrumentos destacan las suposiciones, que pueden tener o no tener fundamento objetivo suficiente. Este se encuentra en el saber adquirido y en los datos empíricos que revela la investigación a medida que progresa. Si logran dicho fundamento, tales suposiciones se convierten en hipótesis. De lo contrario, son descartadas. En el devenir de la investigación, las hipótesis se agrupan según afinidades y forman conjuntos. Los conjuntos, por su parte, se organizan paulatinamente en un modo sistémico hasta convertirse en teorías. Y las teorías que pasan con éxito las pruebas de contrastación con el conocimiento adquirido, con los datos que las fundaron y con los que sobrevienen durante la investigación, producen verdades. Estas verdades, parciales y acumulativas, son a su vez los sillares de la explicación.
Todo conocimiento aspira a realizarse en explicaciones, las cuales constituyen la "última" operación del dispositivo probatorio de los submodos cognitivos típicos. Tales explicaciones, por su parte, intervienen en la formación de nuevas hipótesis, en tránsito a nuevas verdades parciales. Estas verdades son pasibles de acoplarse y reacoplarse entre sí, como partes de un rompecabezas no determinado ni inmutable.
El proceso implícito en aquellas fundaciones y comprobaciones múltiples no es simple, mecánico ni lineal. Por el contrario, las variables que maneja obran en complejas y ramificadas continuidades de corta, mediana y larga duración. Tales complejidades, por su parte, se relacionan genéticamente con diversos factores de producción de cosas, hechos y cambios, entre los que destacan la causa, la interacción y el azar. El procedimiento se sujeta a reglas, que no son fijas ni determinantes. Son guías. útiles, además.
El proceder de la realidad es arborescente, no lineal. Se trata del devenir de múltiples elementos profusamente interactuantes. Su conocimiento también es complejo. Y arduo, además. Sobre todo, el conocimiento del conocer. Una cosa nunca es una sola cosa ni se explica por una sola cosa. Pero este cúmulo de dificultades no ha de terminar en la muerte de nada ni nadie. No (re)caigamos en la trampa del ser dependiente del conocer. Los fracasos y los éxitos relativos, ocurridos y a ocurrir en este campo, no han de hacernos reincidir en pecado de antropocentrismo. Admitir -y asumir- que la simplicidad es un mito, puede resultar un buen poste indicador. Otro: tampoco la infalibilidad es de este mundo.
La causa es una acción, es decir, un efector unidireccional (causa Æ efecto). Las relaciones interactivas le son ajenas. Por lo mismo, es poco frecuente. En cuanto a la cadena causal (causa Æ efecto Æ causa...), no es probable. Al menos como la concibió el empirismo tradicional. Esta concepción del devenir en linealidad mecanicista produjo una gnoseología que confunde causación con causalismo, e intentan manejar el universo como las hermanas de Cenicienta con sus pies y el zapatito de cristal. Al suponer multiplicidad de elementos profusamente interactivos, el proceder de la realidad no solo descarta la simplicidad sino que nos impone la arborescencia.
Es así que al efector causa se agrega el efector interacción, el cual asume las relaciones recíprocas o (re)productivas. Estas, por su parte, pueden ser bidireccionales o multidireccionales. De tal manera, dan cuenta de la complejidad de las cosas, los hechos y sus cambios y, sobre todo, de la modalidad ramificada de su devenir.
Conjuntamente con la causa y la interacción actúa también el azar. Esta clase de efector concierne a la imprevisibilidad natural de la complejidad y la arborescencia. No se trata de lo (totalmente) nuevo, que existe pero es raro. Tampoco de lo imprevisto, sino de lo que no es previsible. Por lo que sabemos sobre la mutación, podría ser un caso particular de este fenómeno.
Las visiones simplistas del conocer especializado y sus productos -contrarias o simplemente ajenas a la expuesta-, han afectado seriamente el estatuto epistemológico de la Historia. Veremos más adelante cómo este submodo gnoseológico -primero con el revólver del cientificismo decimonónico en la espalda- y luego con el puñal del irracionalismo de la segunda mitad del s.XX al pecho, alcanzó de todos modos, aunque malherido, el umbral del s.XXI, para empezar a subir sus peladaños con vigor y entereza.
UN SUBMODO EMBLEMATIZADO
A cierta altura de su historia, el submodo científico del conocer especializado fue tenido por emblemático y aun por paradigmático. Según esta apreciación, todo conocimiento que aspirase a ser aceptado y respetado universalmente, debía provenir de la ciencia. Contrario sensu, todo conocimiento que no tuviera tal origen carecía de rigor y certeza.
Claro que esta concepción resultó del papel protagónico desempeñado por la ciencia en la Revolución Industrial, la "modernización" y aun la gestación del concepto mismo de "civilización occidental". La racionalidad moderna -efecto y efector de la progresiva secularización del pensamiento europeo, el ascenso paulatino de la burguesía y el desarrollo gradual y conjunto del capitalismo, sistema social en complejo devenir, procedente de la Baja Edad Media- supo ser ahistórica y no dejó de responder, en alguna medida, a cierta religiosidad residual, o meramente natural, que va erigiendo altares a nuevos dioses; dioses laicos, es verdad, pero igualmente absolutos y atemporales. Lo cierto es que nació "una nueva religión de la ciencia, la productividad y el progreso", según lo expresa Guy Alchon (Managerialism, en R. Wightman Fox; James T. Kloppenberg, eds., A Companion to American Thought, Blackwell, 1998, p. 427). Desde el s.XVIII, y particularmente durante el s.XIX y gran parte del s.XX, aquellos hechos fueron despojados de su historicidad, al ser vistos como continuos irreversibles.
En realidad, esta conocida concepción cientificista no se gestó tanto en la práctica científica como en ámbitos intelectuales e ideológicos, y caló profundamente en el imaginario popular. Porque es indudable que, si los productores de ciencia hubieran aplicado en su trabajo cotidiano el mentado absolutismo de la verdad científica, la rigidez cuasi autoritaria de su legalidad, la certeza indiscutible de su observación ("directa"), la necesidad de su predicción y la infalibilidad de su explicación, no tendríamos el (imponente) desarrollo científico y tecnológico que hoy disfrutamos y/o padecemos.
Entre las varias ramas de esta ciencia excesivamente intelectualizada y con mucho de acientífica, la denominada física obró cual piedra de toque. Y de sus especializaciones, la mecánica llegó a ser honrada, particularmente desde la publicación de los Principia, de Newton (1687), como el paradigma de la ciencia y el modelo a seguir por todas sus ramas. Tal deificación se explica por el papel que jugó la física -y de ella, sobre todo, la mecánica- en la concreción práctica del vuelco mental dieciochesco que generó -entre otras cosas que denominamos genéricamente Revolución Industrial- al empresario contemporáneo. Hablamos de aquel "hombre nuevo" que corría tras la aplicación (y explotación) de los avances teóricos del s.XVII, afirmado en los excedentes de capital acumulados desde la Revolución Comercial de la Edad Media (el "largo s.XIII", de Spufford), y respaldado por el gran desarrollo habido, a partir de entonces, en el sector servicios (bancos de préstamos, depósitos y transferencias; cheques y otros medios de pago; seguros de diverso tipo; compañías por acciones; legislación comercial especializada; vías y transportes marítimos, terrestres y de cabotaje; correos; educación formal e informal a diferentes niveles, pública y privada; editoriales de libros y periódicos; etc.). (Peter Spufford, Power and Profit, The Merchant in Medieval Europe, Thames & Hudson, Londres, 2002.)
"Una nueva aprehensión científica de la naturaleza precedió a la industria mecanizada y, lo que es más importante, la asistió en su desarrollo. [...] En todas partes el nuevo saber surgió en las matrices de otros sistemas de conocimiento, en universos mentales que también manejaban información teológica, filosófica, social y política, artística y etnográfica. [...] En 1700 el conocimiento científico podía ofrecer un saber uniforme y universal sobre la naturaleza, ampliamente asequible, porque se publicaba en idiomas accesibles a todo euroamericano instruido. [...] Además, precisamente en el momento en que estas extraordinarias herramientas conceptuales accedieron al "mercado", este se había expandido notablemente. A partir de mediados del s.XVII, en la medida que los europeos comerciaban, exploraban, conquistaban o esclavizaban en nuevos sitios a/con nuevos pueblos, su universo mental se hacía más complejo. [...] A las mismas elites que consumían ciencia, el comercio también les proporcionó cantidades de capital sin precedentes, al tiempo que estimuló la ciencia aplicada, la cual, a su vez, promovió la invención. [...] James Watt, que inventó la máquina a vapor moderna, incorporó a su taller sus hábitos religiosos de trabajo disciplinado y sus motivaciones lucrativas. [...] Aportó también sus conocimientos mecánicos y matemáticos y su habilidad manual a alrededor de dos años de intensa actividad dedicada a modificar una vieja máquina y así construir, luego, una nueva. Sin embargo, una vez construida, la máquina lo cambió, a él y a su familia. [...] El lado comercial de la máquina convirtió a Watt en un inquieto capitalista. Y también en un caballero de la ciencia que escribía, hablaba, vestía y vivía de manera diferente a la del joven que encontramos en sus cartas de los años 1750. [...] Más tarde, cuando se la aplicó a la industrialización del algodón, la máquina cambió los hábitos de trabajo, la disciplina, el salario, la vida familiar, el esparcimiento y las expectativas -el universo cultural- de mujeres y hombres. [...] Dos figuras inesperadas surgen como fascinantes y centrales: el empresario y el ingeniero, los dos personajes claves del desarrollo de la industria mecanizada en el s.XVIII. [...] Newton no debe haber pensado en tales términos de aplicación.[...] empresarios e ingenieros estaban poseídos de cacumen científico práctico y del ansia de obtener beneficios de las ventajas que se les presentaban. [...] por lo menos a mediados del s.XVII, la ciencia británica se embebió de una ideología que alentaba la prosperidad material. (Margaret C. Jacob, Scientific Culture and the Making of the Industrial West, Oxford University Press, 1997, págs. 1-4 )
Sus productos son variados y admiten distintas clasificaciones y denominaciones, de las que descartamos las rotulaciones procedentes del cientificismo de otro siglo largo, XIX-XX. De hecho -es decir, en la práctica de sus cultores- este submodo ha tenido una metodología global que permite atribuirle una estrategia propia (tampoco desde siempre, sino a partir del siglo XIV, si tomamos como referentes al ya citado Jaldún, a un Copérnico (1473-1543) o a un Maquiavelo (1469-1527); a los Bacon (siglos XV y XVI), a un Bruno (c.1548-1600) y a un Servet (1511-1553); a un Galileo (1564-1642), a un Boyle (1627-1691) y a un Newton (1642-1727), o sea a los fundadores de la ciencia moderna, incluidas las sociales, claro está).
Dicha estrategia o metodología global ha permitido, a su vez, introducir el concepto de ciencia unida (Unified Science) por parte del empirismo moderno o contemporáneo, en el segundo tercio del s.XX. Este concepto parte de comprobar que, si bien los compartimentos históricos del respectivo conocimiento carecen de los necesarios correlatos empíricos -ya que la realidad que constituye su objeto global se presenta indivisa-, la misma admite, de todos modos, cierta parcelación. Ahora bien. Dicha parcelación es meramente operativa, por su origen y sus fines, y la impone la condición de la mente humana, incapaz de aprehender in totum, en un único acto cognitivo, aunque sea secuencial, los objetos que se propone comprender. De ahí la necesidad -y la posibilidad- de considerar diversos objetos donde y cuando hay solo uno, en correspondencia con aquellas parcelas. De ahí, asimismo, la legitimidad de las ciencias particulares, determinadas por los objetos parciales y operadas mediante adaptaciones del método general, o sea tácticas.
DOS SUBMODOS ATIPICOS
Como vimos, los submodos típicos del conocer especializado producen reconstrucciones conceptuales de la realidad. El submodo llamado filosofía no tiene este compromiso. Le basta con una construcción. La confiabilidad de sus instrumentos de producción y la validez de su producto no dependen, pues, de la contrastación. Sus controles son otros. La validación de sus suposiciones pasa por operaciones internas, y la verificación de sus explicaciones se alcanza a través de una adecuación de sentido que no exige prueba empírica, si bien tiene (muy) en cuenta la factualidad. En otras palabras: la filosofía no se desentiende de la realidad cotidiana, sea esta individual o social, material o espiritual. Muy por el contrario: con la condición de hacerlo razonada y razonablemente, reflexiona sobre el mundo.
El submodo conocido como matemática posee aun mejores títulos que la filosofía para constituir su propio género. En efecto, si bien a su manera, la filosofía tiene por objeto la realidad. La matemática, no. Sus verdades no son producto de aproximaciones explicativas a la realidad -empíricas o no-, sino de operaciones lógicas basadas en premisas propias, es decir, en proposiciones a priori que se formula a sí misma. En otras palabras, sus asertos carecen de referentes ónticos, de manera que los mecanismos probatorios de contrastación le son ajenos.
¿LAS ATIPICIDADES SE SUPERAN?
Se recordará que el equipo de Piaget concluyó -entre muchas otras cosas, claro está- que la idea de número se obtiene, de niño, a partir de la unicidad o multiplicidad de objetos reales. (Jean Piaget, dir., Logique et connaisance scientifique, Gallimard, París, 1967) Tampoco se olvidarán los aportes de Noam Chomsky sobre el origen y los mecanismos del lenguaje (años 1970). Estos investigadores trataban ya de establecer el proceder mental de la producción de ideas y su posterior coordinación en pensamiento propiamente dicho, o sea las bases materiales -bióticas, al caso- de entidades ideales como las premisas matemáticas. Eran los primeros contactos interdisciplinarios entre epistemología, neurología, psiquiatría, psicología, lógica y gnoseología.
Hoy se suman otros intentos. Uno de ellos ha desembocado en la autodenominada filosofía de la mente, sensible a los notorios avances en el conocimiento de la estructura fina de la materia -de las neuronas y demás células nerviosas en particular- y de la fisiología del sistema nervioso central de los humanos. Esta philosophy of mind -ya que se la cultiva sobre todo en el mundo anglosajón- se muestra atenta también a lo que suele llamarse cientifización de la psicología, la teoría del conocimiento, la metafísica y la filosofía en general. Incluso se preocupa a veces -y aun se alarma- por la situación de la moral en todo esto, priorizando entonces las investigaciones éticas. De cualquier manera, la eventual aceptación del conocimiento como producto de la fisiología de los homínidos no bastaría a alterar la naturaleza ideal del submodo (lógico) matemático y la reflexividad razonable del submodo filosófico.
La filosofía de la mente sería algo así como una contribución al "pensamiento del pensamiento", según resume uno de sus críticos, Douglas R. Hofstadter, de la New York Review of Books. En Brainstorms, Philosophical Essays on Mind and Psychology (Bradford Books, 1978, y Penguin Group, 1997), Daniel C. Dennett analiza "la relación existente entre nuestra visión de nosotros mismos como agentes responsables, libres y racionales, y la visión de nosotros mismos como piezas complejas del mundo físico de la ciencia". Steven Pinker, por su parte, desarrolla "la idea de que la mente humana carece de toda estructura inmanente y puede ser inscripta en la voluntad por la sociedad o por nosotros mismos" (The Blank Slate, The Modern Denial of Human Nature, Viking Penguin y Penguin Press, 2002, p.20). Para Antonio Damasio, "el cerebro está más profundamente implicado en nuestra fisiología que cualquier otro órgano. En efecto -prosigue este neurobiólogo- monitorea constantemente los procesos somáticos, restaurando en silencio los ritmos y equilibrios que se alteran y, como último recurso, alertando a la mente consciente de daños graves o peligros repentinos. Aceptada esta verdad -concluye Damasio- podemos liberarnos de siglos de ceñudo filosofar del tipo producido por Kant (‘con algo de rama seca’) y el insigne Descartes, y las rígidas divisiones de ambos entre mente y cuerpo, razón y emoción e incluso trabajo mental y trabajo manual." (Looking for Spinoza: Joy, Sorrow and the Feeling Brain, Heinemann, 2003.) Jonathan Rée, por su parte, opina al respecto: "Descartes bien pudo compartir el sueño de los neurólogos, según el cual algún día la ciencia alcanzará un estadio en que cada idea de la mente podrá ser apareada con un proceso particular del cerebro, pero él sabía que este logro no contribuiría en nada a distinguir las buenas ideas de las malas". Y concluye: "Las señas que distinguen la lucidez de la confusión no aparecerán en ningún registro cerebral". (Exit Cogito, London Review of Books, vol. 26, nº2, p.22.)
HISTORIA, SUBMODO TIPICO DEL CONOCER ESPECIALIZADO
El compromiso de la Historia es con una reconstrucción conceptual de las sociedades humanas en el tiempo, o sea con la parcela de lo real que llamamos brevemente historia. Su objeto es pues empírico. En cierta medida, sus procedimientos también lo son. Los mismos -falibles pero confiables- operan a partir del conocimiento adquirido y de los (nuevos) datos, reflexiones y suposiciones que la investigación genera, sugiere y/o permite imaginar. De tal manera, la reconstrucción histórica implica un sinfín de viajes de ida y vuelta entre el sujeto y el objeto, es decir, de interacciones reproductivas o dialécticas entre uno y otro, sin que ninguno pierda autonomía ni identidad en el proceso. Esta suerte de tránsito en dos sentidos supone estaciones de partida, de llegada e intermedias -azarosas, por lo demás- en una vía previsible y previsoria pero no determinada. Se trata, en definitiva, de una aprensión de la peripecia humana -colectiva e individual- en lo que llamamos tiempo. Claro que la aceptación del cambio como un continuo relacional de este tipo, obligaría a reconocer dificultades tales como la de obtener un conocimiento-reconstrucción de la realidad "sin provocar su muerte en el intento". En efecto, "¿cómo obtener una instantánea de la contradicción?". (Terry Eagleton, Pork Chops and Pineapples, London Review of Books, vol.25, nº20, octubre 23 de 2003, p.18.)
Considerados estos caracteres en el marco de nuestra opción teorética, el quehacer histórico se presenta como uno de los submodos típicos del conocer especializado. A juzgar por su producto, también. El grado de conciencia del empleo de tales entidades epistemológicas por parte de los historiadores es variable. También este rasgo sería común a los demás submodos. Lo cierto es que los representantes de todos ellos a menudo son renuentes a detenerse en la investigación de su propio trabajo.
La historiografía posmoderna justificaría una consideración aparte, desde que, al sostener cierta irracionalidad, le es posible postular la emergencia de acontecimientos inopinados que relativizan los procesos históricos -en particular las "continuidades genético-causales hegeliano-marxianas", según expresión del historiador argentino Ricardo Falcón-, pudiendo llegar a afirmar la inexistencia de los hechos históricos, más allá del lenguaje que los comunica.
"La denominada posmodernidad se asienta sobre el agotamiento de las ideas de ‘razón’ y ‘progreso’, ideas fuerza que dominaron la visión del mundo de la modernidad. [...] En la segunda mitad del siglo XX, el arte se ha resignificado, la novela ha muerto y las humanidades han decapitado las certezas teóricas sobre las que se habían afianzado durante un siglo de desarrollo científico." (Cristina Godoy, nota bibliográfica sobre Keith Jenkins (ed.), The Postmodern History Reader, Estudios Sociales, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe (Arg.), nº17, 1999, págs. 197-202.)
"La liviandad de la posmodernidad se compendia en una frase: falta de compromiso. [...] Sin restarle mérito al laborioso crecimiento de la disciplina [histórica], esta secularmente ha sentido culpa a la hora de asumir definiciones epistemológicas que no está presta a responder. [...] Porque, habiendo perdido identidad, de madre nutricia de las ciencias sociales se ha convertido en la cenicienta, de fin de siglo, que no acierta qué zapato calzar." (C. Godoy, Imago blochiana fin de siglo, Ciencias Sociales, etc., nº14, 1998, págs. 173-97.)
"El mundo de la pos-Guerra Fría [...] fue la era del "fin de". Se hizo elegante mandar el pasado al basural de la historia -ideología, izquierda, derecha, socialismo, capitalismo, imperialismo (irremediablemente pasado de moda), etc., etc.-, en tanto el futuro aparecía como una cornucopia de posibilidades. En un mundo sin limitaciones, liberado al fin de la fuerza de gravedad, todo parecía factible: los años 1990 dieron nacimiento a la Tercera Vía del utopismo tecnológico y a la mayor burbuja especulativa de la historia, la globalización neutral y desinteresada." (Martin Jacques, The Interregnum, London Review of Books, vol.26, nº3, 5 de febrero de 2004, p.8.)
HISTORIA Y NARRATIVA
Que las llamadas ciencias sociales se expresen preferentemente mediante la narrativa, y no así -o no tanto- otras ramas del conocimiento especial, es contingente. Ha de convenirse, al menos, que así como el nombre no hace a la cosa, tampoco la forma determina el contenido. Menos, aún, el origen y el procedimiento constructivo de este último. Asimismo, puede darse por consensuado que, cuando no utiliza la poesía para alcanzar la intersubjetividad -su intersubjetividad-, la literatura emplea naturalmente la narrativa. Es más, la literatura pasa por ser la titular de esta forma de la comunicabilidad. Ahora bien. Como forma o modo de expresión y trasmisión del pensamiento, la narrativa literaria es arte, actividad humana sujeta, por definición, a valores que le son propios, y que llamamos estéticos. Más aún, no parece necesario llegar al esteticismo extremo de la poesía dadá para convenir que, siendo arte, la narrativa literaria respeta tales valores por encima de los contenidos, la forma por sobre el tema. Cierto es que dichos contenidos -de manera directa o indirecta, explícita o implícitamente- manejan datos, pero su propósito no es construir ni reconstruir la realidad objetiva, ni siquiera en la novela histórica. Tales datos son vehículos de opinión, de admonición, de docencia, de un "mensaje", y en tal carácter los procesa la imaginación del escritor. Con belleza, además. Por otra parte, a la vez que imagina –y en la medida que imagina-, el escritor apela a la imaginación del lector, entablándose entre ambos cierto diálogo –naturalmente virtual- que prioriza pareceres, emociones, sentimientos.
La finalidad específica de las llamadas ciencias sociales, en cambio, no es trasmitir ni despertar emociones y sentimientos. La de las denominadas naturales, tampoco. En ellas, los papeles protagónicos pertenecen a la explicación y sus procedimientos probatorios, desde que sus objetivos no responden a necesidades de extraversión, regodeo o lucubración, sino de representación fidedigna de la realidad, material y no material, en sus diversos y variados sectores. De ahí también que, cuando emplean la narrativa a fin de alcanzar la comunicabilidad a la que aspiran, la misma apela a enunciados legaliformes. Estos son de diverso tipo -en cualquiera de las ramas del saber consideradas-, pero pretenden constituirse siempre en formulaciones -de mayor o menor extensión, sin que esta ni su forma sean decisivas- de las generalidades que van extrayendo de los múltiples datos particulares que procesan en sus procedimientos probatorios. Esto no significa que el acceso a los valores estéticos les esté vedado, sino que estos les son contingentes. Necesidad tienen, en cambio, de pulcritud idiomática, pues su propia naturaleza les exige evitar la ambigüedad y el equívoco. Cuando se logra llenar este requisito con belleza, mejor que mejor. Pensemos, si no, en los esplendores narrativos alcanzados en piezas historiográficas como Vigilar y castigar, de Michel Foucault; The Lunar Men, de Jenny Uglow; o la ya citada Scientific Culture and the Making of the Industrial West, de la norteamericana Margaret Jacob.
"POR SUS OBRAS LOS CONOCEREIS."
Los productores de Historia han intentado siempre conocer la historia. Dicho de otra manera: el objeto de los historiadores es la realidad histórica. La generalidad/vaguedad de este aserto disminuye sensiblemente si se acepta que tal objeto de conocimiento ha sido concebido siempre como el quehacer de los humanos en su devenir. Ya Heródoto declaraba que escribía sus historias para "que no llegue a desvanecerse con el tiempo la memoria de los hechos públicos de los hombres", en tanto Marc Bloch, más de mil años después, afirmaría que la Historia es la "ciencia de los hombres en el tiempo". Y aún se puede precisar: en ambos casos, el objetivo central no estaba tanto en los individuos como en el género humano -es decir, en el hombre social descubierto por Aristóteles-, ya fuere por aquello de los "hechos públicos de los hombres" o por "los hombres en el tiempo".
Este conocimiento del conocer histórico por resultados, o sea a través de sus propias obras, se vuelve (mucho) más complejo al dejar el qué y pasar al cómo. De todos modos, parece claro que los historiadores han empleado siempre la percepción, la intuición y el sentido común, si bien no sólo estas herramientas. En efecto, no prescinden de la imaginación ni de la reflexión, que tampoco practican arbitrariamente. Su objetivo -aunque no siempre explícito y a menudo preconsciente- es la obtención de explicación(es), mas no a partir de entidades trascendentes y/o meros supuestos, sino de los datos que los restos materiales y no materiales del pasado -es decir, las fuentes-, contienen. Munido de estos datos -y respaldado por las verdades parciales y acumulativas del conocimiento adquirido- el historiador ordena, clasifica y selecciona las piezas de conocimiento, viejas y nuevas, de que dispone. Como se comprende, la cuota de discernimiento que aportan la intuición y el sentido común está siempre presente, desde el comienzo, junto a la imaginación y la reflexión. Auxiliado por ese élan y esta cogitación, el historiador induce/deduce preguntas y suposiciones tan creativas cuan fundadas. Finalmente, mediante la progresión de los mecanismos probatorios de la contrastación, tales hipótesis conducen -o no- a nuevas explicaciones y verdades parciales que se incorporan -o no- a las teorías iniciales, haciéndolas (cada vez) más explicativas.
"En cuanto a los acontecimientos que precedieron inmediatamente la fundación de Roma, o que se han adelantado, incluso, a la idea de su fundación; a esas tradiciones embellecidas por leyendas poéticas antes que fundadas en documentos auténticos, no tengo la intención de avalarlas ni desmentirlas. Se concede a los antiguos la licencia de mezclar lo maravilloso con las acciones humanas [...]. Lo que es necesario estudiar, en mi opinión, con todo el ardor y la atención de que uno sea capaz, es la vida y las costumbres de otros tiempos, los grandes hombres y la política, interior y exterior, que crearon y engrandecieron el imperio. [...] Lo que la historia brinda de saludable y fecundo son sobre todo los ejemplos instructivos de toda clase que se descubren a la luz de la obra [...]." (Tito Livio, Historia romana, libro I, Prefacio. Texto latino establecido por Jean Bayet y traducido al francés por Gastón Baillet. Edición bilingüe. Société d’Édition "Les Belles Lettres", París, 1954, págs. 2-4. Traducción al español del autor.)