25/5/09

Historia y objetividad

Daniel Loustaunau
Hasta hace unos setenta años, quizás menos, hubiese sido relativamente sencillo dar una respuesta a la pregunta sobre la objetividad en el conocimiento histórico. Entonces todavía reinaban las concepciones positivistas de la Historia. Hoy el problema es bastante más complejo y amerita, según creo, un desarrollo más explícito.
Hacia los fines de los años veinte Marc Bloch y Lucien Fèbre buscaban nuevos caminos metodológicos, acompaño lo que ha observado bien Barraclough, en el sentido de que habría que esperar a la década de 1950, en plena posguerra, para que el aporte de los historiadores franceses se difundiera y tuviera una aceptación mucho más amplia. (1)

Para corroborar esto sería interesante recurrir a ejemplos de la propia historiografía uruguaya; es precisamente desde fines de los años 50 que comienzan a advertirse cambios metodológicos de importancia, según observa Ángel Rama. (2)
A mediados del siglo XIX, en Alemania, en torno a la figura de Von Ranke se inaugura la escuela científica de la Historia. Era el reflejo y el deseo de hacer con la Historia lo mismo que con las ciencias naturales, dado el espectacular desarrollo que estas últimas estaban experimentando. De Leopold Von Ranke se llegó a decir que fue lo más próximo al ideal del historiador objetivo. Esta creencia en la objetividad del conocimiento histórico se prolongó, triunfal e indiscutidamente, hasta las primeras décadas del siglo XX.
Habremos de considerar aquí los preceptos de la escuela positivista, pero antes de entrar en ello es necesario considerar las causas que hicieron posible su gestación.
ARSENAL PARA EL QUEHACER LITERARIO
En primer lugar, la ya señalada: hacer de la Historia lo más cercano posible a las ciencias naturales. La idea de progreso indefinido, la seguridad de llegar a aprehender lo más ocultos secretos de la naturaleza y de la vida, creencia por lo demás generalizada en todos los ámbitos de la época, es inherente al siglo XIX.
Señalaría con énfasis una segunda causa más específica, más particular de nuestra disciplina: la total "falta de respeto" que existía por la verdad histórica. En realidad, la Historia era concebida solo como un tema para polemizar en política o en religión, o bien era abordada por literatos y poetas como fuente de inspiración con finalidades estéticoliterarias. Así, la Historia era un mero arsenal que proporcionaba las armas para el quehacer literario. Remontémonos a Voltaire, quien, digno representante del pensamiento antitradicionalista de la Ilustración, concebía a la Historia como una fábula convenida. Sus ataques a la religión y a la Iglesia católica los hacía extensivos a la Edad Media, por haber sido la época del predominio eclesiástico, y de sus juicios provienen las ideas de "oscurantismo" y de "atraso".
Con todo, a pesar de ello, mucho aportó Voltaire a la historia de la cultura, porque fue un precursor de la historia de las costumbres de los pueblos, y también porque obligó a exigir un pensamiento cada vez más racional y crítico.
ZORRILLA DE SAN MARTÍN Y EL LIRISMO HISTORICO.
A pesar del pensamiento racionalista y ahistórico de la Ilustración, sus mismos ataques a la tradición determinaron exigencias mucho más críticas en el análisis de las fuentes, lo que posteriormente se tornó en beneficio historiográfico.
Para escapar a la tendencia omnicomprensiva del racionalismo, en la búsqueda del pasado como refugio adviene la generación del Romanticismo a la Historia, con repercusiones historiográficas posteriores sumamente intensas.
También Michelet consideró a la Historia plena de lirismo, de sentimentalismo y de emoción, y lo mismo podría decirse de Thierry, según quien el poeta se confunde con el historiador.
Obsérvese que solo consideramos a los más altos exponentes de esas tendencias —que en definitiva aportaron a la historiografía— pero es dable lo que significarían tales concepciones trasladadas a escritores de menor jerarquía y ante situaciones concretas.
Un buen representante criollo de estas tendencias lo fue nuestro Zorrilla de San Martín, "el poeta de la patria", que se ocupó de temas históricos; cuando se le demostraba fehacientemente ciertas actitudes de personajes que él había sublimado a la categoría de héroes, respondía que "habría preferido no haberse enterado". (3)
Pero no es una crítica a Zorrilla de San Martín; en honor a la verdad, era lo común en los intelectuales de su época —al menos por estos lares— sublimar la realidad histórica con arreglo a fines, diríamos, extrahistóricos. En este caso, la consolidación de las jóvenes nacionalidades del siglo XIX y la finalidad poética transcurren conjuntamente.
Capítulo aparte merecerían las "leyendas negras" — que por cierto no son exclusivas de la historiografía rioplatense: baste pensar en la leyenda negra que de la colonización española hicieron los ingleses. Pero sí cabe reconocer que el Río de la Plata en el siglo XIX, fue "rico" en tal género, en la medida que las virulencias políticas hacían recurrir a los juicios "históricos" como un arma política más. Primero, porque debían afirmarse las noveles nacionalidades y en segundo lugar porque quienes escribían esas historias eran en su inmensa mayoría sus propios protagonistas políticos, o escritores con veleidades poéticas sin rigor histórico alguno.
LA HISTORIA GENÉTICA
Sin embargo, los historiadores románticos europeos, por oposición al pensamiento antihistórico de la Ilustración, rehabilitaron el pasado y la necesidad de su estudio como forma de entender el presente.
Johan Von Herder, un filósofo de la historia, exaltó expresamente a la Edad Media, en oposición a Voltaire, como una etapa más de la historia, digna de ser estudiada, en función de que todo lo que ocurre en la historia está relacionado y deben entenderse los sucesos históricos desde su génesis; de ahí la historiagenética, en que el presente es concebido como un pasado activo que concurre y contribuye a su génesis.
Esta concepción está unida al avance que se venía produciendo en el terreno de la producción erudita, donde la crítica filológica, aplicada a los documentos históricos, se venía realizando en forma cada vez más exigente y perfeccionada. Propio del pensamiento de Herder es también la idea de que cada historia particular es el resultado del alma colectiva o del espíritu de cada pueblo, contraponiéndose, así, nuevamente, al universalismo de la Ilustración y estimulando las luchas en favor de la unificación del estado alemán.
De acuerdo con estas teorías de Herder, los historiadores románticos y nacionalistas buscaron en el común pasado germánico las bases de su identidad nacional, y si bien reconocíase la importancia de la historia, quedaba esta limitada a una finalidad utilitaria o pragmática: terminar con la fragmentación política de Alemania.
La historiografía del romanticismo alemán se difundió por el resto de Europa y pronto vertebraría con la irrupción de la corriente filosófica dominante del siglo: el positivismo de Compte.
El positivismo referido a la historia fue el intento de dotarla de un método "objetivo", capaz de elevar a la Historia a la categoría de "ciencia".
La conjunción de ambas corrientes, la romántica y la positivista, por cierto no se produjo en toda Europa al mismo tiempo, ni con igual intensidad.
En Alemania, por las condiciones políticas ya señaladas, se dio fuertemente y es allí donde surgirán historiadores que, ademáss de ser nacionalistas, predicarán el objetivismo y la neutralidad como fines de la ciencia histórica.
EL MÉTODO HISTÓRICO FILOLÓGICO
Creemos que la "seguridad" con que el positivismo abordó la labor historiográfica estaba sustentada por los logros de la erudición. En efecto, partiendo del Renacimiento, el paulatino perfeccionamiento en los procedimientos de la crítica documental, mediante el método históricofilológico, se acelera en los siglos XVII, XVIII y XIX.
En tal sentido debe mencionarse como dos hitos al francés Mabillon (siglo XVII), que analizó la autenticidad o falsedad de los documentos medievales, y a Nieburhr, que a comienzos del siglo XIX hizo lo mismo con la documentación utilizada por Tito Livio, mediante el estudio filológico de las fuentes.
Von Ranke recogió la tradición de erudición de Nieburhr y agregó que la finalidad de la historia es descubrir el pasado tal como fue. Dice textualmente que la tarea del historiador es "exponer cómo ocurrieron, en realidad, las cosas". (4)
Esta escuela de historiadores alemanes, que proclamaban la objetividad y la neutralidad, pero a su vez hacían profesión de fe nacionalista, constituirán la Monumenta Germania Histórica. (5)
La versión francesa del positivismo histórico la constituye Fustel de Coulanges, que llegó a afirmar: "no soy yo quien habla, sino la historia que habla a través de mí". Langlois y Seignobos, por su parte, dirán: "la historia se hace con documentos... porque nada sustituye a los documentos. Donde no hay documentos no hay historia". (7)
Ahora bien; parece claro que el positivismo surge como reacción contra el romanticismo exacerbado. Es una reacción —además— contra toda afirmación fácil o simplista.
Es también, una reacción contra el racionalismo sin límites, contra la mera especulación filosófica sobre temas históricos sin bases ciertas. Tuvo la virtud —a mi criterio gran virtud— de desbrozar el camino del historiador, de decirle al literato o al poeta que no; que historia es otra cosa. Y ante la política proclaman la neutralidad, sin emitir juicios. Y esto es muy importante. Antes el político iba a la historia con juicios ya preestablecidos. Ahora, por lo menos en el plano de los principios, la historia "toma distancia" de la política.
Podemos preguntarnos: ¿cuáles serán los postulados fundamentales del historiador positivista? Bauer considera que la exigencia de objetividad es una de las conquistas mayores de la ciencia histórica. Y la objetividad del historiador consiste en eliminar cuanto sea posible, de su consideración, todos los elementos subjetivos. (8) ¿Cómo es posible alcanzar tal fin?
En síntesis, para la historiografía positivista el historiador lograba la objetividad mediante: a) la imparcialidad —no tomando partido y no formulando juicios; b) el relativismo: no estableciendo valores absolutos; c) el respeto por las fuentes, no haciendo afirmaciones que luego no pudieran demostrarse documentalmente. Como decía al principio, si partiese de esta concepción bastaría para responder a la interrogante sobre "la objetividad ineludible del historiador".
Pero —como también se dijo al comienzo— el problema es en realidad mucho más complejo.
LOS NEOIDEALISTAS
De tal complejidad no se puede dejar de mencionarse la crítica que, proveniente del neoidealismo y del llamado "presentismo" —ambos estrechamente relacionados—, hicieron de la historia positivista.
Lo cierto es que el peso de la tradición kantiana, que sostenía la separación de Naturaleza e Historia, no permitía aceptar resignadamente las proposiciones positivistas. Varios pensadores —de la filosofía— comienzan a preocuparse por los presupuestos téoricometodológicos de la historia. Citaré fundamentalmente a Rickert y Dilthey.
Rickert establece una división entre ciencia natural y ciencia cultural. La fundamental diferencia entre ambas ciencias está dada por la presencia de los valores: en tanto las ciencias naturales estudian generalidades que les permiten formular leyes como forma de acceder al conocimiento de la realidad, la historia se ocupa de los sucesos individuales, particulares e irrepetibles, cuya significación y organización solo es posible mediante la existencia de valores.
Por su parte, Dilthey observa que el historiador positivista, en su pretensión de reconstruir el pasado, recoge testimonios y documentos sobre ese pasado que, por sí solos no lo reconstruyen. Por lo tanto, lo que hace el historiador, para Dilthey, es, revivir en su mente las situaciones que las produjeron y ello es posible porque se trata de un hombre que estudia sucesos humanos y por eso está en condiciones de comprenderlos.
Por lo tanto, la posibilidad de revivir el pasado queda a expensas de la mente del historiador, acentuándose el carácter psicológico y subjetivo del conocimiento y derrumbando la "objetividad" del positivismo. Es evidente que el neoidealismo condiciona estrechamente la realidad con la manera en que el hombre la interpreta.
No pasó mucho tiempo y en los primeros años del siglo XX hizo su aparición una "segunda oleada" de neoidealistas, formada por Croce y Collingwood.
Pero hasta entonces —primera década del siglo XX— estaba vigente, como se dijo al principio, el pleno reinado del positivismo, lo que equivale a decir el reinado de los hechos. Al menos a mediados de los años veinte la historia oficial todavía era positivista.
La crítica neoidealista todavía no había derrumbado el viejo tronco positivista que gozaba aún de buena salud.
El sentido del humor británico de Edward Carr lo lleva a decir "que era todavía la edad de la inocencia y los historiadores se paseaban por el Jardín del Edén sin un retazo de filosofía con que cubrirse, desnudos y sin avergonzarse ante el dios de la Historia". (9)
Pero los acontecimientos del siglo XX comenzaban a ser bastante diferentes de como los había imaginado el optimismo de la burguesía decimonónica. La idea de progreso indefinido de la humanidad, tan grata al positivismo, parecía derrumbarse ante la Gran Guerra de 1914; el capitalismo, como sistema económico que había crecido en avasallante expansión desde fines de la Edad Media, tenía a partir de 1917 un adversario en la revolución rusa, que amenazaba con ser tan internacional como el capitalismo; el quiebre de la bolsa de Nueva York en 1929 pareció el comienzo del fin.
En el campo del pensamiento científico, el psicoanálisis de Freud cuestionaba la fe racionalista tradicional de Occidente y la teoría de la relatividad de Einstein sustituía a la física de Newton. Entonces los hechos ya no parecían ser tan seguros y se buscarían en el campo del pensamiento —y del pensamiento histórico, en este caso— nuevas teorías y filosofías que disminuyeran la importancia asignada a los puros hechos.
CROCE Y LA NEGACIÓN DE LA OBJETIVIDAD
Es así que, en las primeras décadas del siglo XX, el italiano Benedetto Croce recoge la herencia idealista de Dilthey y de Rickert en un momento mucho más propicio para su difusión; afirmará que la tarea fundamental del historiador no es establecer los hechos sino, en primer término, valorarlos.
Para Croce toda la historia es historia contemporánea, en cuanto a que son los problemas presentes del historiador lo que este proyecta hacia el pasado. Así queda establecido el llamado "presentismo". De forma tal que niega la objetividad del historiador puesto que el historiador está condicionado socialmente por su presente; el historiador, siempre tendrá un espíritu partidista.
La relación cognoscitiva sujetoobjeto nunca es pasiva sino activa, a causa del sujeto cognoscente. El filósofo e historiador inglés Collingwood, influido por Croce, va aún más lejos; la historia será una recreación en la mente del historiador; su objeto no es un mero objeto fuera de la mente del historiador. Por ello, para Collingwood toda la historia es historia del pensamiento y la historia será la reproducción en la mente del historiador del pensamiento cuya historia explica.
El problema que entonces quedaba planteado era sumamente complejo, pues si se excluía la posibilidad del conocimiento objetivo por parte del historiador no solo se derrumbaba el "realismo ingenuo" de Von Ranke sino también —lo que era más grave— la posibilidad de la historia como ciencia. Esto conducía a un subjetivismo total, casi un "solipsismo", camino del escepticismo.
De acuerdo con esta teoría, en las antípodas del positivismo, los hechos no valen nada; lo que sí es válido es la interpretación que se produce en el cerebro del historia, dor.
Se plantean así dos tesis sobre la historia, aparentemente inconciliables: o la primacía del hecho, del cual el historiador sería un mero portavoz, o bien que la historia sería una creación del historiador.
La primera se sustenta en el pasado, y la segunda en el presente. ¿Son estas posiciones tan irreductiblemente insalvables? ¿Deberemos alinearnos en el bando objetivista o en el subjetivista? H.I. Marrou llega a una inteligente síntesis de este intrincado problema. Respecto de la posición tradicional positivista (que la historia se hace con documentos), Marrou advierte que "la Historia empieza a ponerse en marcha no porque existan documentos, sino por el paso originario, que es la cuestión planteada". (10)
Es evidente que el quien hace el planteo previo es el historiador. En efecto, debe existir quien le pregunte a los documentos, quien les dé coherencia, y ése es el historiador.
Es decir, el mero documento ¿qué nos dice?
Existe el parte militar —por ejemplo— que Posadas remitió a Elío luego de la batalla de Las Piedras. Número de hombres, de bajas, movimientos de avance y de retroceso, horas de duración del fuego, etc. Es un documento ¿pero qué nos dice en sí mismo?
Para la significatividad y el valor que ese acontecimiento bélico tuvo para la historia nacional, es demasiado obvio que es muy poca la información que nos aporta. El aporte del documento a la historia está en estrecha relación con el historiador que la estudia. Se trata la forma de encarar el pasado que conciente o inconcientemente adopta el historiador en lo que hace a la elección misma del tema, su delimitación, hipótesis que plantea, conceptos a que acude, sistemas de interpretación y valores que les atribuye. En relación —también— con la capacidad del historiador, cultura general, rigor que aplica.
Es en tal sentido que podríamos llegar a la conocida afirmación que "la historia es inseparable del historiador". Pero... ¡cuidado!
LA RELACIÓN HISTORIADORDOCUMENTACIÓN
Esto no quiere decir que el historiador sea un taumaturgo capaz de "crear milagrosamente" la historia. Significa asignarle al historiador su verdadero rol y no resignarlo a la actitud pasiva de mero receptor de datos a que le relegaba el positivismo.
Pero, a su vez, tomar la afirmación que "la historia es inseparable del historiador", en un sentido estricto, nos podría llevar al más exacerbado de los idealismos, capaz de llegar a negar la realidad histórica. Y, ciertamente, no le está permitido al historiador la fértil imaginación del poeta, que lo lleve a fabular realidades.
No insistiré en esto, algo que ya hicieron extensamente los historiadores positivistas, con lo que alcanzaron uno de sus mayores logros. Tan solo procuraba advertir los riesgos de caer en una posición en extremo subjetiva. Siguiendo a Marrou, rápidamente introduciré otro principio: que "la historia se hace con documentos". (11) Ya he significado la importancia del rol del historiador, pero ahora debo destacar que el historiador, para ser tal, necesita recurrir a los documentos. Debe evitar el servilismo respecto de los documentos, pero tiene que fundamentar sus interpretaciones en documentos.
La relación historiadordocumentación ha de estar equilibrada, matizada. El historiador no es ni un sirviente ni un taumaturgo. Es solo un hombre, con todas las limitaciones de su condición. A su vez el documento por sí solo poco o nada expresa, pero tampoco se puede prescindir de él . Porque el historiador solo puede estudiar el pasado mediante —esto es, indirectamente— los vestigios que del pasado se conservan, los documentos que seleccionará e interpretará.
Marrou considera que se ha exagerado en cuanto al factor subjetivo del historiador. No cree que el historiador esté encerrado en la celda de su subjetividad.
En efecto, cuando los especialistas de cualquier disciplina científica se reúnen, los puntos de vista en común son siempre mayores que las diferencias.
Nos parece que a través de sus "construcciones", los historiadores pueden realmente aprehender, si bien indirectamente, algunos aspectos de la realidad objeto de su estudio.
Las diferencias de opiniones entre historiadores no separan a la historia del resto de las ciencias, puesto que todas ellas progresan a través de la discusión entre sus
especialistas, que no les impide compartir aspectos básicos de sus disciplinas específicas. Dentro de los asuntos de que se ocupa el historiador hay algunos más atinentes a la categoría de hechos que de interpretación, y que se certifican aproximadamente como tales por distintos historiadores. Por ejemplo, con respecto a las etapas fundamentales de la vida de José Artigas e incluso al conjunto de sus ideas (demócrata, federalista, etc.), puede apreciarse un consenso bastante generalizado, aunque no así al orden de significación que cada una de ellas proyecta.
Vemos cómo podemos ir arribando a la dilucidación del problema de la objetividad.
De acuerdo con ello, no hay absoluto objetivismo ni tampoco subjetivismo total. Hay sí una relación estrecha entre objeto y sujeto. Por lo tanto, el buen historiador debería conocer sus límites. Debería saber que podrá saber algo del pasado, un poco más o un poco menos, pero no todo.
En lo cual hay similitud con otros hombres de ciencia, tanto que hoy se admite el conocimiento parcial de la realidad, pero no el absoluto. (Capaz, eso sí, mediante acumulación, de crecer. Es la historia de la ciencia.)
El historiador debería sí reconocer sus dependencias, en cuanto a lo ya expresado: que no tiene permitida la creatividad del poeta, pues su elaboración dependerá en buena medida del documento. Debería aceptar de buen grado la necesidad de robustecer el rigor de su pensamiento, de la lógica. Recordemos la afortunada ironía de Carr, que aludía a lo estólido de la historia desprovista de filosofía.
Y debería buscar el equilibrio entre ellas, pues no podrá renunciar a ninguna de ambas.
No podría dejar de lado la subjetividad, pues las limitaciones propias de su condición humana se lo impedirán. Y no podría renunciar a la objetividad, pues de hacerlo su trabajo sería una invención carente de todo rigor científico.
En definitiva, el problema de la objetividad en historia es inherente a la subjetividad, lo que lo convierte en un problema en extremo sutil. El historiador debería tener la conciencia de que el conocimiento histórico está matizado por la permanente tensión entre objetividad y subjetividad.

REFERENCIAS1) Barraclough, Geoffrey. Corrientes de la Investigación en Ciencias Sociales . Tomo II, Madrid, Tecnos, Une seo, 1981.2) Rama, Ángel. Uruguay hoy. Bs.As., Siglo XXI. 1971, pp.362 3.3) Zorrilla de San Martín, en Bentancourt Díaz, J. Introducción al estudio de la Historia. Montevideo, Ed. Medina, 1949. p.16.4) Von Ranke, Leopold en Pagés, Pelai. Introducción a la Historia. Epistemología, teoría y problemas de método en los estudios históricos. Barcelona, Barcanova, 1983, p.165.5) La Monumenta Germaniae Histórica fue fundada bajo los auspicios del ministro prusiano Stein a efectos de estudiar pasado alemán. Sobresalieron en ella, además de Von Ranke los nombres de Waltz y Droysen.6) Fustel de Coulanges, en Barraclough, Ob.cit., p.303.7) Langlois y Seignobos, en Cardoso, Ciro. Introducción al trabajo de la Investigación Histórica. Barcelona, CrlticaGrijalbo 1981,p.139.8) Bauer, Wilhem. Introducción al estudio de la Historia. Barcelona, Bosch, 1944, p. 122.9) Carr, Edward. ¿Qué es la Historia?, Barcelona, Planeta Agostini, 1975, p.27.10) Marrou, H.l. El conocimiento histórico. Barcelona, Labor, 196 p.47.11) lbidem, p.53.