La creación del Virreinato del Río de la Plata y las reformas borbónicas
Ahora deberemos retroceder brevemente en nuestra narración, para tratar con algo más de detalle algunos hechos que afectaron directamente el destino de Buenos Aires y su jurisdicción. Como se dijo al principio de este capítulo, la declinación de las fortunas del Imperio Español se detuvo brevemente durante la guerra de la independencia norteamericana, que culminó en 1783 con la paz de Versalles. Durante este período, España no sólo revirtió algunas pérdidas territoriales, sino que:
1. Intentó modernizar su imperio, mediante las mencionadas reformas de 1778-1782, y
2. Se preparó para afrontar el desafío portugués y británico en la frontera sur de sus dominios, creando el Virreinato del Río de la Plata por medio de la real cédula del 1º de agosto de 1776. El virreinato tendría su capital en Buenos Aires, y a la jurisdicción de ésta (que ya abarcaba Asunción y Montevideo) se le anexaría la Real Audiencia de Charcas (es decir, todo el Alto Perú, hoy Bolivia), y la provincia de Cuyo (que hasta entonces había sido jurisdicción de Chile).
Poco tiempo después, la Real Ordenanza de Intendentes del 28 de enero de 1782 dispuso dividir el Virreinato del Río de la Plata en ocho gobernaciones-intendencias, además de las gobernaciones militares y políticas de Montevideo y de los pueblos de las antiguas misiones jesuíticas. (1) Pero como consecuencia del informe presentado por el virrey Juan José de Vértiz, esta estructura fue modificada por Real Orden del 29 de julio de 1782 y por la cédula aclaratoria del 5 de agosto de 1785, suprimiéndose las intendencias de Cuyo y Santa Cruz de la Sierra y dividiendo la del Tucumán en dos. En definitiva el virreinato quedó integrado por las gobernaciones-intendencias de Buenos Aires, Paraguay, Córdoba del Tucumán, Salta del Tucumán, La Paz, Charcas, Cochabamba y Potosí, más cuatro gobernaciones que fueron Montevideo, los pueblos de las misiones guaraníes, y los de las provincias de Moxos y Chiquitos. Más tarde se agregó la de Puno (reintegrada a Perú en febrero de 1796). (2)En el contexto cultural argentino (al que esta obra va dirigida) es necesario aclarar que este nuevo virreinato no incluía el territorio patagónico, que según la mitología oficial que se desarrolló en este país fue parte de aquella jurisdicción. La real cédula de 1776 nada decía sobre los territorios del extremo sur, ni tampoco decía nada al respecto la real cédula de 1777, que confirmó la creación del virreinato. Mencionan a Cuyo y a Charcas, pero no a la Patagonia. La historiografía oficial argentina ha pretendido que esta omisión se debió a que la Patagonia pertenecía ya a la gobernación de Buenos Aires, pero esta afirmación es insostenible debido a que todos los mapas españoles del período incluyen a la Patagonia como parte del "Reyno de Chile". Tal es el caso, por ejemplo, del famoso mapa de Cano y Olmedilla, "geógrafo pensionado de Su Majestad", de 1775. Mapas posteriores a la creación del virreinato, como el del extremo sur del continente firmado en 1798 por el secretario de la Real Armada, Juan de Langara, tampoco hacen mención alguna del Río de la Plata en esas tierras australes, mientras que sí mencionan al Reyno de Chile. Esto no quiere decir, por supuesto, que esas tierras hayan sido auténticamente chilenas en 1810. Eran tierras indígenas que nunca habían sido conquistadas por los españoles, y por ende, ni chilenas ni del Río de la Plata. Es por ello que ningún mapa del Imperio Español publicado por otras potencias europeas deja de señalar a esos territorios como res nullius, es decir, tierra de "nadie" que estaba abierta a la conquista por los Estados del mundo "civilizado" (es decir europeo). Posteriormente, los procesos histórico-políticos y militares deslindarían los límites entre las nuevas repúblicas americanas a través de una lógica que poco tendría que ver con las líneas que trazaba la Corona de España como un medio para hacer más eficiente el proceso de la conquista. Estos límites teóricos jamás se concibieron como el fundamento para las jurisdicciones de Estados soberanos. Naturalmente que en la medida que el límite teórico se convertía en límite de hecho porque existía una conquista efectiva, dicho límite podía servir para el deslinde posterior entre Estados independientes, y éste es el sentido verdadero del uti possidetis. Pero ese no era el caso de la Patagonia, que no estaba conquistada. Por ende, que la Patagonia haya aparecido como "chilena" en los mapas españoles sólo refleja una ficción de la Corona y nada significa desde el punto de vista de la verdadera jurisdicción sobre ese territorio, sea en 1770, en 1880 o en 1990. Sí significa, sin embargo, que la adjudicación de la Patagonia al territorio del Virreinato del Río de la Plata por parte de la historiografía oficial argentina es uno de los mitos sobre los que se basó la "invención" de la Argentina como Estado-nación en el siglo XIX. (3) Por otra parte, respecto de las reformas borbónicas cabe señalar que desde el punto de vista económico el virrey Cevallos acometió una empresa de transformaciones de incalculables consecuencias para la primitiva y frágil economía del Río de la Plata: abrió el puerto de Buenos Aires al comercio libre. La libertad de comercio establecida por Cevallos el 6 de septiembre de 1777 destruyó la hegemonía de los comerciantes del Perú y Chile, en provecho de la economía local. Por otra parte, es interesante observar que, debido a la urgencia con que esas medidas eran requeridas en el contexto de una economía que se asfixiaba con el monopolio español (reduciendo, incluso, su aporte a la misma economía española), Cevallos no esperó el permiso real para autorizar la internación y el intercambio con las provincias de las mercaderías que llegaban a Buenos Aires en buques de registro. (4) Dicha política se complementó con el Real Decreto del 2 de febrero de 1778, que a diferencia del audaz paso hacia adelante tomado por Cevallos, ya era parte de las llamadas reformas borbónicas. Este decreto extendió esta mayor liberalidad a los demás puertos de la América meridional, y fue más lejos, abriéndolos al comercio directo con los peninsulares. A su vez, el Reglamento y Aranceles Reales para el comercio libre de España e Indias, del 12 de octubre de 1778, amplió la libertad de comercio a trece puertos en la península, Baleares y Canarias, y a veinticinco puertos en América, a la vez que protegía la industria textil española, liberándola de derechos durante diez años. Los beneficios que significaron para el Río de la Plata estas disposiciones que liberaban el comercio de sus viejas trabas monopólicas y mercantilistas fueron incalculables, al punto que en el quinquenio 1792-1796, años de paz con Gran Bretaña, la balanza de pagos tuvo un saldo favorable de más de dos millones de pesos. Obviamente, la guerra con Gran Bretaña (desde 1796) detuvo la prosperidad del virreinato, al paralizar el tráfico marítimo con la metrópoli. Los cueros de las 600.000 reses que faenaba la región de Buenos Aires, de las que solo se consumían 150.000, no tenían salida, y los hacendados se arruinaban. Las exportaciones oficialmente registradas, que alcanzaron $5.470.675 en 1796, bajaron a $334.708 en 1797. Tampoco podían importarse las mercaderías necesarias. Esta situación favorecía a las industrias del Interior pero perjudicaba al consumidor, que sufrió un alza de 200% en el precio de los artículos. Para peor, con la paralización de las importaciones la renta aduanera no alcanzaba a $200.000 (1799), y la moneda se desvalorizaba. La prosperidad del Río de la Plata sólo pudo resurgir con la restitución de la paz en América.
1. Intentó modernizar su imperio, mediante las mencionadas reformas de 1778-1782, y
2. Se preparó para afrontar el desafío portugués y británico en la frontera sur de sus dominios, creando el Virreinato del Río de la Plata por medio de la real cédula del 1º de agosto de 1776. El virreinato tendría su capital en Buenos Aires, y a la jurisdicción de ésta (que ya abarcaba Asunción y Montevideo) se le anexaría la Real Audiencia de Charcas (es decir, todo el Alto Perú, hoy Bolivia), y la provincia de Cuyo (que hasta entonces había sido jurisdicción de Chile).
Poco tiempo después, la Real Ordenanza de Intendentes del 28 de enero de 1782 dispuso dividir el Virreinato del Río de la Plata en ocho gobernaciones-intendencias, además de las gobernaciones militares y políticas de Montevideo y de los pueblos de las antiguas misiones jesuíticas. (1) Pero como consecuencia del informe presentado por el virrey Juan José de Vértiz, esta estructura fue modificada por Real Orden del 29 de julio de 1782 y por la cédula aclaratoria del 5 de agosto de 1785, suprimiéndose las intendencias de Cuyo y Santa Cruz de la Sierra y dividiendo la del Tucumán en dos. En definitiva el virreinato quedó integrado por las gobernaciones-intendencias de Buenos Aires, Paraguay, Córdoba del Tucumán, Salta del Tucumán, La Paz, Charcas, Cochabamba y Potosí, más cuatro gobernaciones que fueron Montevideo, los pueblos de las misiones guaraníes, y los de las provincias de Moxos y Chiquitos. Más tarde se agregó la de Puno (reintegrada a Perú en febrero de 1796). (2)En el contexto cultural argentino (al que esta obra va dirigida) es necesario aclarar que este nuevo virreinato no incluía el territorio patagónico, que según la mitología oficial que se desarrolló en este país fue parte de aquella jurisdicción. La real cédula de 1776 nada decía sobre los territorios del extremo sur, ni tampoco decía nada al respecto la real cédula de 1777, que confirmó la creación del virreinato. Mencionan a Cuyo y a Charcas, pero no a la Patagonia. La historiografía oficial argentina ha pretendido que esta omisión se debió a que la Patagonia pertenecía ya a la gobernación de Buenos Aires, pero esta afirmación es insostenible debido a que todos los mapas españoles del período incluyen a la Patagonia como parte del "Reyno de Chile". Tal es el caso, por ejemplo, del famoso mapa de Cano y Olmedilla, "geógrafo pensionado de Su Majestad", de 1775. Mapas posteriores a la creación del virreinato, como el del extremo sur del continente firmado en 1798 por el secretario de la Real Armada, Juan de Langara, tampoco hacen mención alguna del Río de la Plata en esas tierras australes, mientras que sí mencionan al Reyno de Chile. Esto no quiere decir, por supuesto, que esas tierras hayan sido auténticamente chilenas en 1810. Eran tierras indígenas que nunca habían sido conquistadas por los españoles, y por ende, ni chilenas ni del Río de la Plata. Es por ello que ningún mapa del Imperio Español publicado por otras potencias europeas deja de señalar a esos territorios como res nullius, es decir, tierra de "nadie" que estaba abierta a la conquista por los Estados del mundo "civilizado" (es decir europeo). Posteriormente, los procesos histórico-políticos y militares deslindarían los límites entre las nuevas repúblicas americanas a través de una lógica que poco tendría que ver con las líneas que trazaba la Corona de España como un medio para hacer más eficiente el proceso de la conquista. Estos límites teóricos jamás se concibieron como el fundamento para las jurisdicciones de Estados soberanos. Naturalmente que en la medida que el límite teórico se convertía en límite de hecho porque existía una conquista efectiva, dicho límite podía servir para el deslinde posterior entre Estados independientes, y éste es el sentido verdadero del uti possidetis. Pero ese no era el caso de la Patagonia, que no estaba conquistada. Por ende, que la Patagonia haya aparecido como "chilena" en los mapas españoles sólo refleja una ficción de la Corona y nada significa desde el punto de vista de la verdadera jurisdicción sobre ese territorio, sea en 1770, en 1880 o en 1990. Sí significa, sin embargo, que la adjudicación de la Patagonia al territorio del Virreinato del Río de la Plata por parte de la historiografía oficial argentina es uno de los mitos sobre los que se basó la "invención" de la Argentina como Estado-nación en el siglo XIX. (3) Por otra parte, respecto de las reformas borbónicas cabe señalar que desde el punto de vista económico el virrey Cevallos acometió una empresa de transformaciones de incalculables consecuencias para la primitiva y frágil economía del Río de la Plata: abrió el puerto de Buenos Aires al comercio libre. La libertad de comercio establecida por Cevallos el 6 de septiembre de 1777 destruyó la hegemonía de los comerciantes del Perú y Chile, en provecho de la economía local. Por otra parte, es interesante observar que, debido a la urgencia con que esas medidas eran requeridas en el contexto de una economía que se asfixiaba con el monopolio español (reduciendo, incluso, su aporte a la misma economía española), Cevallos no esperó el permiso real para autorizar la internación y el intercambio con las provincias de las mercaderías que llegaban a Buenos Aires en buques de registro. (4) Dicha política se complementó con el Real Decreto del 2 de febrero de 1778, que a diferencia del audaz paso hacia adelante tomado por Cevallos, ya era parte de las llamadas reformas borbónicas. Este decreto extendió esta mayor liberalidad a los demás puertos de la América meridional, y fue más lejos, abriéndolos al comercio directo con los peninsulares. A su vez, el Reglamento y Aranceles Reales para el comercio libre de España e Indias, del 12 de octubre de 1778, amplió la libertad de comercio a trece puertos en la península, Baleares y Canarias, y a veinticinco puertos en América, a la vez que protegía la industria textil española, liberándola de derechos durante diez años. Los beneficios que significaron para el Río de la Plata estas disposiciones que liberaban el comercio de sus viejas trabas monopólicas y mercantilistas fueron incalculables, al punto que en el quinquenio 1792-1796, años de paz con Gran Bretaña, la balanza de pagos tuvo un saldo favorable de más de dos millones de pesos. Obviamente, la guerra con Gran Bretaña (desde 1796) detuvo la prosperidad del virreinato, al paralizar el tráfico marítimo con la metrópoli. Los cueros de las 600.000 reses que faenaba la región de Buenos Aires, de las que solo se consumían 150.000, no tenían salida, y los hacendados se arruinaban. Las exportaciones oficialmente registradas, que alcanzaron $5.470.675 en 1796, bajaron a $334.708 en 1797. Tampoco podían importarse las mercaderías necesarias. Esta situación favorecía a las industrias del Interior pero perjudicaba al consumidor, que sufrió un alza de 200% en el precio de los artículos. Para peor, con la paralización de las importaciones la renta aduanera no alcanzaba a $200.000 (1799), y la moneda se desvalorizaba. La prosperidad del Río de la Plata sólo pudo resurgir con la restitución de la paz en América.
NOTAS
1Las jurisdicciones de esta primera estructura organizativa eran las gobernaciones-intendencias de Buenos Aires (comprendía el territorio de su obispado), Paraguay (territorio de su obispado), Tucumán (debía abarcar el obispado de Córdoba), Cuyo, Santa Cruz de la Sierra (territorio de su obispado), La Paz (incluidas las provincias de Lampa, Carabaya y Azángaro), Charcas (territorio de su obispado) y Potosí (que comprendía la provincia de Porco y los territorios de Chayanta, Atacama, Lipes, Chichas y Tarija). Véase Vicente D. Sierra, Historia de la Argentina, tomo III, Buenos Aires, Ed. Científica Argentina, 1967, pp. 468-469.
2 La intendencia de Córdoba del Tucumán abarcaba las subdelegaciones de Mendoza, San Juan, San Luis y La Rioja. La intendencia de Salta incluía Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, Salta, Jujuy, Nueva Orán y Puna. Ibid., pp. 469-470.
3 Véase Carlos Escudé, "Argentine Territorial Nationalism", en Journal of Latin American Studies, mayo de 1988. Este trabajo también se publicó en castellano, bajo el título de "El nacionalismo territorial argentino", en R.M. Perina y R. Russell (comp.), Argentina en el Mundo, 1973-1987, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1988.
4 Vale recordar que antes de las reformas borbónicas del siglo XVIII, el Imperio Español consideró a la región del Río de la Plata como periférica en cuanto a sus intereses vitales, vinculados a la extracción del oro y plata para costear las frecuentes guerras en las que dicho Imperio se vio involucrado durante los siglos XV y XVI. La región rioplatense había sido la última región incorporada al dominio colonial hispánico, no era una región rica en recursos minerales como México o Perú y además, dada su posición geográfica, representaba más bien una permanente amenaza para la integridad de la política colonial española, pues la región rioplatense constituía el ámbito favorito del contrabando británico vía Colonia del Sacramento en complicidad con Portugal y de la piratería británica y holandesa. Como resultado de los factores mencionados, el gobierno español consideró necesario sacrificar los intereses económicos del Río de la Plata en favor de los de regiones más prioritarias que la rioplatense como los casos de Perú, Alto Perú y México. Con escasa frecuencia las autoridades españolas enviaban los fondos necesarios para mantener esta región. Es más: Buenos Aires debió soportar los negativos efectos de la ley de 1561 que prohibía el comercio de ultramar porteño. El sistema de flotas y galeones conformado por el Imperio español para apuntalar el monopolio comercial demostraba claramente que la Corona privilegiaba a puertos como Portobelo, Panamá y Lima, que eran los que distribuían los productos al resto del territorio español en América, en detrimento de Buenos Aires, que no podía comerciar con la metrópoli en forma directa. Tras un largo viaje en carretas, estos productos llegaban al Río de la Plata notoriamente encarecidos y con una frecuencia bastante irregular, ya que los pesados galeones españoles que debían llegar y/o partir de los puertos autorizados en América hispana mencionados anteriormente eran frecuentemente víctimas de las incursiones de los barcos más ligeros británicos y holandeses conducidos por piratas y corsarios. Quedaba claro que este sistema monopólico orquestado por la Corona española con la complicidad de los comerciantes limeños, tal como estaba planteado, no pretendía favorecer ni a los consumidores ni a los comerciantes porteños. En consecuencia, Buenos Aires, postergada por la Corona, se vio obligada a adquirir los productos de ultramar no a través del sistema oficial de flotas y galeones sino a través del contrabando. Las autoridades españolas fueron muy receptivas a los intereses de los comerciantes peruanos, que invocaban la clausura del puerto de Buenos Aires. Como réplica a este pacto entre autoridades de la metrópoli y comerciantes peruanos, los comerciantes porteños le daban la espalda al sistema monópolico comerciando con ingleses y sus aliados portugueses en forma ilegal. En 1620 se estableció la Aduana Seca en Córdoba para detener a través de gravámenes sobre las mercaderías en tránsito el contrabando de productos y dinero entre Buenos Aires y las provincias del Interior. Por su parte, las localidades de la subregión rioplatense del Litoral, como Corrientes, Goya y aun Asunción permanecieron como meros mojones de la autoridad española, abandonados en medio de una vasta selva. Fue casi inexistente el apoyo exterior para la defensa de la región; en Paraguay, las milicias debieron autoabastecerse de sus monturas y armas. Los botes que atravesaban la región estaban forzados a vender en pequeños convoyes como única protección ante los ataques de las canoas indias. Estos ejemplos constituyen una prueba contundente de la falta de interés de la metrópoli hacia la región rioplatense. Si bien se adoptaron algunas medidas aisladas para autorizar el comercio de Buenos Aires con Brasil (harina, carne y sebo a cambio de ropa, calzado, ferretería y otros artículos) (por ejemplo, en los años 1602 a 1608, y 1614 a 1619), éstas no constituían un paliativo suficente para los intereses de comerciantes y consumidores rioplatenses. Además, el lobby de los comerciantes peruanos desbarató un intento de don Manuel Frías, procurador general de las provincias del Plata, por obtener de la Corona española una autorización para que Buenos Aires comerciara con Brasil y España. Por las razones anteriormente apuntadas, la medida adoptada por Cevallos en septiembre de 1777 quebraba los esfuerzos de los comerciantes peruanos por estrangular la vida comercial del puerto de Buenos Aires, que había nacido y crecido a partir del contrabando y la vinculación con Gran Bretaña. Ver al respecto Miron Burgin, Aspectos económicos del federalismo argentino, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1969, pp. 30-32, y Thomas Lyle Whigham, The Politics of River Commerce in the Upper Plata, 1760-1865, Ph.D. dissertation, Stanford University, 1986, pp. 14-15.
2 La intendencia de Córdoba del Tucumán abarcaba las subdelegaciones de Mendoza, San Juan, San Luis y La Rioja. La intendencia de Salta incluía Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, Salta, Jujuy, Nueva Orán y Puna. Ibid., pp. 469-470.
3 Véase Carlos Escudé, "Argentine Territorial Nationalism", en Journal of Latin American Studies, mayo de 1988. Este trabajo también se publicó en castellano, bajo el título de "El nacionalismo territorial argentino", en R.M. Perina y R. Russell (comp.), Argentina en el Mundo, 1973-1987, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1988.
4 Vale recordar que antes de las reformas borbónicas del siglo XVIII, el Imperio Español consideró a la región del Río de la Plata como periférica en cuanto a sus intereses vitales, vinculados a la extracción del oro y plata para costear las frecuentes guerras en las que dicho Imperio se vio involucrado durante los siglos XV y XVI. La región rioplatense había sido la última región incorporada al dominio colonial hispánico, no era una región rica en recursos minerales como México o Perú y además, dada su posición geográfica, representaba más bien una permanente amenaza para la integridad de la política colonial española, pues la región rioplatense constituía el ámbito favorito del contrabando británico vía Colonia del Sacramento en complicidad con Portugal y de la piratería británica y holandesa. Como resultado de los factores mencionados, el gobierno español consideró necesario sacrificar los intereses económicos del Río de la Plata en favor de los de regiones más prioritarias que la rioplatense como los casos de Perú, Alto Perú y México. Con escasa frecuencia las autoridades españolas enviaban los fondos necesarios para mantener esta región. Es más: Buenos Aires debió soportar los negativos efectos de la ley de 1561 que prohibía el comercio de ultramar porteño. El sistema de flotas y galeones conformado por el Imperio español para apuntalar el monopolio comercial demostraba claramente que la Corona privilegiaba a puertos como Portobelo, Panamá y Lima, que eran los que distribuían los productos al resto del territorio español en América, en detrimento de Buenos Aires, que no podía comerciar con la metrópoli en forma directa. Tras un largo viaje en carretas, estos productos llegaban al Río de la Plata notoriamente encarecidos y con una frecuencia bastante irregular, ya que los pesados galeones españoles que debían llegar y/o partir de los puertos autorizados en América hispana mencionados anteriormente eran frecuentemente víctimas de las incursiones de los barcos más ligeros británicos y holandeses conducidos por piratas y corsarios. Quedaba claro que este sistema monopólico orquestado por la Corona española con la complicidad de los comerciantes limeños, tal como estaba planteado, no pretendía favorecer ni a los consumidores ni a los comerciantes porteños. En consecuencia, Buenos Aires, postergada por la Corona, se vio obligada a adquirir los productos de ultramar no a través del sistema oficial de flotas y galeones sino a través del contrabando. Las autoridades españolas fueron muy receptivas a los intereses de los comerciantes peruanos, que invocaban la clausura del puerto de Buenos Aires. Como réplica a este pacto entre autoridades de la metrópoli y comerciantes peruanos, los comerciantes porteños le daban la espalda al sistema monópolico comerciando con ingleses y sus aliados portugueses en forma ilegal. En 1620 se estableció la Aduana Seca en Córdoba para detener a través de gravámenes sobre las mercaderías en tránsito el contrabando de productos y dinero entre Buenos Aires y las provincias del Interior. Por su parte, las localidades de la subregión rioplatense del Litoral, como Corrientes, Goya y aun Asunción permanecieron como meros mojones de la autoridad española, abandonados en medio de una vasta selva. Fue casi inexistente el apoyo exterior para la defensa de la región; en Paraguay, las milicias debieron autoabastecerse de sus monturas y armas. Los botes que atravesaban la región estaban forzados a vender en pequeños convoyes como única protección ante los ataques de las canoas indias. Estos ejemplos constituyen una prueba contundente de la falta de interés de la metrópoli hacia la región rioplatense. Si bien se adoptaron algunas medidas aisladas para autorizar el comercio de Buenos Aires con Brasil (harina, carne y sebo a cambio de ropa, calzado, ferretería y otros artículos) (por ejemplo, en los años 1602 a 1608, y 1614 a 1619), éstas no constituían un paliativo suficente para los intereses de comerciantes y consumidores rioplatenses. Además, el lobby de los comerciantes peruanos desbarató un intento de don Manuel Frías, procurador general de las provincias del Plata, por obtener de la Corona española una autorización para que Buenos Aires comerciara con Brasil y España. Por las razones anteriormente apuntadas, la medida adoptada por Cevallos en septiembre de 1777 quebraba los esfuerzos de los comerciantes peruanos por estrangular la vida comercial del puerto de Buenos Aires, que había nacido y crecido a partir del contrabando y la vinculación con Gran Bretaña. Ver al respecto Miron Burgin, Aspectos económicos del federalismo argentino, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1969, pp. 30-32, y Thomas Lyle Whigham, The Politics of River Commerce in the Upper Plata, 1760-1865, Ph.D. dissertation, Stanford University, 1986, pp. 14-15.
El Virreinato del Río de la Plata entre 1791 y 1805
Como hemos mencionado anteriormente, el establecimiento del virreinato en el área rioplatense respondía a la necesidad de defender el frente atlántico de la amenaza portuguesa y británica. No obstante, pueden rastrearse interpretaciones disímiles acerca de los efectos de la creación del Virreinato del Río de la Plata en la economía de dicha región. De acuerdo con la ofrecida por el historiador Bartolomé Mitre en sus primeros capítulos de la Historia de Belgrano, la región rioplatense experimentó en los años virreinales un notable proceso de expansión cuyo eje radicaba en la capacidad exportadora de la economía rioplatense. Este proceso generó, en la óptica de Mitre, dos consecuencias. Por un lado, creó una sociedad cada vez más reacia a la tutela de la Corona, y sospechas de las autoridades peninsulares acerca de la lealtad de estos grupos criollos económicamente prósperos hacia Madrid. Por otro, generó ingresos nada desdeñables para una metrópoli hostigada por sus enemigos y que se beneficiaba con la parte del león de estos beneficios de la región rioplatense en alza. (1) Si bien la creación de este nuevo ente administrativo-militar tendría indudables efectos económicos y sociales en la hasta entonces postergada área rioplatense, Tulio Halperín Donghi aporta una serie de datos que refutan la tradicional imagen que Bartolomé Mitre y muchos historiadores posteriores a él han tenido acerca del período virreinal en el Río de la Plata. Contra la imagen proyectada por Mitre, Halperín Donghi señala con cifras que las exportaciones pecuarias del Litoral, si bien se incrementaron durante el período comprendido entre 1791 y 1805, no llegaron en promedio al millón de pesos anuales, mientras que el monto correspondiente a los desembolsos de la Real Caja de Buenos Aires en dicha región superaron el millón y medio de pesos. (2) Vale acotar, además, la preocupación de la Corona por dotar de cierta viabilidad económica al nuevo centro administrativo-militar erigido a partir de 1776, al anexar artificialmente el Alto Perú -hasta entonces conectado política y económicamente a Lima- como colonia de segundo grado, proveedora del metálico necesario para mantener los gastos de defensa y administración de la región rioplatense convertida en virreinato. Así, el 59,42% de los ingresos de la Real Caja de Buenos Aires provenía de otras tesorerías, con un notable predominio de la de Potosí. Los fondos altoperuanos cubrían el 47,59% de los gastos fiscales efectuados en la región en el período comprendido entre 1791 y 1805. (3) No obstante, la transferencia de metálico del Alto Perú al nuevo virreinato, si bien vital para los objetivos de la Corona española, se concretó necesariamente en porcentajes decrecientes, pues la producción minera altoperuana ya había abandonado su etapa de prosperidad. Vale advertir al respecto que si bien el promedio de fondos altoperuanos transferidos a Buenos Aires entre 1791 y 1805 totalizó, como hemos visto, un promedio del 47,59% de los gastos fiscales efectuados en el Río de la Plata, este porcentaje promedio oculta, en realidad, marcadas diferencias entre los dos primeros quinquenios del período, en los cuales los aportes del Alto Perú cubrieron el 78,86% de esos gastos, y el último, en el que dichos aportes cayeron a un porcentaje del 6,27% de los gastos rioplatenses. (4) Esta caída de la gravitación del metálico altoperuano tendría una incidencia clave tanto en la vida económica de los últimos años del período virreinal como en la de los primeros de la experiencia inmediatamente posterior a la Revolución de Mayo de 1810. El examen de las finanzas de la etapa virreinal entre 1791 y 1805 revela la preocupación de la Corona por consolidar su presencia en el área rioplatense, frente a las asechanzas portuguesas y británicas. Vale advertir, que, por ejemplo, de los más de 8 millones de pesos que se enviaron a la metrópoli entre 1791 y 1805, el 60% era destinado a las necesidades de mantener un complejo aparato de defensa y administrativo en el litoral atlántico del nuevo virreinato. En este mismo período, y dentro de la transferencia de recursos de la Real Caja de Buenos Aires (de un total de 32.619.110,2 ¼ pesos), cabe señalar la relativa importancia otorgada a sectores tales como los Cuerpos de Veteranos (que insumieron 7.978.367,4 ¼ pesos) y Marina (que absorbieron un total 2.472.830,0 ½ pesos) y a áreas tales como Litoral y Banda Oriental (con un monto de 1.473.168, 7¾ pesos), luego seguidas en orden de menor importancia por Patagonia (567.232,1 ½ pesos) y Paraguay (531.753,6 pesos). (5) Estas cifras demuestran las prioridades estratégicas de la Corona española en el nuevo virreinato. Pero la presencia de oficiales peninsulares o de otras áreas americanas en Buenos Aires, importante en el momento de creación de dicho virreinato, pronto disminuyó. Para las autoridades españolas Montevideo, centro naval español para el Atlántico Sur y ciudad fortaleza en la banda oriental del Plata, parecía estar más amenazada que Buenos Aires por la presencia británica y portuguesa. En la perspectiva metropolitana el valor militar de la capital virreinal era escaso en comparación con el de Montevideo. Esta percepción se hizo más evidente con el estallido de la guerra entre España e Gran Bretaña a partir de 1796 y que se reflejó en el vaciamiento de las tropas veteranas acantonadas en Buenos Aires a partir de este conflicto. La ausencia de tropas veteranas en la capital virreinal se dio hasta tal punto que las mismas debieron ser reemplazadas sistemáticamente con milicianos de origen local. La mayor presencia e impacto de las fuerzas armadas españolas en la sociedad montevideana respecto de la porteña y la necesidad de esta última de proveerse para su defensa de milicias integradas con elementos locales, fueron dos procesos que tuvieron consecuencias fundamentales en los últimos años de la etapa colonial y primeros de la independiente en una y otra margen del Plata. Uno de ellos, que examinaremos oportunamente, fue el diferente rumbo que Montevideo y Buenos Aires adoptaron en los días de mayo de 1810: Buenos Aires, el de la disidencia, y Montevideo, el de resistencia al movimiento revolucionario porteño. (6) El otro, el proceso de militarización de la sociedad porteña con un protagonismo crucial de las milicias populares urbanas movilizadas de base local. Proceso éste cuyo primer capítulo precisamente comenzó con la necesidad de defender de los invasores ingleses a una Buenos Aires escasamente protegida por fuerzas españolas.
NOTAS
NOTAS
1Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la independencia argentina, Buenos Aires, EUDEBA, 1967, pp. 60-62.
2Tulio Halperín Donghi, Guerra y finanzas en los orígenes del Estado argentino (1791-1850), Buenos Aires, Ed. de Belgrano, 1982, pp. 26-27.
3Ver al respecto ibid., pp. 26 y 46-47.
4Porcentajes en ibid., pp. 46-47.
5Puede examinarse al respecto el cuadro V de Salidas de la Real Caja de Buenos Aires entre 1791 y 1805 citado en ibid., p. 59. El presupuesto destinado al área de Patagonia estaba destinado a cubrir los gastos del destacamento establecido en las islas Malvinas a partir de abril de 1767 y del asentamientode Carmen de Patagones fundado en 1779 y el único que quedaba en pie de los varios intentos de poblar la costa patagónica que había realizado la Corona española a partir de 1778.
6Ibid., pp. 28-29 y 43.
2Tulio Halperín Donghi, Guerra y finanzas en los orígenes del Estado argentino (1791-1850), Buenos Aires, Ed. de Belgrano, 1982, pp. 26-27.
3Ver al respecto ibid., pp. 26 y 46-47.
4Porcentajes en ibid., pp. 46-47.
5Puede examinarse al respecto el cuadro V de Salidas de la Real Caja de Buenos Aires entre 1791 y 1805 citado en ibid., p. 59. El presupuesto destinado al área de Patagonia estaba destinado a cubrir los gastos del destacamento establecido en las islas Malvinas a partir de abril de 1767 y del asentamientode Carmen de Patagones fundado en 1779 y el único que quedaba en pie de los varios intentos de poblar la costa patagónica que había realizado la Corona española a partir de 1778.
6Ibid., pp. 28-29 y 43.
Historia de las Relaciones Exteriores Argentinas
Historia general de las relaciones exteriores de la República Argentina es una obra de autoría colectiva. El equipo que trabajó en su realizacion estuvo integrado por dos directores, cuatro colaboradores principales y ocho colaboradores secundarios. Aquí puede consultar los antecedentes de cada uno de ellos. La última actualización de los currículums fue realizada el 1º de enero de 2000.
Directores:. Andrés Cisneros. Carlos Escudé Colaboradores principales:. Leonor Machinandiarena de Devoto. Francisco Corigliano. Alejandro Corbacho. Ana Margheritis
Investigadores asociados:. Kristin Ruggiero. Laura Tedesco. Marisa González de Oleaga. Marina Carbajal. Rut Diamint. Constanza González Navarro. Lara Manóvil. María Fernanda Tuozzo. Sebastián Masana
© 2000. Todos los derechos reservados. Este sitio está resguardado por las leyes internacionales de copyright y propiedad intelectual. El presente material podrá ser utilizado con fines estrictamente académicos citando en forma explícita la obra y sus autores. Cualquier otro uso deberá contar con la autorización por escrito de los autores.
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