19/12/07

Una historia para la nación

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Aquellos documentos recopilados y el método estabilizado conformarían un consenso sobre la base del cual sería posible elaborar las historias nacionales, pretendidamente objetivas, científicas y patrióticas, que legitimarían a los Estados nacionales en un pasado colectivo, a pesar de la crítica que en su momento formuló John Acton contra la expectativa de acceder a una versión incontrovertible del pasado, como sostenía Leopold Von Ranke1.La Francia del último cuarto del siglo XIX fue afectada por el prestigio intelectual alemán y por la derrota y ocupación que sufre por parte del ejército prusiano. De ese modo, la influencia alemana fue decisiva en el modelo más acabado de una historiografía que se propusiera desarrollar esos objetivos. No sólo en lo que se refiere a la erudición histórica sino también en el aspecto político. Los historiadores franceses de la Tercera República tomaron a Alemania como modelo, pero a la vez era contra ella que estaba dirigido el patriotismo que se proponían impulsar entre los ciudadanos, como prolegómeno de un eventual nuevo enfrentamiento que, además de la recuperación de Alsacia y Lorena, permitiera restaurar el honor de la nación que había sido derrotada en la guerra francoprusiana (1870).En ese sentido, los historiadores que se nuclearon en la Révue Historique (1876), impulsada por Gabriel Monod, asumieron un compromiso científico y patriótico que se identificaba con los ideales liberales de la Tercera República Francesa, cuyos orígenes se remontaban a la Revolución de 1789. En esa publicación, dedicada a difundir investigaciones eruditas y originales, confluyeron Taine, Fustel de Coulange y Renan, junto a los más jóvenes historiadores: Seignobos, Lavisse, Sarnac y Langlois, entre otros. Todos ellos instalados en los principales centros de enseñanza de Francia: la Sorbonne, la Escuela Práctica de Altos Estudios y la Escuela de Chartres. Figuras e instituciones historiográficas dominantes en Francia hasta, por los menos, la Segunda Guerra Mundial.Fue Lavisse el que más fielmente expresó el nuevo rumbo, tanto por su disposición a utilizar la historia en beneficio de una pedagogía nacional como por ser el responsable de la ejecución de la Historia de Francia, una monumental historia colectiva cuya primera parte se publicó, en 9 tomos, entre 1903 y 19112. Si la Revolución era el origen mítico de la República, los orígenes de Francia se remontaban en la historia de dirigida por Lavisse a un pasado aún más lejano que transformaba al jefe galo derrotado por Julio César, Vercengitorix, en un héroe nacional, y encontraba en el rey franco Clodoveo los inicios remotos del Estado. A partir de allí, la historia avanzaba linealmente a través de reinados, traiciones y guerras, hasta la Revolución. Origen mítico de una nación que era anterior no sólo al Estado sino a la propia Francia y a los franceses como comunidad política y lingüística. En el caso de la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX, no existían las mismas condiciones institucionales que las gozadas por los historiadores europeos, pero sí un criterio histórico en gran parte heredado de Francia y necesidades más o menos similares. A partir de Caseros, pero sobre todo después de Pavón, el poder que surgía de los restos de la Confederación Argentina liderada por Justo José de Urquiza retornaba una vez más a Buenos Aires. Pero los problemas que habían provocado medio siglo de conflictos seguían vigentes, aunque en nuevas condiciones favorecidas por la inserción del litoral y la campaña pampeana en el mercado mundial3.En este contexto, el proceso de construcción del Estado nacional, junto a los aspectos políticos e institucionales que involucraba, requería de un pasado que legitimara la supremacía de la nación sobre las provincias. Fue Bartolomé Mitre, que concilió sus condiciones de hombre de estado e historiador, el responsable de elaborar una historia en la que se daba cuenta de los orígenes de la nación argentina, que a su vez se identificaba con la propia Buenos Aires.En aquella historia, que se concretaba en su forma definitiva en la Historia de Belgrano y de la independencia argentina (1876-77), los orígenes de la nación se remontaban al proceso de conquista y colonización del Río de la Plata. La escasa mano de obra, la ausencia de riquezas naturales y el poblamiento por parte de españoles que carecían de títulos de nobleza fueron factores que, combinados, promovieron un tipo de sociabilidad naturalmente igualitaria y democrática que sería el rasgo distintivo de una nacionalidad de cuya existencia se tomaría plena conciencia durante las invasiones inglesas de 1806-1807 y la Revolución de Mayo. A partir de allí, las guerras civiles serían el costo necesario que la nación debía pagar en su evolución para conciliar la democracia orgánica, expresada por Buenos Aires, y el sentimiento propio de una democracia inorgánica que impulsaba a las masas del interior liderada por los caudillos.La imposición de esa historia supuso el desplazamiento de las historias provinciales a un lugar subordinado respecto de aquella trama centrada en la experiencia de Buenos Aires. Esta historia consensuada predominó en las instituciones académicas hasta por lo menos los años 60 del siglo XX, y en los manuales escolares hasta fines de la década de 1980. Ni siquiera la famosa polémica que Bartolomé Mitre entabló con Vicente Fidel López entre 1881 y 1882 alteró ese acuerdo interpretativo. Dicho debate se centró más en la valoración de los documentos y, fundamentalmente, en el uso por parte de López de recuerdos y confidencias familiares que contrastaba con el uso de fuentes con métodos más acordes a los criterios metodológicos europeos que propiciaba Mitre4.Para el momento en que este debate se produce, los problemas de los que debía dar cuenta la historia eran diversos. Ya no se trataba de la amenaza que significaban las autonomías provinciales y los caudillos, sino la que despertaba en las elites porteñas el proceso de la inmigración masiva. Tal amenaza va a alentar una interpretación biologicista de la nacionalidad, presente en José María Ramos Mejía, que encuentra su máxima expresión en Nuestra América (1903), de Carlos O. Bunge.En ese momento, la historia comenzará a ser fruto de un uso destinado a transformar esa sociedad cosmopolita en una comunidad homogeneizada por el sentimiento de pertenencia a una nación. Para esa tarea, la escuela, las fiestas patrias y los monumentos serán los lugares para el despliegue por parte del Estado de una memoria colectiva que se tornará aún más necesaria cuando, a comienzos del siglo XX, ya no sólo el sentimiento nacional sino también la integridad del Estado y el orden social se percibían amenazados por la conflictividad social5.En esta primera década del siglo XX, mientras libros como La Restauración Nacionalista (1909), de Ricardo Rojas, recomendaban la enseñanza de la historia y la lengua para resolver dicho problema y comenzaba a diseñarse la pedagogía patria desde el Departamento Nacional de Educación, un grupo de jóvenes historiadores reunidos en la Sección de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires daban origen a la autodenominada “nueva escuela histórica”. Ellos fueron quienes impulsaron un modelo de profesionalización asentado en instituciones académicas. También quienes iniciaron una etapa sistemática de recolección y edición de fuentes documentales y quienes, a partir de la década de 1920, ocuparon los puestos más relevantes en universidades, el Instituto del Profesorado, archivos y bibliotecas, además de ser fuentes de consulta permanente para el Estado que, a su vez, les proporcionaba los recursos materiales para desarrollar su trabajo6 .Sin embargo, su tarea respecto de la renovación de la historiografía argentina fue, en el aspecto interpretativo y metodológico, menos relevante que lo anunciado. En cambio, puede señalarse que, en su caso, el fortalecimiento de los lazos con el Estado y el poder político fue paralelo a un distanciamiento con respecto a las necesidades, intereses y expectativas de una sociedad que comenzaría a buscar respuestas a sus problemas en el pasado por medio de otros historiadores, tal como se revela a partir de la década de 1930 con el revisionismo histórico.
1Acton, John, “Inaugural lecture in the Study of History” (1895), en John Acton, Essays on freedom and power, Meridian Books, Nueva York, 1960.1Ver Nora, Pierre: “L’ Histoire de France de Lavisse”, en Pierre Nora (dir.) Les lieux de mémoire, T. II, París, Gallimard, 1986, pp. 317-375.3Chiaramonte, J.C., “La cuestión regional en el proceso de gestación del Estado nacional argentino. Algunos problemas de interpretación” (1983), en W. Ansaldi y J. L. Moreno, Estado y sociedad en el pensamiento nacional, Bs. As., Cántaro, 1989.4Cattaruzza, M. A. y A. Eujanian, Políticas de la Historia. Argentina 1860-1960, Bs. As., Alianza, 2003.5Bertoni, Lilia Ana, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX, Bs. As., FCE, 2001.6Eujanian, A. y Cattaruzza, M.A., cit.; Devoto, F. (comp.), La historia de la historiografía argentina en el siglo XX, I, Bs. As., CEAL, 1993.

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