Entenderemos por Imperialismo al período histórico en el que las principales potencias establecieron dominación efectiva sobre amplios territorios, organizando su administración y afrontando costosas guerras y otros gastos para asegurar su posesión. Este período comienza con la madurez del capitalismo hacia 1880 y con diversas variantes se prolonga hasta los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, donde tuvo lugar el proceso de descolonización e independencia de los países africanos y asiáticos. principios del siglo XIX, Inglaterra y Estados Unidos, que habían alcanzado un alto grado de desarrollo económico e industrial, comenzaron a expandirse con mayor fuerza por diversas regiones del planeta.
Inglaterra colonizó Australia, Nueva Zelanda, la India, Sudáfrica, y muchas otras regiones del mundo. Esta colonización tuvo, como primer objetivo, adquirir materia prima para abastecer su industria y establecer puestos de aprovisionamiento para sus barcos mercantes. Posteriormente, en estas regiones los ingleses instalaron gobiernos dirigidos desde Inglaterra. Sin embargo, la colonización trajo consigo la explotación y esclavitud de los nativos de esas tierras.
En el caso de Estados Unidos, luego de lograr su independencia de Inglaterra en 1776, iniciaron una política de expansión hacia la costa oeste. Negociaron con Inglaterra los territorios del noreste; compraron a Francia el territorio de Luisiana en 1803; España les cedió la Florida en 1819, y anexaron Texas a su territorio en 1836. En los territorios ocupados, Estados Unidos permitió a los colonizadores crear gobiernos propios que se unificaron en un gobierno federal. Los nativos de las regiones colonizadas fueron expulsados, recluidos en espacios delimitados llamados reservaciones, o exterminados.
Para lograr la colonización territorial, y el dominio político y comercial de regiones tan distantes, el desarrollo del transporte marítimo cobró especial importancia. Los lentos barcos de vela fueron sustituidos por buques de mayor tonelaje que transportaban más mercancía en menor tiempo.
Conforme avanzaba el siglo XIX, nuevas potencias pasaron a ocupar un lugar importante en el equilibrio político mundial: Alemania, Rusia y Japón.
A principios del siglo XIX, no existía lo que hoy conocemos como Alemania. Los pequeños reinos que se encontraban ahí, no habían formado una nación debido a la organización política feudal que imperaba. Hacia 1830, un acuerdo económico que permitía el libre tránsito de productos constituyó el antecedente para la unificación de los pequeños reinos germanos en un gran Estado alemán.
El canciller prusiano Otto von Bismarck logró finalmente la creación de un nuevo imperio alemán, después de haber derrotado a Francia en la guerra franco-prusiana en 1871.
Por otra parte, la situación del Imperio ruso en los comienzos del siglo XIX era incierta. Rusia vivía bajo una organización feudal: los campesinos trabajaban la tierra para los terratenientes o señores feudales; el zar gobernaba el imperio y rechazaba cualquier intento de reforma democrática.
A partir de 1856, la situación comenzó a cambiar. El zar Alejandro II liberó a los campesinos de su condición de siervos, mediante un pago que hizo el gobierno a los terratenientes; permitió la creación de asambleas locales y promovió la formación de una asamblea llamada Duma.
En el Lejano Oriente, Japón había sido gobernado durante siglos por antiguas casas dinásticas de tipo feudal, haciendo a un lado el poder del emperador. En 1868, el emperador Meiji recobró la autoridad imperial e inició una serie de reformas que pretendían introducir en Japón los avances políticos, económicos y sociales de Occidente.
Las reformas emprendidas por Meiji consideraron: la liberación de los siervos del poder de los shogunes o señores feudales; la división territorial de Japón en prefecturas para descentralizar el poder, y la elaboración de una constitución que se fundamentaba en las constituciones elaboradas en Occidente.
Las reformas político-sociales adoptadas en Alemania, Rusia y Japón, prepararon el camino para que se llevara a cabo en esas naciones un impresionante desarrollo industrial.
En Alemania, el gobierno fomentó la libre compra y venta de productos elaborados en su territorio, alentando así el crecimiento de su industria. Los bancos alemanes apoyaron con préstamos y créditos a los industriales para que establecieran fábricas, impulsando preferentemente la industria siderúrgica por la demanda de acero que había en el mercado internacional, convirtiéndose la economía alemana en una de las más vigorosas de Europa.
Por su parte, la economía rusa se favoreció con la construcción del ferrocarril. A partir de 1870 se transportaron hierro, carbón y petróleo, desde lugares alejados. Sin embargo, la falta de bancos e instituciones de crédito fue uno de los principales obstáculos para el desarrollo de la industria rusa. Este problema se comenzó a resolver cuando algunos bancos franceses invirtieron capitales en el ramo industrial ruso.
En Japón, el establecimiento de una industria moderna de corte capitalista, apoyada en maquinaria y obreros, inició el proceso de industrialización del país. El gobierno imperial ordenó una serie de impuestos sobre el uso de la tierra, los cuales se destinaron a la construcción de las industrias necesarias para el despegue de la economía moderna. La ayuda del exterior consistió en la llegada de asesores técnicos y expertos ingenieros occidentales, que se encargaron de echar a andar la joven industria japonesa.
Así, Alemania, Rusia y Japón en poco tiempo alcanzaron el nivel de desarrollo de otras potencias industriales y políticas en el plano internacional.
En el caso de las regiones dominadas por las potencias colonialistas, éstas padecieron los estragos de la desmedida ambición y poder, producto de la industrialización.
En la India, hacia 1820, los ingleses conquistaron el territorio por medio de campañas militares, convirtiéndose en dueños de casi toda la región y obteniendo el control comercial de la zona. Sin embargo, estas formas de control no impidieron las rebeliones de los hindúes, que fueron reprimidos sangrientamente.
En China, los mercaderes ingleses encontraron en el opio un negocio muy lucrativo. En la Guerra del Opio, entre 1839 y 1842, China perdió y tuvo que entregar a los ingleses la isla de Hong Kong, y permitir el tráfico de opio en su territorio.
El caso de Africa es más dramático aún. Muchas naciones europeas colonizaron este continente desde el siglo XVI, pero con más fuerza en el siglo XIX.
Entre 1800 y 1865, comerciantes, militares, administradores, aventureros y misioneros ingleses, franceses, belgas, portugueses, estadounidenses y holandeses comenzaron a dominar extensas regiones africanas: El Cabo, Sudán. Maputo, Ghana, Argelia, Gabón, Gambia, Guinea, Mozambique, Suazilandia y varios mas.
A partir de 1860, las potencias entraron en conflicto por el dominio de diferentes regiones del mundo. Esta situación llevó a los países colonialistas a arreglar sus diferencias en la Conferencia de Berlín efectuada en 1884. Quince países colonialistas europeos, americanos y asiáticos se repartieron los territorios de Africa, la cual no pudo liberarse totalmente del dominio colonial hasta 1960.
Los efectos del colonialismo por la búsqueda de materia prima para alimentar la industria de las grandes potencias, se pueden apreciar en los actos de guerra y violencia mediante los cuales se hicieron presentes los dominadores sobre los dominados.
Imposición de sistemas económicos, agotamiento de los recursos naturales y destrucción de culturas autóctonas son algunas de las consecuencias de la industrialización y de los afanes colonialistas de las potencias en el siglo XIX.
Inglaterra colonizó Australia, Nueva Zelanda, la India, Sudáfrica, y muchas otras regiones del mundo. Esta colonización tuvo, como primer objetivo, adquirir materia prima para abastecer su industria y establecer puestos de aprovisionamiento para sus barcos mercantes. Posteriormente, en estas regiones los ingleses instalaron gobiernos dirigidos desde Inglaterra. Sin embargo, la colonización trajo consigo la explotación y esclavitud de los nativos de esas tierras.
En el caso de Estados Unidos, luego de lograr su independencia de Inglaterra en 1776, iniciaron una política de expansión hacia la costa oeste. Negociaron con Inglaterra los territorios del noreste; compraron a Francia el territorio de Luisiana en 1803; España les cedió la Florida en 1819, y anexaron Texas a su territorio en 1836. En los territorios ocupados, Estados Unidos permitió a los colonizadores crear gobiernos propios que se unificaron en un gobierno federal. Los nativos de las regiones colonizadas fueron expulsados, recluidos en espacios delimitados llamados reservaciones, o exterminados.
Para lograr la colonización territorial, y el dominio político y comercial de regiones tan distantes, el desarrollo del transporte marítimo cobró especial importancia. Los lentos barcos de vela fueron sustituidos por buques de mayor tonelaje que transportaban más mercancía en menor tiempo.
Conforme avanzaba el siglo XIX, nuevas potencias pasaron a ocupar un lugar importante en el equilibrio político mundial: Alemania, Rusia y Japón.
A principios del siglo XIX, no existía lo que hoy conocemos como Alemania. Los pequeños reinos que se encontraban ahí, no habían formado una nación debido a la organización política feudal que imperaba. Hacia 1830, un acuerdo económico que permitía el libre tránsito de productos constituyó el antecedente para la unificación de los pequeños reinos germanos en un gran Estado alemán.
El canciller prusiano Otto von Bismarck logró finalmente la creación de un nuevo imperio alemán, después de haber derrotado a Francia en la guerra franco-prusiana en 1871.
Por otra parte, la situación del Imperio ruso en los comienzos del siglo XIX era incierta. Rusia vivía bajo una organización feudal: los campesinos trabajaban la tierra para los terratenientes o señores feudales; el zar gobernaba el imperio y rechazaba cualquier intento de reforma democrática.
A partir de 1856, la situación comenzó a cambiar. El zar Alejandro II liberó a los campesinos de su condición de siervos, mediante un pago que hizo el gobierno a los terratenientes; permitió la creación de asambleas locales y promovió la formación de una asamblea llamada Duma.
En el Lejano Oriente, Japón había sido gobernado durante siglos por antiguas casas dinásticas de tipo feudal, haciendo a un lado el poder del emperador. En 1868, el emperador Meiji recobró la autoridad imperial e inició una serie de reformas que pretendían introducir en Japón los avances políticos, económicos y sociales de Occidente.
Las reformas emprendidas por Meiji consideraron: la liberación de los siervos del poder de los shogunes o señores feudales; la división territorial de Japón en prefecturas para descentralizar el poder, y la elaboración de una constitución que se fundamentaba en las constituciones elaboradas en Occidente.
Las reformas político-sociales adoptadas en Alemania, Rusia y Japón, prepararon el camino para que se llevara a cabo en esas naciones un impresionante desarrollo industrial.
En Alemania, el gobierno fomentó la libre compra y venta de productos elaborados en su territorio, alentando así el crecimiento de su industria. Los bancos alemanes apoyaron con préstamos y créditos a los industriales para que establecieran fábricas, impulsando preferentemente la industria siderúrgica por la demanda de acero que había en el mercado internacional, convirtiéndose la economía alemana en una de las más vigorosas de Europa.
Por su parte, la economía rusa se favoreció con la construcción del ferrocarril. A partir de 1870 se transportaron hierro, carbón y petróleo, desde lugares alejados. Sin embargo, la falta de bancos e instituciones de crédito fue uno de los principales obstáculos para el desarrollo de la industria rusa. Este problema se comenzó a resolver cuando algunos bancos franceses invirtieron capitales en el ramo industrial ruso.
En Japón, el establecimiento de una industria moderna de corte capitalista, apoyada en maquinaria y obreros, inició el proceso de industrialización del país. El gobierno imperial ordenó una serie de impuestos sobre el uso de la tierra, los cuales se destinaron a la construcción de las industrias necesarias para el despegue de la economía moderna. La ayuda del exterior consistió en la llegada de asesores técnicos y expertos ingenieros occidentales, que se encargaron de echar a andar la joven industria japonesa.
Así, Alemania, Rusia y Japón en poco tiempo alcanzaron el nivel de desarrollo de otras potencias industriales y políticas en el plano internacional.
En el caso de las regiones dominadas por las potencias colonialistas, éstas padecieron los estragos de la desmedida ambición y poder, producto de la industrialización.
En la India, hacia 1820, los ingleses conquistaron el territorio por medio de campañas militares, convirtiéndose en dueños de casi toda la región y obteniendo el control comercial de la zona. Sin embargo, estas formas de control no impidieron las rebeliones de los hindúes, que fueron reprimidos sangrientamente.
En China, los mercaderes ingleses encontraron en el opio un negocio muy lucrativo. En la Guerra del Opio, entre 1839 y 1842, China perdió y tuvo que entregar a los ingleses la isla de Hong Kong, y permitir el tráfico de opio en su territorio.
El caso de Africa es más dramático aún. Muchas naciones europeas colonizaron este continente desde el siglo XVI, pero con más fuerza en el siglo XIX.
Entre 1800 y 1865, comerciantes, militares, administradores, aventureros y misioneros ingleses, franceses, belgas, portugueses, estadounidenses y holandeses comenzaron a dominar extensas regiones africanas: El Cabo, Sudán. Maputo, Ghana, Argelia, Gabón, Gambia, Guinea, Mozambique, Suazilandia y varios mas.
A partir de 1860, las potencias entraron en conflicto por el dominio de diferentes regiones del mundo. Esta situación llevó a los países colonialistas a arreglar sus diferencias en la Conferencia de Berlín efectuada en 1884. Quince países colonialistas europeos, americanos y asiáticos se repartieron los territorios de Africa, la cual no pudo liberarse totalmente del dominio colonial hasta 1960.
Los efectos del colonialismo por la búsqueda de materia prima para alimentar la industria de las grandes potencias, se pueden apreciar en los actos de guerra y violencia mediante los cuales se hicieron presentes los dominadores sobre los dominados.
Imposición de sistemas económicos, agotamiento de los recursos naturales y destrucción de culturas autóctonas son algunas de las consecuencias de la industrialización y de los afanes colonialistas de las potencias en el siglo XIX.
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