Los primeros grandes monarcas persas, que hegemonizaron a los medos, Ciro el Grande y Cambises, extendieron sus dominios, antes del 522, desde el Indo hasta el Nilo y las costas asiáticas del Egeo. Tras la derrota de Creso de Lidia (546?), su reino y su vasta área de influencia anatólica, incluidas las costas pobladas por griegos, cayeron en manos persas y fueron adscritas al sátrapa de Sardes, antigua capital de Lidia. Darío, el primer soberano de la Casa Aqueménide, fortaleció el dominio persa sobre la zona y quiso desembarazarla, por el N. y el O., de la permanente amenaza de los pueblos esteparios (escitas), con los cuales tenía frontera prácticamente todo el dilatadísimo septentrión imperial.
Por causas varias que no se conocen con toda precisión, las ciudades grecoasiáticas se alzaron ("revuelta jonia", 500-494), pero fueron derrotadas y castigadas: Mileto, la principal, fue incendiada. Los rebeldes fueron ayudados, aunque en escasa medida, por algunos griegos europeos, como atenienses y eretrios. Darío quiso castigar la intromisión y preparó una gran expedición contra la Grecia europea. Fuerzas de tierra y mar, muy numerosas, cruzaron los estrechos. Pero la flota, imprescindible en la expedición, fue destruida por una tormenta (492). En el 490, un nuevo ejército, de unos 25.000 hombres, pudo desembarcar al N. del Ática, en la planicie de Maratón. Atenas había solicitado la ayuda de los hoplitas lacedemonios, que demoraron su partida por causas rituales. Diez mil hoplitas atenienses, mandados por otros tantos estrategos, con el solo refuerzo de 1.000 aliados de Platea lograron vencer, dirigidos por Milcíades, a la infantería persa, cuyo descalabro fue tan sensible que desbarató la operación combinada por Darío. La tradición señala que las bajas griegas sumaron 192 hombres frente a 6.400 del contingente imperial. Los hoplitas regresaron a la capital y las fuerzas del Gran Rey volvieron a sus países.
Diez años más tarde, regresó Jerjes, sucesor de Darío, con un enorme ejército (de varios millones de hombres, según Heródoto, cifra desestimable) que forzosamente avanzó con lentitud y permitió preparar la defensa griega. En el 481, la magnitud de la amenaza produjo como efecto una liga defensiva de varios Estados helenos, cuyas tropas fueron encomendadas al mando espartano y su flota al ateniense (unos 350 barcos, frente al triple de la flota imperial). Los griegos discutieron si la defensa inicial por tierra debía situarse en el estrecho istmo de Corinto (fácil de defender, pero que abandonaba el Ática y la Grecia central al enemigo) o en el desfiladero de las Termópilas, como deseaban los Estados más norteños. Finalmente, bajo mando de uno de los diarcas espartanos, Leónidas, 7.000 infantes se apostaron en las Termópilas y 271 naves mandadas por Temístocles lo hicieron en el cabo Artemisio. Los ejércitos persas de tierra y mar atacaron a la vez, en agosto del 480. Por mar, intentaron sorprender a la armada helena, que logró informarse de sus intenciones: sus maniobras y una fuerte tormenta que la sorprendió en puerto, mientras las naves del Gran Rey estaban en mar abierta, causaron daños al invasor. En las Termópilas, Leónidas y sus hombres resistieron durante dos días, con grave daño del enemigo, pero fueron rodeados y exterminados, aunque ganaron un tiempo precioso. El ataque naval persa, que supuso muchas bajas por ambos bandos, no fue resolutorio. El ejército de Jejes, con contingentes de griegos septentrionales que se sumaron a sus tropas, tomó Atenas, desguarnecida y evacuada, en septiembre y la entregó al fuego. La flota, única esperanza, se alineó en el estrecho de Salamina. Temístocles decidió fingir una retirada y atraer a las naves de Jerjes (fenicias y griegas) hacia el estrecho: allí la pericia ateniense y la maniobrabilidad de sus 180 naves infligió una fuerte derrota a la armada aqueménide (À400 barcos?), cuyos restos hubieron de retirarse a Asia, ante la proximidad del invierno, como hizo el propio Gran Rey. En su retirada, la flota persa fue sorprendida (479) en Mícale, de noche, varada y desguarnecida, y fue quemada: sus marinos fueron vencidos en tierra por un contingente espartano mandado por Leotiquidas. El ejército imperial quedó en Grecia, mandado por Mardonio (cuñado de Jerjes) hasta que fue derrotado en Platea, en el 479, por un contingente de tropas de Esparta, Atenas y Tegea que venció a los quizá 10.000 orientales y 70.000 griegos y tracios de Mardonio.
La guerra, aunque ya no en tierra griega, continuó durante treinta años más, bajo dirección de Atenas, dado el carácter decisivo del dominio del mar. La Liga de Delos, creada en el 478-477 y reglamentada por Arístides, logró consolidar su dominio en la costa anatolia. En el 468, en las bocas del Eurimedonte (Panfilia), la flota de la Liga y sus fuerzas de tierra obtuvieron una doble victoria sobre los persas. En el 449, tras la conquista de la mayor parte de Chipre por las fuerzas atenienses mandadas por Cimón, una paz negociada por Calias (cuñado de Cimón), puso formalmente fin a la guerra abierta entre el Gran Rey y Atenas y sus aliados.
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