Superada la crisis del siglo XVII, la economía europea conoció durante el XVIII una etapa de expansión. Con diferencias cronológicas y de intensidad entre los diversos países, la oleada de crecimiento -más suave, por lo general, en una primera etapa y más acusada durante la segunda mitad del siglo, sin que falten problemas y tensiones en las dos últimas décadas- afectó a todos los sectores. Y a diferencia de lo que había ocurrido en el pasado, no desembocará en una nueva fase de recesión. Los cambios cualitativos que acompañaron a la expansión terminaron provocando el desbloqueo y abriendo el camino al crecimiento autosostenido. Pero no conviene exagerar los cambios. Desde una perspectiva global, y ateniéndonos estrictamente al período cronológico de la centuria, la impresión dominante es la de que prácticamente toda Europa vivía todavía en pleno "antiguo régimen económico" (E. Labrousse), caracterizado por el predominio de la agricultura, el papel secundario de la industria, la fragmentación del espacio económico y la inexistencia de un mercado nacional y el alto grado de autoabastecimiento. Ahora bien, sobre este fondo tradicional, el movimiento existía. No en toda Europa ni en todos los sectores económicos al mismo tiempo y con la misma intensidad. El dinamismo fue particularmente notable en el ámbito del comercio internacional y de las finanzas. Frente a ello, la agricultura y la industria no dejan de ofrecer mayores permanencias. En especial, el crecimiento agrario parece modesto, casi meramente cuantitativo. Pero, además de alimentar a una población en constante crecimiento, un examen más atento revela que también hubo intensificación y cambio. Por último, la industria se desarrolló considerablemente. Sin salir de su modesta posición -al menos, en el Continente- y, en buena medida, en el marco de las estructuras tradicionales. Pero cada vez con una mayor penetración del capital comercial en la esfera de la producción, lo que sería en ciertos casos la vía hacia la industrialización. Y la conjunción de un cúmulo de factores de diversa naturaleza -de los que no se excluye el mero azar- hacia que en las últimas décadas del siglo se acelerara la producción en general, y la industrial en particular, comenzándose un proceso de aceleración y de mutación de las estructuras que puede denominarse con propiedad revolución industrial. Se estaba sólo en sus inicios y en el estrecho marco de un solo país y debería afianzarse en el transcurso del siglo siguiente. Pero su aparición en un siglo en cuyos inicios la aceptación de los principios mercantilistas era casi universal, habla bien a las claras de la profundidad de los cambios producidos en su transcurso.Ilustración: Con este término hacemos referencia a una manifestación del pensamiento occidental europeo (Francia, Inglaterra, Alemania, España, Italia, principalmente), que se expande a lo largo del siglo XVIII y que se caracteriza por una sostenida crítica a la tradición desde principios racionalistas. Se cree en el poder transformador de la cultura y que la ignorancia es causa fundamental del mal. Predomina un racionalismo (cartesianismo) científico y utilitario con preferencia por una "literatura de ideas" (véase el contraste esquemático entre la Ilustración y el Romanticismo, así como su manifestación en la pintura).
En lo que los críticos denominan una "cultura dirigida", la literatura de los ilustrados, de carácter racionalista y con objetivos didáctico-científicos, buscaba, en efecto, transformar al pueblo desde el gobierno y las instituciones. Las críticas se dirigen con intensidad al escolasticismo y la Inquisición, a la Iglesia católica de la Contrarreforma y a la Compañía de Jesús. Se parte de una convicción de la igualdad entre los seres humanos y los derechos inherentes de la naturaleza humana; pero se hace desde los principios de un despotismo ilustrado (según la expresión popular de "todo para el pueblo, pero sin el pueblo"), de ahí el carácter de las nuevas instituciones, de ahí también la centralización y ansia de reglamentar la cultura con el objetivo de transformar la sociedad.
En el mundo hispánico, el siglo XVIII comienza con una guerra de sucesión en España que finaliza en 1713 (Tratado de Utrecht) y que confirma a Felipe de Anjou (miembro de la casa de Borbón) como rey de España. Esta nueva alianza con Francia acelera la entrada en España del pensamiento de la Ilustración, que alcanza su apogeo durante el reinado de Carlos III (1759-1788); sobre todo durante la primera parte del reinado, los ilustrados llegaron a ocupar los puesto de poder. Las reformas, sin embargo, siguiendo el modelo francés, había comenzado ya desde principios del siglo. Así la creación de la Biblioteca Nacional (1712), la Real Academia Española (1713), Real Academia de la Historia (1735), entre instituciones directamente relacionadas con los procesos de regular, centralizar y difundir la cultura. Surgen también las Sociedades de Amigos del País, que se multiplicaron con gran rapidez en España y en Iberoamérica. Su origen en España data de 1760, cuando el Conde de Peñaflorida organizó en el pueblo vasco de Azcoitia una academia dedicada a la discusión en la ciencias naturales, "Los Caballeritos de Azcoitia", que en 1766 se convierte en Sociedad de Amigos del País. En Iberoamérica se destacó por su actividad la Sociedad de Amantes del País de Lima. El siglo XVIII termina con los primeros focos de independencia de las colonias americanas, fomentados precisamente por el pensamiento de la ilustración.
El siglo XVIII hispánico, el movimiento ilustrado, supone una apertura al resto de Europa occidental embarcada ya hacia metas laicas y racionalistas, muy distantes de las posiciones tradicionalistas que dominaban en el siglo XVII español. El cambio de objetivos traía consigo una percepción de atraso y decadencia y una polarización entre los que proponen la "ilustración" y los que se atrincheran en las formas tradicionales: unos viendo en lo extranjero el horizonte a seguir (particularmente en Francia), otros negando todo lo extranjero. Así los ilustrados fueron acusados de extranjerizantes (afrancesados). La cultura europea de la Ilustración se proyectaba con objetivos de globalización y secularización. En Iberoamérica surgen a finales del siglo XVIII publicaciones periódicas donde se debaten y se difunden las nuevas ideas. Entre estas publicaciones destacan: Gaceta de Literatura (México, 1788-1795); Papel Periódico de La Habana (Cuba, 1790-1804); Mercurio Peruano (Perú, 1791-1795); Papel Periódico de Bogotá (Colombia, 1791-1797); Gaceta de Guatemala (Guatemala, 1797-1810).
Dentro de las letras hispánicas, el siglo XVIII (siglo de la Ilustración) destaca por el énfasis en las prosa de ideas: Feijoo, Jovellanos, Fornet, Cadalso, Luzán, Amar y Borbón, Mayans, Arteaga, Santa Cruz y Espejo, Mier, Fernández de Lizardi, entre otros muchos.
En lo que los críticos denominan una "cultura dirigida", la literatura de los ilustrados, de carácter racionalista y con objetivos didáctico-científicos, buscaba, en efecto, transformar al pueblo desde el gobierno y las instituciones. Las críticas se dirigen con intensidad al escolasticismo y la Inquisición, a la Iglesia católica de la Contrarreforma y a la Compañía de Jesús. Se parte de una convicción de la igualdad entre los seres humanos y los derechos inherentes de la naturaleza humana; pero se hace desde los principios de un despotismo ilustrado (según la expresión popular de "todo para el pueblo, pero sin el pueblo"), de ahí el carácter de las nuevas instituciones, de ahí también la centralización y ansia de reglamentar la cultura con el objetivo de transformar la sociedad.
En el mundo hispánico, el siglo XVIII comienza con una guerra de sucesión en España que finaliza en 1713 (Tratado de Utrecht) y que confirma a Felipe de Anjou (miembro de la casa de Borbón) como rey de España. Esta nueva alianza con Francia acelera la entrada en España del pensamiento de la Ilustración, que alcanza su apogeo durante el reinado de Carlos III (1759-1788); sobre todo durante la primera parte del reinado, los ilustrados llegaron a ocupar los puesto de poder. Las reformas, sin embargo, siguiendo el modelo francés, había comenzado ya desde principios del siglo. Así la creación de la Biblioteca Nacional (1712), la Real Academia Española (1713), Real Academia de la Historia (1735), entre instituciones directamente relacionadas con los procesos de regular, centralizar y difundir la cultura. Surgen también las Sociedades de Amigos del País, que se multiplicaron con gran rapidez en España y en Iberoamérica. Su origen en España data de 1760, cuando el Conde de Peñaflorida organizó en el pueblo vasco de Azcoitia una academia dedicada a la discusión en la ciencias naturales, "Los Caballeritos de Azcoitia", que en 1766 se convierte en Sociedad de Amigos del País. En Iberoamérica se destacó por su actividad la Sociedad de Amantes del País de Lima. El siglo XVIII termina con los primeros focos de independencia de las colonias americanas, fomentados precisamente por el pensamiento de la ilustración.
El siglo XVIII hispánico, el movimiento ilustrado, supone una apertura al resto de Europa occidental embarcada ya hacia metas laicas y racionalistas, muy distantes de las posiciones tradicionalistas que dominaban en el siglo XVII español. El cambio de objetivos traía consigo una percepción de atraso y decadencia y una polarización entre los que proponen la "ilustración" y los que se atrincheran en las formas tradicionales: unos viendo en lo extranjero el horizonte a seguir (particularmente en Francia), otros negando todo lo extranjero. Así los ilustrados fueron acusados de extranjerizantes (afrancesados). La cultura europea de la Ilustración se proyectaba con objetivos de globalización y secularización. En Iberoamérica surgen a finales del siglo XVIII publicaciones periódicas donde se debaten y se difunden las nuevas ideas. Entre estas publicaciones destacan: Gaceta de Literatura (México, 1788-1795); Papel Periódico de La Habana (Cuba, 1790-1804); Mercurio Peruano (Perú, 1791-1795); Papel Periódico de Bogotá (Colombia, 1791-1797); Gaceta de Guatemala (Guatemala, 1797-1810).
Dentro de las letras hispánicas, el siglo XVIII (siglo de la Ilustración) destaca por el énfasis en las prosa de ideas: Feijoo, Jovellanos, Fornet, Cadalso, Luzán, Amar y Borbón, Mayans, Arteaga, Santa Cruz y Espejo, Mier, Fernández de Lizardi, entre otros muchos.
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