19/11/07

Giambattista Vico

Autor: Tomaso AlbinoniObra: Sonata en Sol Menor, 1740Fragmento: Adagio -8.05-
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El 25 de junio de 1668 nació en Nápoles Giambattista Vico. Sus padres fueron Antonio Vico, un librero, y Cándida Masullo. No había cumplido los 8 años cuando sufrió un grave accidente que le dejó consecuencias físicas. Contemporáneos suyos lo recuerdan, en su edad madura, con un bastón, caminando con dificultad, demacrado y con los ojos muy abiertos.


Apuntes biográficos

Su formación fue principalmente autodidacta, apoyado por su padre, aunque estuvo dos años en la Escuela de los Jesuitas de Gesú Vecchio. No continuó sus estudios con ellos porque se consideró perjudicado en un concurso escolar (1681). En 1685 concluyó sus estudios de filosofía. Entre 1688 y 1692 estudió Derecho en la Universidad de Nápoles. Entre 1692 y 1698 fue profesor de retórica especialmente a nivel de clases particulares. Sólo en 1699, obtuvo por oposición la cátedra de elocuencia en la Universidad de Nápoles. Este mismo año se casó con Teresa Catalina Destito. Dedicado a hacer discursos, clases e incluso poesías, tuvo tiempo para preparar estudios referidos a la Educación, a la retórica, a la jurisprudencia y a la historia. Así en 1709 publicó su muy importante estudio "De nostri temporis studiorum ratione". Luego en 1710 apareció su Liber metaphysicus. Algunos años más tarde compuso por encargo la biografía del mariscal Antonio Carafa :” De rebus gestis Antoni Covaphaci”. En 1720 publicó "De universi iuris uno principio et fine uno". Dos años más tarde imprimió "De constantia jurisprudentis". En 1923 recibió un gran desengaño intelectual: perdió en oposición la Cátedra de Derecho Romano. Parece ser que esta es la causa que lo condujo a enfatizar la experiencia de la maldad de los hombres. De ahí su concepción de que la "edad humana", la más plena de las tres edades que caracterizan el curso de la historia de una Sociedad particular, entraba en su decadencia y agonía, justamente por los errores, la maldad y la locura de todos los seres humanos. Como respuesta legítima se impuso la tarea de terminar y publicar su obra magna Sobre una Ciencia Nueva; así en 1725 apareció la primera edición, en italiano, de los "Principi di Scienza nuova d'intomo alla natura delle nazioni, per li quali si ritrovano altri principi del divitto naturale delle genti". En 1730 publicó, con numerosas correcciones, la segunda edición de sus Principios de una Ciencia Nueva; y en el mismo año de su muerte, en 1774, apareció su tercera edición, exactamente en junio. Esta edición, sin lugar a dudas, es la expresión más acabada del novedoso pensamiento Viciano. Vico escribió un tratado que ha sido analizado e interpretado desde el siglo XIX hasta el presente. Utilizando diversas perspectivas epistemológicas, cada comentador y analista de los “Principios de la Ciencia Nueva” ha encontrado lo que quería hallar. Tal vez una de las contradicciones más comentadas en el pensamiento Viciano sea, por una parte su clara afirmación que los hombres hacen la historia y por eso la pueden conocer, y por la otra que la Providencia Divina interviene en las historias particulares de las sociedades civiles creando una "Historia ideal eterna". Si se tiene en cuenta un detalle biografico, esas contradicciones se fundamentan con facilidad: Giambattista Vico fue formado en el pensamiento Cristiano Platónico y ha sido educado como observador profundo del quehacer civil de su sociedad y de su pasado. Su reacción al modelo cartesiano lo lleva a acentuar no sólo el valor del conocimiento histórico sino del filológico, es decir, de aquel conjunto de estudios que permiten saber acerca de las sociedades y culturas del pasado y del presente humano. Es importante señalar, sin embargo, que la oposición Vico-Descartes no significa que el filólogo napolitano no pretenda lo que Descartes intentó hacer: una ciencia nueva, un conocimiento permanente, aunque no perfecto, de los casos civiles; incluso una búsqueda de leyes universales para explicar los actos de los hombres, que sin embargo hiciese posible el libre albedrío de éstos. Vico fue entonces un opositor a Descartes que, de todos modos, se vio fuertemente influenciado por su método.
Teoría de los "avances y retornos"
Vico pretende, al modo de su época, establecer los principios y determinar las leyes de una nueva ciencia que dé cuenta de la *historia ideal eterna* (de acuerdo con la cual transcurren las historias particulares) y explique la naturaleza común de las naciones. Para llevar a cabo este propósito -además de afirmar con claridad que el único modo de penetrar en la naturaleza humana es mediante la ciencia verdaderamente nueva que es la historia- desarrolla el concepto de una providencia ya no de origen divino, sino de origen natural. El sentido del para qué de la historia toma en Vico la figura de un constante fluir en el que de modo regular y cíclico se producen crisis. Por eso la historia humana es como un río cuyos desbordamientos se llaman crisis y cuyos recodos marcan los principios de nuevas épocas. Por tanto, el desorden es necesario, tan necesario como el orden, por lo que tiene de límite. Mas acá y más allá de ese punto límite que es el caos, el desorden, las situaciones de crisis, el hombre vive dentro del cauce que la historia ideal ha excavado y del que no puede escapar sin que esa trasgresión, sin que ese desorden, vaya acompañado o de una violenta restitución del orden o de la muerte. La historia humana es, por tanto, la historia del infatigable renacimiento, del perpetuo renacimiento de la especie humana. La tensión entre el presente y el futuro toma aquí la forma de una fe esperanzada por cuanto la suerte de nuestra especie no está vinculada a la voluntad de algo externo a la propia naturaleza humana y además, el caos, el angustioso desorden, es un momento necesario en devenir de la historia. El paralelismo entre antiguos y modernos demuestra que toda la historia de las sociedades humanas repite eternamente determinadas situaciones típicas. Según Vico, esta curvatura de la historia humana, que la obliga a volver constantemente sobre sí misma, es obra de la voluntad de la providencia divina. Cuando, gracias a la teoría de los avances y retornos, los hombres toman conciencia de esta ley a la que está sujeta su historia, un trozo del velo se levanta. Desde ese agujero, por así decirlo, acceden a esa voluntad, y adquieren la capacidad de reconocerla en acción incluso en un teatro mucho más vasto, constituido por el conjunto de los fenómenos de la vida, de la que forma parte la historia humana. La teoría de los avances y retornos, que en la obra de Vico es considerada a veces como una extravagancia sin consecuencia, adquiriría entonces un gran alcance. Si, de hecho, la conciencia de la propia historia revela a los hombres cómo la providencia divina actúa volviendo a emplear siempre los mismos modelos, que son finitos en número, es posible extrapolar a partir de sus voluntades generales una voluntad particular para el hombre. Aunque el estado de la ciencia en los tiempos de Vico no le permitió avanzar en esa dirección, su teoría abre al conocimiento un recorrido que lleva de la estructura del pensamiento a la estructura de la realidad. En este sentido la obra de Vico resulta de particular interés por su posición de pivote paradójico entre el Renacimiento y la IlustraciónHay dos detalles de la visión de la historia de Vico que valen subrayar. El primero es que da una explicación inicial de las particularidades y las diferencias entre los pueblos. Para Vico, estas diferencias se explican porque en este decurso cíclico de la historia hay edades (las denomina retomando el modelo griego) y los pueblos pueden oponer resistencia al pasar de una etapa a otra. Lo cual explica, también, por qué algunos pueblos han desaparecido completamente antes de recorrer su ciclo completo. El segundo detalle es que Vico sitúa un origen para la historia. La historia es el resultado de la emergencia de tres elementos: la religión, el matrimonio y la sepultura de los muertos, es decir: el sentimiento de la finitud del hombre, el establecimiento de fórmulas explícitas para dar cuenta de las relaciones de parentesco, y el culto a la memoria. Antes está el caos, la noche oscura que se sigue de la dispersión narrada en el Génesis.


Giambattista Vico Ciencia nueva (fragmentos)


" La tópica corresponde a la doctrina de la visión originaria de la que proceden aquellas formas de instrucción y aprendizaje que tienen sus raíces en una visión y en un descubrimiento primitivos (se podría llamar ‘arcaica’ a esta visión, no en el sentido temporal del término, sino en el sentido en que se refiere a los archai u orígenes), en una facultad ingeniosa, es decir, racionalmente indeducible. "
Vico: Del método de la «ciencia nueva»
En Principios de una ciencia nueva sobre la naturaleza común de las naciones, Giambattista Vico(1668-1744) dio unos definidos perfiles a la teoría de los ciclos históricos. La obra, sin embargó, es susceptible de analizarse desde otros puntos dé vista también: la particular interpretación que el autor da de la providencia o las características metodológicas que la ciencia histórica ha de tener.

Por esta razón, esta ciencia, en uno de sus principales aspectos, debe ser una teología civil razonada de la providencia divina, que hasta ahora parece haber fallado. Pues los filósofos hasta aquí o de hecho la han desconocido, como los estoicos y epicúreos que defienden, éstos, un ciego concurso de átomos, y aquéllos, una sorda cadena de causas y efectos que determinan las acciones de los hombres; o la han considerado sólo en el orden de las cosas naturales, por lo cual llamaban «teología natural» a la metafísica, en la que estudiaban este atributo divino y lo confirmaban por el orden físico observado en los movimientos de los cuerpos como esferas, o elementos, y en la causa final deducida de otras cosas naturales de menor importancia. Es, sin embargo, en la economía dé las cosas civiles donde hubieron debido pensarla en donde la propiedad de la palabra, por lo que la providencia fue llamada «divinidad», de divinari, «adivinar», es decir, entenderla como lo oculto al hombre, el porvenir, o lo oculto del hombre, la conciencia; lo primero es lo que ocupa propiamente la parte principal del objeto de la jurisprudencia, que versa sobre las cosas divinas, y de la que depende lo segundo, que lo completa con lo relativo a las cosas humanas. Esta ciencia, por todo esto, debe ser una demostración, por así decirlo, del hecho histórico de la providencia, pues debe ser una historia de las órdenes que ella ha dado a la gran ciudad del género humano, sin previsión ni decisión humana alguna y muy frecuentemente contra los mismos propósitos de los hombres. Por tanto, aunque este mundo haya sido creado en un tiempo particular, sin embargo, las leyes que la providencia ha puesto en él, son universales y eternas.
En la contemplación, pues, de esta divina providencia infinita y eterna, esta ciencia halla ciertas pruebas divinas por las que se confirma y demuestra. Porque la divina providencia, teniendo por ministro a la Omnipotencia, debe explicar sus órdenes por vías tan fáciles como las costumbres humanas; teniendo como consejera a la Sabiduría infinita, cuanto dispone debe ser ley; teniendo como fin su propia inmensa bondad, cuanto ordena debe estar siempre dirigido a un bien superior al que se proponen los hombres.
Por todo esto, en la deplorada oscuridad de los principios y en la innumerable variedad de las costumbres de las naciones, sobre un argumento divino que comprende todas las cosas humanas no se pueden desear pruebas más sublimes que aquellas mismas que nos dan la naturaleza, el orden y el fin, que es la conservación del genero humano, pruebas que nos parecen luminosas y distintas cuando reflexionamos en la facilidad con que nacen las cosas y en qué circunstancias; con frecuencia en lugares muy distantes y a veces contrarios a los propósitos, de los hombres, y sin embargo, se adaptan a ellos por sí mismos. La omnipotencia nos suministra pruebas de esto. Démonos cuenta y veamos el orden con que unas cosas nacen en sus tiempos y lugares propios en el momento en que deben nacer, mientras que otras difieren el tiempo y lugar de su nacimiento; en esto consiste, según la opinión de Horacio, la belleza del orden. Y tales pruebas nos las manifiesta la sublime sabiduría. Consideremos, por último, si somos capaces de entenderlo, en qué ocasiones, lugares y tiempos hubieran podido tener lugar otros beneficios divinos y si se hubiera conseguido en ciertas necesidades o malos momentos de los hombres alcanzar mejor el bien y conservar la sociedad humana; y la eterna bondad de Dios nos dará estas pruebas.
De ahí que la prueba constante que se puede hacer es reflexionar si nuestra mente, dentro de la serie de posibles que le es permitido concebir, y en cuanto le es permitido, puede pensar mayor o menor número de causas u otras cosas distintas de aquellas de donde han salido los efectos de este mundo civil. Haciéndolo, el lector experimentará un divino placer en su cuerpo mortal al contemplar en las ideas divinas este mundo de naciones en toda la amplitud de sus lugares, tiempos y variedades; y convencerá de hecho a los epicúreos de que su azar no puede divagar locamente y alcanzar la salida por cualquier parte, y a los estoicos de que su eterna cadena de causas, con la que piensan ceñir el mundo, depende de la omnipotente, sabia y benigna voluntad del Óptimo Máximo Dios.
Estas sublimes pruebas teológicas naturales nos serán confirmadas mediante las siguientes pruebas lógicas: al razonar sobre los orígenes de las cosas divinas y humanas de los gentiles, se llega a sus principios, resultando necia la curiosidad que impulsa a buscar otros anteriores, pues ésta es la característica de los principios; por ellos se explican los modos particulares del nacimiento de estas cosas o de su naturaleza, que es la característica propia de la ciencia; y por último se confirman con las eternas propiedades que conservan, las cuales no pueden haber nacido sino mediante nacimientos en unos tiempos, lugares y modos determinados, y no en otros, o sea, según su propia naturaleza, como se ha propuesto antes en dos axiomas.
Para hallar estas naturalezas de las cosas humanas, esta ciencia procede mediante el severo análisis de los pensamientos humanos sobre las necesidades o utilidades de la vida social, las cuales son las dos fuentes perennes del derecho natural de las gentes, según se ha indicado ya en los axiomas. Por ello, en uno de sus principales aspectos, esta ciencia es una historia dé las ideas humanas, sobre la que debe proceder la metafísica de la mente humana: esta reina de las ciencias, por el axioma que dice: «las ciencias deben comenzar donde comienza su materia», empezó cuando los hombres empezaron a pensar humanamente y no cuando los filósofos empezaron a reflexionar sobre las ideas humanas (como indica un librillo erudito y docto salido últimamente a la luz con el título de Historia de Ideas, que lleva hasta las últimas controversias que han tenido los dos más grandes ingenios de esta época, Leibniz y Newton).
Y para determinar los tiempos y lugares de esta historia, es decir, cuándo y cómo nacieron estos pensamientos humanos, y dar la certeza mediante su propia cronología y geografía metafísicas, por así decirlo, esta ciencia usa un arte crítico, también metafísica, aplicada a los creadores de estas mismas naciones, entre los cuales y los escritores sobre lo que ha versado hasta ahora la filología debieron transcurrir más de mil años. Y el criterio de que se sirve, según un axioma expuesto, es el enseñado por la providencia divina a todas las naciones; es el sentido común del género humano, determinado por la conformidad necesaria de las propias cosas humanas, en la que radica toda la belleza de este mundo civil. Por tanto, en esta ciencia reina esta clase de pruebas: en cuanto que las leyes han sido establecidas por la providencia divina, las cosas relativas a las naciones debieron, deben y deberán ser tal como han sido razonadas por esta ciencia, aun cuando por toda la eternidad nacieran de tiempo en tiempo mundos infinitos; lo que de hecho es falso.
Al mismo tiempo, esta ciencia describe una historia ideal eterna, sobre la cual transcurren en el tiempo las historias de todas las naciones en sus orígenes, progresos, equilibrios, decadencias y finales. Afirmamos también que aquel que medita esta ciencia se relata a sí mismo esta historia ideal eterna, pues habiendo sido este mundo de naciones hecho por los hombres (éste es el primer principio que se ha establecido antes) y debiéndose hallar, por tanto, el modo de esto en la propia mente humana, ellos mismos son los sujetos de la prueba del «debió, debe, deberá»; pues ocurre que cuando quien hace las cosas se las cuenta a sí mismo, la historia es la más cierta. Así, esta ciencia procede igual que la geometría, la cual, mientras construye o medita sobre sus elementos, se construye el mundo de las dimensiones; pero con tanta más realidad cuanto es mayor la que tienen las acciones humanas en relación con los puntos, líneas, superficies y volúmenes. En esto mismo está la razón que muestra que tales pruebas son de especie divina y que deben ocasionarte, lector, un placer divino, pues conocer y hacer es una misma cosa en Dios.

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