Lucien Febvre.
Combates por la historia
"Si a la hora de reunir estos artículos elegidos entre tantos otros hubiera pensado en erigirme algún monumento habría titulado el compendio de otra manera. Puesto que a lo largo de mi vida he fabricado, y pienso seguir fabricando todavía, unos cuantos muebles sólidos, de los que amueblan la historia --que habrán de servir, al menos provisionalmente, para guarnecer ciertas paredes desnudas del palacio de Clío--, debería llamar Mis virutas a estos restos de madera que al pasar el cepillo han quedado amontonados al pie del banco.Pero si los he recogido, no ha sido en absoluto para recrearme en esas obras cotidianas, sino para prestar algunos servicios a mis compañeros, principalmente a los amás jovenes. en consecuencia, el título que he escogido recordará lo que siempre hubo de militante en mi vida. No será Mis combates, claro que no; nunca he luchado en favor mío ni tampoco contra tal o cual persona determinada. Será Combates por la historia, ya que por ella he luchado toda mi vida.
Por lejos que me remonte en mis recuerdos me veo como historiador por gusto y por deseo, por no decir de corazón y de vocación." p. 5"... Ahí están mis maestros, mis verdaderos maestros. a los que más tarde , entre los dieciséis y los veintún años, habrá que añadir: Elisée Reclus y la profunda humanidad de su Geografía Universal, Burckhardt y su Renacimiento en Italia; Corajoud y sus lecciones en la escuela del Louvre sobre el renacimiento borgoñón y el francés a partir de 1910, el Jaurés de la Historia del socialismo, tan rica en intuiciones económicas y sociales; y, por último, Stendhal, sobre todo el Stendhal de Roma, Nápoles y Florencia, de las Memorias de un turista, de la Correspondencia: "invitaciones a la historia psicológica y sentimental", que durante años estuvieron sobre mi mesita de noche. Las descubrí casi por azar, en aquellos lejanos tiempos, malvendidas por Colomb e impresas por Calmann en papel de envolver, con viejos tipos.... Esa fue "mi alma de papel". Junto a ella, mi alma campestre y rústica: la tierra fue para mí la obra maestra de historia. Los veinte primeros años de mi vida transcurrieron en Nancy; y allí mis recorridos por la espesa arboleda de los bosques de Haye, descubriendo uno tras otro, claramente perfilados, los horizontes de las costas y de los llanos de Lorena, reuní un puñado de recuerdos e impresiones que no abandonaran nunca...recuerdo el tufo del cuero viejo, el acre olor de los caballos sudados, el alegre tintineo de los cascabeles y el chasquido de látigo a la entrada de los pueblos..." pp.6-7
"....Así pues, solo en la liza, trabajé lo mejor que supe.Algunas de las cosas que en estos cincuenta años he podido decir, y que parecían aventuradas cuando las formulaba por vez primera, ya son un lugar común. otras siguen siendo discutidas. La suerte del pionero es bien engañosa: o bien su generación le da razón casi inmediatamente y absorbe en un gran esfuerzo colectivo su esfuerzo de investigador aislado, o bien su generación resiste y deja que la generación siguiente haga germinar la semilla prematuramente lanzada en los surcos. Ahí está la causa de que el éxito prolongado de ciertos libros, de ciertos artículos, sorprenda a su autor: no encontraron su verdadero público hasta diez o quince años después de su publicación, cuando les llegaron ayudas externas....pp. 8-9"
"...¡Ojalá estas páginas que guardan relación entre sí, y por ello espero que sean tanto más expresivas, puedan servir a las causas que me son tan caras! en estos años en que tantas angustias nos oprimen no quiero repetir con el Michelet del Peuple: "Jóvenes y viejos estamos fatigados". ¿Los jóvenes, fatigados? Espero que no. ¿Los viejos, fatigados? No lo deseo. Por encima de tantas tragedias y transformaciones, en el horizonte lucen amplias claridades. En la sangre y el dolor se engendra una humanidad nueva. Y por tanto, como siempre, una historia, una ciencia histórica a la medida de tiempos imprevisibles va a ancer. Yo deseo que mi esfuerzo haya sabido adivinar y abrazar sus directrices por adelantado. Y que mis arroyos puedan aumentar su torrente."
Le Souget, Navidad de 1952.pp. 10-11
"La historia es la ciencia del hombre, ciencia del pasado humano. Y no la ciencia de las cosas o de los conceptos. Sin hombres ¿quién iba a difundir las ideas? Ideas que son simples elementos entre otros muchos de ses bagaje mental hecho de influencias, recuerdos, lecturas y conversaciones que cada uno lleva consigo. ¿Iban a difundirlas las instituciones, separadas de aquellos que las hacen y que, aun respetándolas, las modifican sin cesar? No, solo del hombre es la historia, y la historia entendida en el más amplio sentido. ...La historia es ciencia del hombre; y también de los hechos, sí. Pero de los hechos humanos. La tarea del historiador : volver a encontrar a los hombres que han vivido los hechos y los que, más tarde, se alojaron en ellos para interpretarlos en cada caso.
Y también los textos. Pero se trata de textos humanos. Las mismas palabras que los forman están repletas de sustancia humana. Todos tienen su historia, suenan de forma diferente según los tiempos e incluso si designan objetos materiales; sólo excepcionalmente significan realidades idénticas, cualidades iguales o equivalente.
Hay que utilizar los textos, sin duda. Pero todos los textos. Y no solamente los documentos de archivo en favor de los cuales se ha creado un privilegio: el privilegio de extraer de ellos, como decía el otro, (5) El físico Boisse. Un nombre, un lugar, una fecha, un nombre, un lugar, todo el saber porisitvo, concluía, de un historiador despreocupado por lo real. También un poema, un cuadro, un drama son para nosotros documentos, testimonios de una historia viva y humana, saturados de pensamiento y de acción en potencia...está claro que hay que utilizar los textos, pero no exclusivamente los textos. También los documentos, sea cual sea su naturaleza: los que hace tiempo que se utilizan y, rpinciplamente, aquellos que proporciona el feliza esfuerzo de las nuevas disciplinas como la estadística, como la demografía que sustituye a la genealogía, en la misma medida, indudablemente, en que demos reemplaza en su trono a los reyes y a los principes; como la lingüística que proclama con Meillet que todo hecho lingüístico pone de manifiesto un hecho de civilización; como la psicología que pasa del estudio del individuo al de los grupos y las masas. Y tantas otras disciplinas. Hace milenios que el pólen de los árboles forestales cayó en los cenagosos pantanos del norte.Hoy, un Gradmann , examinándolo con el microscopio saca de ese hecho el fundamento de apasionantes estudios sobre el poblamiento antiguo que la ciencia del hábitat humanos debe confesarse impotente de realizar --aun añadiendo a los datos de los textos el estudio de los nombres de los lugares o el de los vestigioas arqueológicos--. Ese polen milenario es un documento para la historia. La historia hace con él su miel, porque la historia se edifica, sin exclusión, con todo lo que el ingenio de los hombres pueda inventar y combinar para suplir el silencio de los textos, los estragos del olvido....Negociar perpetuamente nuevas alianzas entre disciplinas próximas o lejans; concentrar en haces sobre un mismo tema la luz de varias ciencia heterogéneas: ésa es la tarea primordial, la más urgente y la más fecunda, sin duda, de las que se imponen a una historia que se impacienta ante las fronteras y los compartimientos estancos..." pp. 30-31
(1) Febvre, Lucien, Combates por la historia, Colección Obras Maestas del pensamiento contemporáneo, Nro. 28, Planeta Agostini, Barcelona, 1993.El fundador de la revista ''Annales'', padre también de una historia que él llama ''viva'' (sus seguidores la han bautizado con otros nombres, como ''total'' o ''integral'', además de ''nueva'') ha desencadenado una revolución, desde 1929 al menos, en este campo de estudio, que en principio podríamos centrar en una idea: precisamente la ruptura de ese campo, la desaparición de los límites convencionales que le habían separado de otras parcelas del conocimiento humano; hace del hombre, de la vida humana, el objeto de su interés como historiador porque considera a esa vida humana individuos, grupos, realizaciones, andaduras - el verdadero sujeto de la historia como realidad. Con esto ya despeja la confusión habitual que surge cuando, por la doble acepción de la palabra ''historia'', las funciones sujeto-objeto resultan ambiguas.
Febvre también aboga por una historiografía que no se quede en el método - tan caro a los positivistas, pero que sólo es un instrumento, y, además, pobre, porque, en la opinión de los budas oficiales de fines del XIX (siguiendo a Fustel de Coulanges) sólo los textos y su tratamiento crítico sirven de fuente a los hechos (y éstos, los hechos, son sagrados, son la historia de verdad, limitándose el historiador a depurarlos y ordenarlos con la mayor asepsia posible). Por el contrario, los documentos, en la nueva historia, son infinitos; basta con que quien los maneja sepa hacerles hablar, sean piedras, caminos, topónimos o papeles privados.
Campo infinito, documentos infinitos...Si antes era difícil ser historiador, Febvre lo pone casi imposible. Qué titán será capaz de manejar semejante masa de datos concernientes a cualquier aspecto de la vida humana? Pero es que, para complicarlo más, exige al futuro historiador una cultura previa mucho más diversificada de lo habitual: formación jurídica, económica, estadística, lingüística, conocimiento de las técnicas de las ciencias naturales aplicables a la historia (métodos químicos, físicos o biológicos). El historiador, por otra parte, debe huir del especialismo, no puede quedarse encerrado en tiempos o temas demasiado segmentados.
Campos infinitos, documentos infinitos, formación exhaustiva...Todo ello es lo menos importante. Donde el historiador tiene que actuar como tal, acercándose con ello a la verdadera acepción del término ''ciencia'', es en el modo de abordar el tema. Como varias veces repite, quien mira a través de un microscopio no ve nada que tenga sentido; el sentido se lo da la hipótesis de trabajo que previamente ha hecho: ''quien no sabe lo que busca no lo encontrará''. Elaborar esas ideas, esos presupuestos es ya avanzar gran parte del camino; ello permitirá más tarde servirse del trabajo especializado de otros (él ve al historiador como jefe de un equipo técnico al que da directrices y cuyas investigaciones sintetiza y redacta desde su capacidad de ''generalista''), y no librar al azar la obtención del material necesario para su menester (no es, por tanto, un recogedor de restos informes que encuentra por casualidad).
Campos infinitos, documentos infinitos, formación exhaustiva, planteamiento de hipótesis, trabajo de equipo...Todo esto Para qué? La historia tradicional, según él, a pesar de su aparente prestigio, no respondía a lo que la sociedad culta le demandaba: comprender e] presente a través del pasado y el pasado a través del presente. No juzgar, ni describir, ni enumerar: reconstruir con imaginación para comprender el mundo. Tampoco para buscar en el pasado tradiciones, identidades estáticas, modelos, sino, al revés, pare eludirlo, para liberarnos de él en lo que tiene de rémora para la vida actual. Ni para demostrar lo inexorable de nada, pues la vida es demasiado fluida y no puede ser reducida a una progresión lineal y unívoca.
Qué proyecto! Quién no se apunta? Pero Quién no se siente, de inmediato, excluido del grupo de los escogidos? Quién tendrá la pretensión de creerse en condiciones de cumplir todos los requisitos? Hay hombres que se han acercado mucho a ese ideal, y, en algunos aspectos, les han sobrado condiciones: el mismo Febvre, Bloch, Braudel, Vicens Vives, Reglá...Pero el historiador común, el epígono, no se siente con fuerzas para abordar tan ardua tarea. Y vuelve a agarrarse a la monografía, a la especialización, a la microhistoria, como antes de esta revolución, aunque ahora se apoye, no en la crítica textual, sino en la fotografía aérea, en la arqueología industrial, en las estadísticas o en las filmotecas. Eso sí, se autotitulará discípulo de aquéllos y se mostrará despectivo con la manera de trabajar de las generaciones anteriores. Exactamente la actitud vital de los epígonos de Michelet o de Momsen; la suficiencia del que necesita estar a bien con lo que hoy es doctrina para obtener la respetabilidad profesional que anhela.
No es, desde luego, una exposición sistemática la forma que adopta este nuevo proyecto historiográfico: se trata de una serie heterogénea de artículos que engloban desde discursos académicos hasta conferencias, con inclusión de varias, muy interesantes, recensiones críticas extraídas de ''Annales''.
Las citadas recensiones se pueden dividir en tres apartados: críticas negativas a la metodología tradicional; críticas, también negativas, a otras innovaciones como la suya, pero que no le merecen crédito; y crítica vehementemente positiva, a la gran obra de Braudel ''el Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II''.
En el primer caso, hay que remarcar su fobia, al parecer hasta personal hacia Seignobos, el gran maestro de la historia francesa junto con Bourgeois. Es una andanada contra el vacío del positivismo, aureolado con la respetabilidad de un falso cientificismo (versión decimonónica). Del mismo modo trata a Louis Halphen, director de la famosa colección ''Peuples et Civilisations'', al que acusa de hacer una historia ''historiorizante'', que no queda claro en qué consiste (Una finalidad en sí misma?).
Si hasta ahora hemos visto un Lucien Febvre revolucionario, rompedor y desafiante, su actitud cambia de un modo radical cuando tiene enfrente la fuerza arrolladora de la ideología (Guerin y su historia de las clases sociales en la Revolución francesa), la portentosa capacidad analógica de Spengler o la imaginación creadora de Toynbee. A los tres los trata como intrusos. Al primero lo ve como un descarado manipulador que busca credibilidad a base de amenazas anatematizadoras contra quienes discrepen de su visión trotskista, pero se cuida mucho de invalidar la tesis de la presencia de fermentos socialistas en la más burguesa de la revoluciones parisinas. Del segundo le separa una especie de repugnancia que, más que en razones de orden epistemológico, se apoya en un juicio de intenciones; es casi un ataque ''ad personam'' incluyendo la malévola alusión a sus simpatías filonazis, tan mal pagadas, por cierto. No está bien que un historiador que se precie de imparcial asuma el papel de un Clemenceau. Con Toynbee es de suponer en Febvre una grave perplejidad: nada más cercano a su manifiesto en favor de la imaginación, de la ruptura de moldes, de la concatenación de fenómenos, del abandono de la erudición estéril en favor de otro tipo de erudición al servicio de la comprensión global de todo el proceso histórico. Pero le parece que el sabio diletante inglés va demasiado lejos; como Lutero, se vuelve contra su seguidor y le echa encima a sus antiguos enemigos. Ahora Febvre es la quintaesencia del rigor, de la ortodoxia, de no hacer hablar a los hechos más allá del marco en que se desarrollan. Conservador frente a Toynbee, se siente desbordado y marca de nuevo los límites, acota otra vez, como sus predecesores. Ir más allá es estar fuera: traducción a la historiografía de la mentalidad leninista. Pero no es culpable de nada. Así es la vida, a la que él rinde culto
Por lejos que me remonte en mis recuerdos me veo como historiador por gusto y por deseo, por no decir de corazón y de vocación." p. 5"... Ahí están mis maestros, mis verdaderos maestros. a los que más tarde , entre los dieciséis y los veintún años, habrá que añadir: Elisée Reclus y la profunda humanidad de su Geografía Universal, Burckhardt y su Renacimiento en Italia; Corajoud y sus lecciones en la escuela del Louvre sobre el renacimiento borgoñón y el francés a partir de 1910, el Jaurés de la Historia del socialismo, tan rica en intuiciones económicas y sociales; y, por último, Stendhal, sobre todo el Stendhal de Roma, Nápoles y Florencia, de las Memorias de un turista, de la Correspondencia: "invitaciones a la historia psicológica y sentimental", que durante años estuvieron sobre mi mesita de noche. Las descubrí casi por azar, en aquellos lejanos tiempos, malvendidas por Colomb e impresas por Calmann en papel de envolver, con viejos tipos.... Esa fue "mi alma de papel". Junto a ella, mi alma campestre y rústica: la tierra fue para mí la obra maestra de historia. Los veinte primeros años de mi vida transcurrieron en Nancy; y allí mis recorridos por la espesa arboleda de los bosques de Haye, descubriendo uno tras otro, claramente perfilados, los horizontes de las costas y de los llanos de Lorena, reuní un puñado de recuerdos e impresiones que no abandonaran nunca...recuerdo el tufo del cuero viejo, el acre olor de los caballos sudados, el alegre tintineo de los cascabeles y el chasquido de látigo a la entrada de los pueblos..." pp.6-7
"....Así pues, solo en la liza, trabajé lo mejor que supe.Algunas de las cosas que en estos cincuenta años he podido decir, y que parecían aventuradas cuando las formulaba por vez primera, ya son un lugar común. otras siguen siendo discutidas. La suerte del pionero es bien engañosa: o bien su generación le da razón casi inmediatamente y absorbe en un gran esfuerzo colectivo su esfuerzo de investigador aislado, o bien su generación resiste y deja que la generación siguiente haga germinar la semilla prematuramente lanzada en los surcos. Ahí está la causa de que el éxito prolongado de ciertos libros, de ciertos artículos, sorprenda a su autor: no encontraron su verdadero público hasta diez o quince años después de su publicación, cuando les llegaron ayudas externas....pp. 8-9"
"...¡Ojalá estas páginas que guardan relación entre sí, y por ello espero que sean tanto más expresivas, puedan servir a las causas que me son tan caras! en estos años en que tantas angustias nos oprimen no quiero repetir con el Michelet del Peuple: "Jóvenes y viejos estamos fatigados". ¿Los jóvenes, fatigados? Espero que no. ¿Los viejos, fatigados? No lo deseo. Por encima de tantas tragedias y transformaciones, en el horizonte lucen amplias claridades. En la sangre y el dolor se engendra una humanidad nueva. Y por tanto, como siempre, una historia, una ciencia histórica a la medida de tiempos imprevisibles va a ancer. Yo deseo que mi esfuerzo haya sabido adivinar y abrazar sus directrices por adelantado. Y que mis arroyos puedan aumentar su torrente."
Le Souget, Navidad de 1952.pp. 10-11
"La historia es la ciencia del hombre, ciencia del pasado humano. Y no la ciencia de las cosas o de los conceptos. Sin hombres ¿quién iba a difundir las ideas? Ideas que son simples elementos entre otros muchos de ses bagaje mental hecho de influencias, recuerdos, lecturas y conversaciones que cada uno lleva consigo. ¿Iban a difundirlas las instituciones, separadas de aquellos que las hacen y que, aun respetándolas, las modifican sin cesar? No, solo del hombre es la historia, y la historia entendida en el más amplio sentido. ...La historia es ciencia del hombre; y también de los hechos, sí. Pero de los hechos humanos. La tarea del historiador : volver a encontrar a los hombres que han vivido los hechos y los que, más tarde, se alojaron en ellos para interpretarlos en cada caso.
Y también los textos. Pero se trata de textos humanos. Las mismas palabras que los forman están repletas de sustancia humana. Todos tienen su historia, suenan de forma diferente según los tiempos e incluso si designan objetos materiales; sólo excepcionalmente significan realidades idénticas, cualidades iguales o equivalente.
Hay que utilizar los textos, sin duda. Pero todos los textos. Y no solamente los documentos de archivo en favor de los cuales se ha creado un privilegio: el privilegio de extraer de ellos, como decía el otro, (5) El físico Boisse. Un nombre, un lugar, una fecha, un nombre, un lugar, todo el saber porisitvo, concluía, de un historiador despreocupado por lo real. También un poema, un cuadro, un drama son para nosotros documentos, testimonios de una historia viva y humana, saturados de pensamiento y de acción en potencia...está claro que hay que utilizar los textos, pero no exclusivamente los textos. También los documentos, sea cual sea su naturaleza: los que hace tiempo que se utilizan y, rpinciplamente, aquellos que proporciona el feliza esfuerzo de las nuevas disciplinas como la estadística, como la demografía que sustituye a la genealogía, en la misma medida, indudablemente, en que demos reemplaza en su trono a los reyes y a los principes; como la lingüística que proclama con Meillet que todo hecho lingüístico pone de manifiesto un hecho de civilización; como la psicología que pasa del estudio del individuo al de los grupos y las masas. Y tantas otras disciplinas. Hace milenios que el pólen de los árboles forestales cayó en los cenagosos pantanos del norte.Hoy, un Gradmann , examinándolo con el microscopio saca de ese hecho el fundamento de apasionantes estudios sobre el poblamiento antiguo que la ciencia del hábitat humanos debe confesarse impotente de realizar --aun añadiendo a los datos de los textos el estudio de los nombres de los lugares o el de los vestigioas arqueológicos--. Ese polen milenario es un documento para la historia. La historia hace con él su miel, porque la historia se edifica, sin exclusión, con todo lo que el ingenio de los hombres pueda inventar y combinar para suplir el silencio de los textos, los estragos del olvido....Negociar perpetuamente nuevas alianzas entre disciplinas próximas o lejans; concentrar en haces sobre un mismo tema la luz de varias ciencia heterogéneas: ésa es la tarea primordial, la más urgente y la más fecunda, sin duda, de las que se imponen a una historia que se impacienta ante las fronteras y los compartimientos estancos..." pp. 30-31
(1) Febvre, Lucien, Combates por la historia, Colección Obras Maestas del pensamiento contemporáneo, Nro. 28, Planeta Agostini, Barcelona, 1993.El fundador de la revista ''Annales'', padre también de una historia que él llama ''viva'' (sus seguidores la han bautizado con otros nombres, como ''total'' o ''integral'', además de ''nueva'') ha desencadenado una revolución, desde 1929 al menos, en este campo de estudio, que en principio podríamos centrar en una idea: precisamente la ruptura de ese campo, la desaparición de los límites convencionales que le habían separado de otras parcelas del conocimiento humano; hace del hombre, de la vida humana, el objeto de su interés como historiador porque considera a esa vida humana individuos, grupos, realizaciones, andaduras - el verdadero sujeto de la historia como realidad. Con esto ya despeja la confusión habitual que surge cuando, por la doble acepción de la palabra ''historia'', las funciones sujeto-objeto resultan ambiguas.
Febvre también aboga por una historiografía que no se quede en el método - tan caro a los positivistas, pero que sólo es un instrumento, y, además, pobre, porque, en la opinión de los budas oficiales de fines del XIX (siguiendo a Fustel de Coulanges) sólo los textos y su tratamiento crítico sirven de fuente a los hechos (y éstos, los hechos, son sagrados, son la historia de verdad, limitándose el historiador a depurarlos y ordenarlos con la mayor asepsia posible). Por el contrario, los documentos, en la nueva historia, son infinitos; basta con que quien los maneja sepa hacerles hablar, sean piedras, caminos, topónimos o papeles privados.
Campo infinito, documentos infinitos...Si antes era difícil ser historiador, Febvre lo pone casi imposible. Qué titán será capaz de manejar semejante masa de datos concernientes a cualquier aspecto de la vida humana? Pero es que, para complicarlo más, exige al futuro historiador una cultura previa mucho más diversificada de lo habitual: formación jurídica, económica, estadística, lingüística, conocimiento de las técnicas de las ciencias naturales aplicables a la historia (métodos químicos, físicos o biológicos). El historiador, por otra parte, debe huir del especialismo, no puede quedarse encerrado en tiempos o temas demasiado segmentados.
Campos infinitos, documentos infinitos, formación exhaustiva...Todo ello es lo menos importante. Donde el historiador tiene que actuar como tal, acercándose con ello a la verdadera acepción del término ''ciencia'', es en el modo de abordar el tema. Como varias veces repite, quien mira a través de un microscopio no ve nada que tenga sentido; el sentido se lo da la hipótesis de trabajo que previamente ha hecho: ''quien no sabe lo que busca no lo encontrará''. Elaborar esas ideas, esos presupuestos es ya avanzar gran parte del camino; ello permitirá más tarde servirse del trabajo especializado de otros (él ve al historiador como jefe de un equipo técnico al que da directrices y cuyas investigaciones sintetiza y redacta desde su capacidad de ''generalista''), y no librar al azar la obtención del material necesario para su menester (no es, por tanto, un recogedor de restos informes que encuentra por casualidad).
Campos infinitos, documentos infinitos, formación exhaustiva, planteamiento de hipótesis, trabajo de equipo...Todo esto Para qué? La historia tradicional, según él, a pesar de su aparente prestigio, no respondía a lo que la sociedad culta le demandaba: comprender e] presente a través del pasado y el pasado a través del presente. No juzgar, ni describir, ni enumerar: reconstruir con imaginación para comprender el mundo. Tampoco para buscar en el pasado tradiciones, identidades estáticas, modelos, sino, al revés, pare eludirlo, para liberarnos de él en lo que tiene de rémora para la vida actual. Ni para demostrar lo inexorable de nada, pues la vida es demasiado fluida y no puede ser reducida a una progresión lineal y unívoca.
Qué proyecto! Quién no se apunta? Pero Quién no se siente, de inmediato, excluido del grupo de los escogidos? Quién tendrá la pretensión de creerse en condiciones de cumplir todos los requisitos? Hay hombres que se han acercado mucho a ese ideal, y, en algunos aspectos, les han sobrado condiciones: el mismo Febvre, Bloch, Braudel, Vicens Vives, Reglá...Pero el historiador común, el epígono, no se siente con fuerzas para abordar tan ardua tarea. Y vuelve a agarrarse a la monografía, a la especialización, a la microhistoria, como antes de esta revolución, aunque ahora se apoye, no en la crítica textual, sino en la fotografía aérea, en la arqueología industrial, en las estadísticas o en las filmotecas. Eso sí, se autotitulará discípulo de aquéllos y se mostrará despectivo con la manera de trabajar de las generaciones anteriores. Exactamente la actitud vital de los epígonos de Michelet o de Momsen; la suficiencia del que necesita estar a bien con lo que hoy es doctrina para obtener la respetabilidad profesional que anhela.
No es, desde luego, una exposición sistemática la forma que adopta este nuevo proyecto historiográfico: se trata de una serie heterogénea de artículos que engloban desde discursos académicos hasta conferencias, con inclusión de varias, muy interesantes, recensiones críticas extraídas de ''Annales''.
Las citadas recensiones se pueden dividir en tres apartados: críticas negativas a la metodología tradicional; críticas, también negativas, a otras innovaciones como la suya, pero que no le merecen crédito; y crítica vehementemente positiva, a la gran obra de Braudel ''el Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II''.
En el primer caso, hay que remarcar su fobia, al parecer hasta personal hacia Seignobos, el gran maestro de la historia francesa junto con Bourgeois. Es una andanada contra el vacío del positivismo, aureolado con la respetabilidad de un falso cientificismo (versión decimonónica). Del mismo modo trata a Louis Halphen, director de la famosa colección ''Peuples et Civilisations'', al que acusa de hacer una historia ''historiorizante'', que no queda claro en qué consiste (Una finalidad en sí misma?).
Si hasta ahora hemos visto un Lucien Febvre revolucionario, rompedor y desafiante, su actitud cambia de un modo radical cuando tiene enfrente la fuerza arrolladora de la ideología (Guerin y su historia de las clases sociales en la Revolución francesa), la portentosa capacidad analógica de Spengler o la imaginación creadora de Toynbee. A los tres los trata como intrusos. Al primero lo ve como un descarado manipulador que busca credibilidad a base de amenazas anatematizadoras contra quienes discrepen de su visión trotskista, pero se cuida mucho de invalidar la tesis de la presencia de fermentos socialistas en la más burguesa de la revoluciones parisinas. Del segundo le separa una especie de repugnancia que, más que en razones de orden epistemológico, se apoya en un juicio de intenciones; es casi un ataque ''ad personam'' incluyendo la malévola alusión a sus simpatías filonazis, tan mal pagadas, por cierto. No está bien que un historiador que se precie de imparcial asuma el papel de un Clemenceau. Con Toynbee es de suponer en Febvre una grave perplejidad: nada más cercano a su manifiesto en favor de la imaginación, de la ruptura de moldes, de la concatenación de fenómenos, del abandono de la erudición estéril en favor de otro tipo de erudición al servicio de la comprensión global de todo el proceso histórico. Pero le parece que el sabio diletante inglés va demasiado lejos; como Lutero, se vuelve contra su seguidor y le echa encima a sus antiguos enemigos. Ahora Febvre es la quintaesencia del rigor, de la ortodoxia, de no hacer hablar a los hechos más allá del marco en que se desarrollan. Conservador frente a Toynbee, se siente desbordado y marca de nuevo los límites, acota otra vez, como sus predecesores. Ir más allá es estar fuera: traducción a la historiografía de la mentalidad leninista. Pero no es culpable de nada. Así es la vida, a la que él rinde culto
Algunos datos biográficos:
Educado en un ambiente refinado y culto, desde muy joven se interesa por la historia y la literatura. Stendhal es una de sus principales referencias. En esta época su interés se decanta por la historia económica y por todas aquellas materias que afectan al estudio del ser humano. En 1911 concluye su tesis sobre "Felipe II y el Franco-Condado". Un interesante estudio donde aborda la zona con todo detalle, mostrando una forma de investigación original. Tras finalizar la Primera Guerra Mundial gana una cátedra en la Universidad de Estrasburgo. En este centro entablaría una estrecha relación con la elite intelectual del momento y una buena amistad con Marc Bloch. Los dos se muestran completamente de acuerdo con renovar algunos aspectos en el estudio de la historia. De este modo en 1929 fundan la revista "Anales de Historia Económica y Social". El objetivo de esta publicación era abarcar la historia desde todos los puntos de vista posibles y sin trabas de ningún tipo. En otras palabras, convertir esta materia en un método multidisciplinar. En la década de los años treinta emprende uno de sus más deseados proyectos: "L´Encyclopedie Francaise". Durante la Segunda Guerra Mundial Bloch, su compañero y amigo, muere fusilado. Febvre es autor de "La contrarreforma y el espíritu moderno", "Martín Lutero: un destino" y "Combates por la historia", entre otras obras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario