Asesor ciclo Historia Universal
Cuando se habla de Edad Media, por lo general, se suelen relatar los hechos que ocurrieron en el mundo occidental, razón por la que se denomina también Edad Media Europea. Sin embargo, en la misma época en Arabia (Cercano Oriente) surgía una nueva religión llamada islamismo y se extendía y desarrollaba el imperio árabe, de gran importancia para la humanidad.
La Edad Media surgió como consecuencia de tres elementos fundamentales: la herencia de la civilización grecolatina, el aporte de los pueblos germánicos y la religión cristiana. Se divide en Alta Edad Media, desde la formación de los reinos germánicos hasta la consolidación del feudalismo (siglos IX y XII), y Baja Edad Media, que se caracterizó por hechos como la expansión territorial, crecimiento de las ciudades y el florecimiento del comercio.
Sin embargo, algunos especialistas hablan de Temprana Edad Media (siglos V-VII), Alta Edad Media (siglos VIII-XII) y Baja Edad Media (siglos XIII y XIV).
Entre los años 300 y 400 empiezan a producirse acontecimientos que habrían de poner fin al Imperio Romano. Esta caída se ha explicado por diversas causas, como la mala administración, la persistencia de la esclavitud y la inmoralidad que empezaba a caracterizar a la sociedad romana. Sin embargo, algunos indicios demuestran que la decadencia de Roma fue gradual, pues se habían realizado distintos esfuerzos por mantener el Imperio, uno de los cuales fue dividirlo, hacia el año 364, en dos zonas: una oriental, con el centro en Constantinopla, y otra occidental, con la capital primero en Milán y después en Rávena. A la muerte del emperador Teodosio (395) se dividió oficialmente el imperio entre sus dos hijos: Honorio y Arcadio. A Honorio le correspondió el Imperio de Occidente (capital Roma) y a Arcadio el de Oriente (capital Constantinopla).
Fuera de las fronteras del Imperio Romano existían diversos pueblos, de los cuales los más importantes eran los godos occidentales y orientales (norte del Mar Negro); los vándalos, lombardos y francos de Alemania, y los jutos y sajones de Dinamarca. Los godos occidentales (visigodos) fueron los primeros que penetraron en el imperio, pues empujados por los hunos abandonaron sus tierras del Mar Negro. Atravesaron el Danubio autorizados por el emperador, marcharon sobre Constantinopla y, aunque no tomaron la ciudad, derrotaron a los ejércitos romanos en la batalla de Adrianópolis en 378. Luego de un breve paso por Grecia, se trasladaron a las costas del mar Adriático, y entrando en Italia (410) al mando de Alarico, tomaron y saquearon Roma.
El año 414 entraron en España, llegando a formar con el tiempo un reino godo occidental que se extendía desde el Loire en Francia hasta el sur de la Península Ibérica.
Por otra parte, los vándalos abandonaron Alemania, se establecieron en el norte de África y tomaron posesión del Mediterráneo. Este grupo, al mando de Genserico, saqueó nuevamente Roma en 455.
En 449 comenzaron las invasiones de los jutos y sajones en Bretaña, lugar que había sido abandonado por las legiones romanas. En el siglo V, los francos se desplazaron hacia el oeste y ocuparon el norte de Francia.
La invasión y asentamiento de todos estos pueblos en las fronteras del Imperio Romano dio lugar a la formación de diversos reinos. La caída de Rómulo Augústulo, último emperador romano, terminó con la autoridad imperial en occidente en el año 476, y fue entonces cuando la parte oriental del imperio asumió la herencia política de Roma.
Durante el siglo VI, el reino de los francos, bajo la dinastía merovingia, sufrió repartos entre los sucesivos herederos de la corona. Esta situación provocó su estancamiento político y cultural, y permitió la intervención de los lombardos de Italia. Esta situación se mantuvo hasta principios del siglo VII, cuando se consiguió la unidad territorial que permitió la aparición de la dinastía carolingia fundada por Pepino o Pipino el Breve (751).
La fusión de las características propias de los pueblos invasores, también llamados bárbaros con algunos rasgos que subsistieron de la cultura romana, otorgó una nueva fisonomía a Europa.
Cuando se habla de Edad Media, por lo general, se suelen relatar los hechos que ocurrieron en el mundo occidental, razón por la que se denomina también Edad Media Europea. Sin embargo, en la misma época en Arabia (Cercano Oriente) surgía una nueva religión llamada islamismo y se extendía y desarrollaba el imperio árabe, de gran importancia para la humanidad.
La Edad Media surgió como consecuencia de tres elementos fundamentales: la herencia de la civilización grecolatina, el aporte de los pueblos germánicos y la religión cristiana. Se divide en Alta Edad Media, desde la formación de los reinos germánicos hasta la consolidación del feudalismo (siglos IX y XII), y Baja Edad Media, que se caracterizó por hechos como la expansión territorial, crecimiento de las ciudades y el florecimiento del comercio.
Sin embargo, algunos especialistas hablan de Temprana Edad Media (siglos V-VII), Alta Edad Media (siglos VIII-XII) y Baja Edad Media (siglos XIII y XIV).
Entre los años 300 y 400 empiezan a producirse acontecimientos que habrían de poner fin al Imperio Romano. Esta caída se ha explicado por diversas causas, como la mala administración, la persistencia de la esclavitud y la inmoralidad que empezaba a caracterizar a la sociedad romana. Sin embargo, algunos indicios demuestran que la decadencia de Roma fue gradual, pues se habían realizado distintos esfuerzos por mantener el Imperio, uno de los cuales fue dividirlo, hacia el año 364, en dos zonas: una oriental, con el centro en Constantinopla, y otra occidental, con la capital primero en Milán y después en Rávena. A la muerte del emperador Teodosio (395) se dividió oficialmente el imperio entre sus dos hijos: Honorio y Arcadio. A Honorio le correspondió el Imperio de Occidente (capital Roma) y a Arcadio el de Oriente (capital Constantinopla).
Fuera de las fronteras del Imperio Romano existían diversos pueblos, de los cuales los más importantes eran los godos occidentales y orientales (norte del Mar Negro); los vándalos, lombardos y francos de Alemania, y los jutos y sajones de Dinamarca. Los godos occidentales (visigodos) fueron los primeros que penetraron en el imperio, pues empujados por los hunos abandonaron sus tierras del Mar Negro. Atravesaron el Danubio autorizados por el emperador, marcharon sobre Constantinopla y, aunque no tomaron la ciudad, derrotaron a los ejércitos romanos en la batalla de Adrianópolis en 378. Luego de un breve paso por Grecia, se trasladaron a las costas del mar Adriático, y entrando en Italia (410) al mando de Alarico, tomaron y saquearon Roma.
El año 414 entraron en España, llegando a formar con el tiempo un reino godo occidental que se extendía desde el Loire en Francia hasta el sur de la Península Ibérica.
Por otra parte, los vándalos abandonaron Alemania, se establecieron en el norte de África y tomaron posesión del Mediterráneo. Este grupo, al mando de Genserico, saqueó nuevamente Roma en 455.
En 449 comenzaron las invasiones de los jutos y sajones en Bretaña, lugar que había sido abandonado por las legiones romanas. En el siglo V, los francos se desplazaron hacia el oeste y ocuparon el norte de Francia.
La invasión y asentamiento de todos estos pueblos en las fronteras del Imperio Romano dio lugar a la formación de diversos reinos. La caída de Rómulo Augústulo, último emperador romano, terminó con la autoridad imperial en occidente en el año 476, y fue entonces cuando la parte oriental del imperio asumió la herencia política de Roma.
Durante el siglo VI, el reino de los francos, bajo la dinastía merovingia, sufrió repartos entre los sucesivos herederos de la corona. Esta situación provocó su estancamiento político y cultural, y permitió la intervención de los lombardos de Italia. Esta situación se mantuvo hasta principios del siglo VII, cuando se consiguió la unidad territorial que permitió la aparición de la dinastía carolingia fundada por Pepino o Pipino el Breve (751).
La fusión de las características propias de los pueblos invasores, también llamados bárbaros con algunos rasgos que subsistieron de la cultura romana, otorgó una nueva fisonomía a Europa.
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