28/12/07

REVOLUCION INDUSTRIAL Y LOS NIÑOS


El impacto de la industrialización

La industrialización fue modificando profundamente la sociedad británica a través de un proceso largo y complejo, cuyos efectos se hicieron visibles sobre todo a partir de mediados del siglo XIX. Las consecuencias de la industrialización no fueron uniformes en todos los sectores sociales. Aunque la economía creció a un ritmo sostenido, la nueva riqueza se repartió en forma muy desigual, sobre todo hasta la década de 1850. Es evidente que la industrialización fue introduciendo profundas modificaciones en las condiciones de trabajo. En primer lugar, el sistema de fábrica conllevó un nuevo tipo de disciplina y largas jornadas de labor con bajos salarios y gran inestabilidad. Implicó también cambios muy grandes en el trabajo femenino e infantil, todo ello con altísimos costos sociales. Al mismo tiempo, el debilitamiento de los antiguos mecanismos de protección social redundó en un empeoramiento de las condiciones de vida de los sectores más vulnerables. La proporción de población empleada en la agricultura fue descendiendo desde principios del siglo XIX, pasando del 35,9 por ciento en 1800 al 21,7 en 1851 y a aproximadamente el 8 por ciento en 1901. La población rural excedente emigró hacia las ciudades o hacia destinos transoceánicos. En el censo que se realizó en 1851 en Gran Bretaña la población urbana superó a la rural, y a fines del siglo XIX casi el 80 por ciento de la población vivía en áreas urbanas. Junto con las fábricas nació también un nuevo tipo de trabajador, el obrero industrial, cuyas condiciones de trabajo eran muy diferentes de las de los oficios manuales tradicionales. El moderno obrero industrial se caracteriza por no ser propietario de los medios de producción -las fábricas y las máquinas, que pertenecen a los capitalistas- y por vender su fuerza de trabajo en el mercado, a cambio de un salario. Desarrolla su actividad en las fábricas, trabajando con máquinas y sometido a una estricta disciplina. Todavía en 1830 el obrero industrial característico no trabajaba en una fábrica sino en un pequeño taller o en su propia casa (como artesano o trabajador manual) o como peón, en empleos más o menos eventuales. El sistema de fábrica transformó también las condiciones de trabajo de los obreros que seguían realizando oficios manuales, ya que se vieron expuestos a permanentes reducciones salariales para competir con la producción mecanizada y a trabajar para agentes de las fábricas o intermediarios. En la industria del tejido, el bajo precio y la abundancia de la mano de obra retrasaron la mecanización, pero al costo del empobrecimiento y la explotación de los tejedores manuales. El trabajo femenino e infantil no era una novedad, ya que en la sociedad preindustrial también trabajaba todo el grupo familiar, pero lo que fue cambiando radicalmente con la industrialización fueron las condiciones laborales. La división sexual del trabajo había estado relacionada, desde sus orígenes, con las diferencias de fuerza y de destreza entre hombres y mujeres, lo que implicaba que ciertas tareas sólo podían ser desempeñadas por los hombres. Al mismo tiempo, los oficios específicamente femeninos, que requerían una habilidad característica en las manos (como el hilado), eran considerados por los hombres como inferiores a los oficios masculinos, y peor remunerados que éstos. Cuando comenzaron a utilizarse máquinas accionadas por energía inanimada la situación en parte se modificó. Las mujeres pudieron desempeñar tareas antes reservadas a los hombres pero, como su trabajo se consideraba inferior, siguieron percibiendo salarios menores. En la primera mitad del siglo XIX la industria textil y la del vestido eran, junto con el servicio doméstico, las principales ocupaciones femeninas. Desde comienzos del siglo XIX se incrementó el número de hogares en los que junto a un matrimonio y sus hijos vivía alguna persona anciana -en general la madre de uno de los cónyuges- que se ocupaba de las tareas domésticas y del cuidado de los niños mientras la mujer trabajaba en la fábrica. De todos modos, era más habitual el trabajo en fábrica de las mujeres solteras que el de las casadas. Sus condiciones no eran las mejores, y había muchos casos de abuso y explotación, pero en comparación con los primeros tiempos de la industrialización la brecha es muy grande. de menores.Con la revolución Industrial los niños comenzaron a trabajar masivamente en las fábricas. Eran más dóciles que los adultos, recibían una paga mucho menor e incluso eran más adecuados para algunas tareas que requerían manos pequeñas o baja estatura. Las condiciones del trabajo infantil eran muy duras. En primer lugar se redujo la edad mínima del ingreso al mercado de trabajo y disminuyó la importancia del aprendizaje. En la industria algodonera los niños comenzaban a trabajar desde muy pequeños, desde los seis u ocho años. El horario de trabajo era el mismo que el de los adultos, entre catorce y dieciséis horas por día. Los salarios eran irrisorios y la disciplina muy dura, recurriéndose en muchos casos a los castigos corporales. Además de todo ello, las condiciones insalubres de trabajo en las fábricas tenían efectos muy negativos para la salud y el desarrollo de los pequeños. Aunque ya en 1802 el Parlamento aprobó una ley para proteger a los niños que trabajaban como aprendices en las fábricas, recién a partir de la década de 1830 el Estado comenzó a penalizar en forma efectiva los abusos cometidos por los empresarios y poner en vigencia nuevas reglamentaciones dirigidas a regular el trabajo infantil. Al avanzar el siglo XIX la situación fue mejorando paulatinamente, aunque pasaron muchas décadas hasta que se prohibió el empleo

1 comentario:

Anónimo dijo...

me parece muy bien lom desarrollado