"Giordano Bruno, Su Epoca y la Nuestra"
Cristián Gazmuri*
Rebelde, pendenciero, valiente, obstinado, imprudente, viajero incansable, erudito, inteligencia superior, pensador audaz pero contradictorio, científico precursor, mártir de la libertad y la verdad, Filippo Bruno nació en Nola, cerca de Nápoles, en 1548. El estado de Nápoles estaba entonces en manos de los reyes de la casa de Aragón y era, en la práctica, una colonia de España. Y aunque su padre era un militar al servicio de esa nación, es posible que el ambiente, contrario a la dominación extranjera, influyera en el feroz espíritu de rebeldía que Bruno mostraría durante toda su azarosa vida. Por otra parte, el Concilio de Trento había comenzado en 1545 y, cuando concluyera en 1563, la Iglesia Católica estaba ya en plena contraofensiva frente al mundo protestante, el que durante la primera mitad del siglo XVI se había extendido y fortalecido asombrosamente. Con todo, la pugna católico-protestante y las luchas religiosas - en una época en que para los europeos la principal preocupación continuaba siendo la religión y la fe- estaban en su apogeo y todavía se extenderían, salvajemente, por un siglo más. De modo que el catolicismo de la Contrarreforma no estaba dispuesto a tolerar pensamientos heréticos o poco ortodoxos y ese sería el otro factor que enmarcó la tragedia de nuestro personaje. En definitiva, Bruno aparece como un hombre del Renacimiento en un tiempo en que se perseguía la libertad y heterodoxia intelectual y ética que caracterizó aquella época.
De la niñez de Filippo Bruno nada se sabe. Sólo tenemos noticia de que pasó a vivir en el propio Nápoles hacia 1562, donde estudió humanidades y se hizo fraile dominico en 1565, tomando el nombre de Giordano, con el cual sería conocido por la posteridad. Gran estudioso, durante esos años juveniles fue muy influenciado por el neoplatonismo, en boga en esa época, así como por comentaristas de Averroes, y, en particular, por la creencia del sabio árabe de que la religión era un instrumento de los poderosos para controlar a la masa ignorante. Por esta época comenzó también sus estudios sobre la capacidad de aumentar la memoria, tema muy cultivado durante la Edad Media y el Renacimiento y que sería una de sus inquietudes intelectuales de toda la vida. Este afán por los asuntos mnemotécnicos se explica por la falta de sistemas de registro rápidos y confiables que caracterizara a esos siglos. Tenían así una utilidad práctica enorme.
Pese a sus dudas en relación a la doctrina católica, Giordano Bruno se ordenó sacerdote en 1572 en la ciudad de Roma.
En esa sede papal, penetrada de las rigidices contrarreformistas, sus ideas heterodoxas se fortalecieron, y cuando después de doctorarse en teología en 1575, volvió a Nápoles, su fama de hombre brillante, pero peligrosamente libre en sus opiniones, ya estaba muy extendida. Por esta época llegó incluso a defender las doctrinas que Arrio había sostenido en el Concilio de Nicea. Además, como solía ser frecuente en el siglo XVI, Bruno no disimulaba su interés por la magia y lo oculto o hermético, donde creía que existía una inagotable veta de sabiduría; algo que evidentemente tampoco agradaba a la Iglesia Católica. No tardó en ser acusado ante la Inquisición y esa situación, en los años que se estaban viviendo, significaba estar en peligro extremo. Comprensiblemente, Bruno dejó entonces su convento en Nápoles - "prisión estrecha y negra", según sus palabras- y se escondió en Roma.
Pero ubicado por la Inquisición y acusado nuevamente, ahora no sólo de herejía sino además - injustamente- de asesinato, fue excomulgado y hubo de huir nuevamente. En los años siguientes, al parecer, vagabundeó, trabajando como profesor o tutor privado, por algunas ciudades italianas, Turín, Venecia, Padua. En 1578, después de pasar por Lyon, llegó hasta Ginebra donde firmó en los registros de la Academia como "profesor de la Sagrada Teología". En la ciudad herética por antonomasia, si bien coqueteó con las ideas protestantes, no tardó en mostrar, frente al calvinismo, la misma actitud de crítica rebelde que le había valido sus problemas en el mundo católico. Pero, para su suerte, ya había muerto Juan Calvino, porque, de haber estado vivo, probablemente habría corrido allí, en Ginebra, ya entonces, en plena juventud, la misma suerte de Miguel Servet en 1553 y la que sería la suya en el año 1600: la hoguera. Alcanzó a ser arrestado, excomulgado nuevamente y hubo de retractarse; pero se le permitió dejar la ciudad.
Como si estuviera buscando dificultades, Bruno se radicó entonces en Francia, por esos años quizá la nación más desgarrada por los conflictos religiosos y donde el recuerdo de la "Noche de San Bartolomé" y otros horrores estaban aún vivos y con éstos el ambiente de odio y violencia que tuvieron como contexto. Estuvo en Toulouse algunos meses, pero en 1581 terminó por asentarse en París. En el París donde - soterradamente- aún ardía la lucha entre simpatizantes hugonotes, amparados por el entonces protestante Enrique de Borbón, futuro Enrique IV de Francia, y católicos acaudillados por la poderosa familia Guisa, la que a su vez contaba con el apoyo, en dinero y tropas, de Felipe II de España. Con todo, Bruno, que seguía hablando y escribiendo con toda libertad acerca de los temas religiosos más controvertidos, logró aprovechar la atmósfera de tolerancia que el grupo de "Les Politiques", que rodeaba a Enrique III y que simpatizaban con la causa del futuro Enrique IV, había impuesto temporalmente. Y esto a pesar de la revocación que Enrique III, empujado por los Guisa, había hecho de las antiguas prerrogativas hugonotes el año anterior. Así, Bruno pudo permanecer en París, donde enseñó y publicó varios trabajos sobre el tema de la memoria, así como una sátira, El fabricante de candelas, donde atacaba las costumbres y corrupción del Nápoles de su tiempo.
Pero la tranquilidad de Bruno no duró mucho. Aprovechando del favor del rey francés, pasó a Inglaterra bajo la protección del embajador galo Marqués de Mauvissiére, en el año 1583. No sabemos el porqué de su decisión de emigrar a la isla, pero posiblemente estuvo conectada con el espíritu inquieto de Bruno, que ya hemos visto, así como su constante afán de viajar buscando nuevos ambientes intelectuales y culturales. Además, el llegar como protegido del embajador de Francia le aseguraba acceso a los círculos más selectos.
Excomulgado por todos La Inglaterra isabelina, a pesar de los problemas que existían entre la soberana y María Estuardo, así como sus conflictos internacionales, era un país relativamente tranquilo y abierto en comparación con Francia; de modo que Giordano Bruno pudo conseguir una cátedra en la tradicional Universidad de Oxford sin mayores problemas. Pero éstos comenzarían muy pronto. Para variar, nuestro italiano entró en una ácida polémica con los profesores oxonienses, pero referida ahora a la defensa que hacía Bruno de las teorías astronómicas copernicanas, las que proyectaba mucho más allá que su autor, insistiendo en que el universo es infinito. Con todo, pudo regresar sin dificultades mayores a Londres, donde frecuentó a personajes encumbrados cercanos a la soberana, como Sir Philip Sydney y el Conde de Leicester, llegando a conocer personalmente a Isabel I, según parece.
Es curioso que no se conozcan detalles de la vida privada de Giordano Bruno en esecírculo tan dado a las pasiones íntimas y las intrigas de cámara. Si tuvo amores, éstos no parecen haber sido estables ni largos. Es posible que, en su espíritu, siguiera considerándose un hombre en estado clerical (en su situación original de católico) y fuese consecuente con ello, lo que significaba permanecer en estado célibe y guardar, al menos en apariencia, voto de castidad.
Pero, por otra parte, en el Londres de Shakespeare y Francis Bacon se admiraba mucho a la cultura italiana y Bruno aprovechó de ello. Además, el relativo auge intelectual que se gozaba en el ambiente, se prestaba para publicar y así lo hizo a partir de 1584. Muchos de sus más conocidos e importantes escritos, como los tres Diálogos sobre cosmología y otros tantos sobre ética, unos y otros fuertemente controversiales y escritos en un estilo vivaz, exuberante y barroco, aparecieron entonces. En los de cosmología (especialmente en De L'infinito Universo e mondi) no sólo insistía en las teorías de Copérnico, sino que, desafiando una idea aceptada desde los tiempos de Aristóteles, insistió en que el universo era infinito y compuesto por numerosos mundos, parecidos a los del sistema solar. También afirmó que, en materia de física, la aceptada diferencia aristotélica entre "forma" y "materia" era irreal. Pero no paraba ahí. Tal como lo haría Galileo poco después, ponía en duda todo o casi todo lo que sobre astronomía decía el Antiguo Testamento. No contento con esa andanada intelectual de fondo, hirió a muchos personajes encumbrados con la sátira, haciendo irónicas críticas a la sociedad inglesa y, en particular, a la pedantería de los profesores de Oxford. Quizá el escrito más notable de Bruno en Londres fue Degli eroici furori (De los furores heroicos) que es un conjunto de diálogos - posiblemente basados en Platón- sobre el amor sublime en contraposición con el amor vulgar. Era un tema que hasta ese momento no había estado entre los suyos. Pero Bruno, él mismo un espíritu heroico, no desdeñó este tema que constituye su principal manifestación de doctrina ética.
No es extraño que el ambiente se enrareciera para él y en 1585 hubiera de retornar a París en compañía de su protector, el embajador de Francia. Sin embargo, la Francia que encontró era muy diferente de la que había salido unos años antes. Toda tolerancia había desaparecido. Pero, sin percatarse del cambio o percatándose de éste pero no dándole importancia, Bruno no demoró mucho en entrar en polémica con el matemático Fabrizio Mordente, protegido de los Guisa y del bando católico. Las letanías burlescas que le dedicara - se ha dicho- recuerdan a Rabelais. Además, volvió a atacar con dureza a Aristóteles y su escuela peripatética, todavía un crimen de lesa ortodoxia en un mundo en que - más que en Inglaterra- la escolástica seguía siendo la filosofía oficial. Hubo de dejar París.
¿Hacia dónde dirigirse? Giordano Bruno pensaba que un intelectual no tiene patria y Alemania - otro polvorín- le pareció un buen lugar donde radicarse. Su facilidad para aprender idiomas lo ayudó. Vagó de universidad en universidad por la hermosa y medieval Alemania anterior a la Guerra de los Treinta Años, haciendo clases y publicando numerosos artículos sobre sus temas familiares. Estuvo en Marburgo y en Wittenberg, donde se hizo luterano, lo que le valió una nueva causa de enemistad con sus antiguos calvinistas, numerosos en aquella ciudad. Luego pasó a Praga - donde otro docto heterodoxo en materia religiosa Jan Hus, había predicado y escrito para terminar siendo quemado, aunque, en este caso, a diferencia del de Servet, más de un siglo y medio antes. Finalmente se asentó en Helmstadt. Pero su teoría de la posibilidad de pacífica coexistencia de diversas religiones, incluida en su obra "Ciento sesenta artículos", le reportó otra excomunión en 1589, ahora por parte de la Iglesia Luterana.
Excomulgado por católicos, calvinistas y luteranos, el escándalo acompañaba. Intentó radicarse entonces en Frankfurt del Main, pero el senado citadino rechazó su petición. Tenía fama de hombre de "sabiduría universal", pero al mismo tiempo - con justicia- de conflictivo, cuasi agnóstico y defensor de las teorías más extrañas en numerosos campos del saber. De hecho, era un precursor, pero pasarían muchos años antes de que el mundo intelectual así lo comprendiera.
Un retorno fatal Después de refugiarse, por algunos meses, en un convento carmelita, merced a los buenos oficios de su editor, cometió su error fatal. Decidió retornar a Italia, invitado por un noble veneciano, Giovanni Mocenigo, que quería aprender de él sus técnicas para aumentar el poder de la memoria.
La idea de radicarse en Venecia no era mala en sí. La ciudad dueña del Adriático era la más tolerante de las repúblicas italianas y la protección de un Mocenigo parecía poder evitarle nuevos problemas. Es muy probable que así hubiera sido... de no tratarse de Giordano Bruno y de no haber sido traicionado por su protector. La verdad es que el joven noble veneciano, que esperaba que las lecciones de Bruno fueran por la línea de recetas mágicas, tema que - como vimos- también fascinaba a Giordano Bruno y por el cual también se le conocía y temía, quedó muy desilusionado por las clases que recibió de éste. Y, enojado además porque su maestro postuló a la cátedra de matemáticas en la Universidad de Padua (que obtendría Galileo un año después, en 1592) y, posteriormente, al parecer, porque intentó retornar a Frankfurt, posibilidades ambas que lo alejaban de Venecia, traidoramente lo denunció a su antigua enemiga, la Inquisición, bajo el cargo de herejía. Es posible que también hubiera surgido una querella de tipo más íntimo o personal entre ambos, pues la acción de Mocenigo no es fácil de explicar sólo por los intentos de huida de Bruno.
Aunque se le puso en prisión, el problema todavía no era tan grave mientras el juicio se realizara en la relativamente tolerante Venecia. Pero para desgracia de Bruno, la Inquisición romana, que no lo había olvidado, pidió y obtuvo su extradición. Y en enero de 1593, Bruno cruzaba los umbrales del palacio del "Santo Oficio" para ser arrojado a una mazmorra. Allí permaneció siete años, mientras el proceso, entrabado en las infinitas sutilezas de la maquinaria judicial vaticana de entonces, avanzaba a paso de tortuga.
Aunque los registros judiciales del juicio no se han conservado sino parcialmente, se sabe que el proceso tuvo diversas fases. En un comienzo, Bruno dijo no tener interés particular alguno en cuestiones teológicas, argumento indudablemente falso. Luego hizo un esfuerzo por demostrar que sus ideas sobre cosmología, magia, filosofía y también teología no se oponían "necesariamente" al dogma católico. Pero los inquisidores querían una retractación explícita y absoluta y Bruno no estaba dispuesto a llegar a eso. Después pasó a defenderse con el argumento de que no entendía qué era, explícitamente, aquello de lo que debía retractarse; argumento que era otra argucia y Giordano Bruno ha de haberlo sabido de sobra. El hecho era que, consecuente e intelectualmente honesto, no estaba dispuesto a negar los conocimientos científicos o, en algunos casos, seudo científicos, de los cuales estaba profundamente convencido.
Finalmente, Bruno reconoció que no tenía nada de qué arrepentirse y que creía en todo lo que había escrito y dicho.
Ante la firmeza en su intención de no hacer una retractación explícita, el Papa Clemente VIII ordenó que se le condenara como un "impenitente y perniciosohereje". Era la lápida para ambos, pontífice y víctima. Para esta última a corto plazo y para el primero, ante la historia.
Cuando se le leyó la sentencia Giordano Bruno retrucó a sus jueces diciendo: "Quizá vuestro temor al entregarme vuestro veredicto sea mayor que el que yo siento al escucharlo". De nada le sirvió su último desafío; pero desde entonces guardaría una actitud de un estoicismo, valor y dignidad ejemplares.
Así, el 17 de febrero del año 1600 Giordano Bruno fue conducido a la hoguera, ubicada en el llamado "Campo dei Fiori". Su actitud continuó siendo valerosa y despectiva hasta el momento en que fue consumido por las llamas.
Siglos después, en la Europa racionalista y anticlerical del Siglo de las Luces y, aún más acentuadamente en la Italia racionalista y laica del siglo XIX y el Risorgimiento, Giordano Bruno pasó a ser estudiado y a convertirse en un símbolo de la lucha contra el oscurantismo y la defensa intransable de la libertad y la razón. Se le construyeron estatuas y se denunció, con razón, su monstruosa muerte. Esa imagen ha perdurado, relativamente, hasta el presente. Tanto así que Giovanni Gentile se preocupó de reeditarlo. En el año 1942, en pleno fascismo, A. Mercati publicó un sumario de su proceso y hace no muchos años se hizo un filme, de una crudeza estremecedora, acerca del juicio, basado en las investigaciones de ese autor, pero con un acusado - aunque no distorsionador- énfasis anti católico. Por cierto, olvidando que protestantes y fanáticos de todos los tipos usaron (y usan) métodos muy similares contra sus enemigos.
Pero, quien estudia la historia personal de Giordano Bruno, puede pensar, legítimamente me parece que a sus múltiples cualidades y a su valor podría haber agregado la virtud de la prudencia y, de este modo, sin renunciar a dejar su herencia intelectual, salvar su vida. Más todavía en una Europa donde el respeto para las ideas de todos era todavía la sombra de una esperanza. Fue así que las ideas de Galileo, más importantes que las de Bruno - a pesar de su famosa retractación- no murieron. Las de Bruno tampoco, pero fue quemado.
En todo caso el legado intelectual y moral de Giordano Bruno, más que tener una gran importancia científica la tuvo y tiene en el campo de la ética. Esto es así pues muchos historiadores de la filosofía y de las ciencias han descubierto en su pensamiento graves incongruencias. Y su aporte en el campo de la astronomía y cosmología, que fue el más significativo, ya que en algunos aspectos de éste no sólo fue un clarividente precursor sino hasta un original innovador, se basó principalmente en intuiciones y no en el estudio científico riguroso. Su legado a la humanidad es pues es el de la dignidad rebelde y heroica. La dignidad del que se siente libre en su calidad de poseedor de la verdad y es víctima en parte por su propio valor de un poder cuya arma principal es la fuerza. En este aspecto Giordano Bruno sigue plenamente vigente.
*Cristián Gazmuri es director del Instituto de Historia de la P. Universidad Católica de Chile.
**Artículo publicado en el diario El Mercurio el 30/04/2000.
Cristián Gazmuri*
Rebelde, pendenciero, valiente, obstinado, imprudente, viajero incansable, erudito, inteligencia superior, pensador audaz pero contradictorio, científico precursor, mártir de la libertad y la verdad, Filippo Bruno nació en Nola, cerca de Nápoles, en 1548. El estado de Nápoles estaba entonces en manos de los reyes de la casa de Aragón y era, en la práctica, una colonia de España. Y aunque su padre era un militar al servicio de esa nación, es posible que el ambiente, contrario a la dominación extranjera, influyera en el feroz espíritu de rebeldía que Bruno mostraría durante toda su azarosa vida. Por otra parte, el Concilio de Trento había comenzado en 1545 y, cuando concluyera en 1563, la Iglesia Católica estaba ya en plena contraofensiva frente al mundo protestante, el que durante la primera mitad del siglo XVI se había extendido y fortalecido asombrosamente. Con todo, la pugna católico-protestante y las luchas religiosas - en una época en que para los europeos la principal preocupación continuaba siendo la religión y la fe- estaban en su apogeo y todavía se extenderían, salvajemente, por un siglo más. De modo que el catolicismo de la Contrarreforma no estaba dispuesto a tolerar pensamientos heréticos o poco ortodoxos y ese sería el otro factor que enmarcó la tragedia de nuestro personaje. En definitiva, Bruno aparece como un hombre del Renacimiento en un tiempo en que se perseguía la libertad y heterodoxia intelectual y ética que caracterizó aquella época.
De la niñez de Filippo Bruno nada se sabe. Sólo tenemos noticia de que pasó a vivir en el propio Nápoles hacia 1562, donde estudió humanidades y se hizo fraile dominico en 1565, tomando el nombre de Giordano, con el cual sería conocido por la posteridad. Gran estudioso, durante esos años juveniles fue muy influenciado por el neoplatonismo, en boga en esa época, así como por comentaristas de Averroes, y, en particular, por la creencia del sabio árabe de que la religión era un instrumento de los poderosos para controlar a la masa ignorante. Por esta época comenzó también sus estudios sobre la capacidad de aumentar la memoria, tema muy cultivado durante la Edad Media y el Renacimiento y que sería una de sus inquietudes intelectuales de toda la vida. Este afán por los asuntos mnemotécnicos se explica por la falta de sistemas de registro rápidos y confiables que caracterizara a esos siglos. Tenían así una utilidad práctica enorme.
Pese a sus dudas en relación a la doctrina católica, Giordano Bruno se ordenó sacerdote en 1572 en la ciudad de Roma.
En esa sede papal, penetrada de las rigidices contrarreformistas, sus ideas heterodoxas se fortalecieron, y cuando después de doctorarse en teología en 1575, volvió a Nápoles, su fama de hombre brillante, pero peligrosamente libre en sus opiniones, ya estaba muy extendida. Por esta época llegó incluso a defender las doctrinas que Arrio había sostenido en el Concilio de Nicea. Además, como solía ser frecuente en el siglo XVI, Bruno no disimulaba su interés por la magia y lo oculto o hermético, donde creía que existía una inagotable veta de sabiduría; algo que evidentemente tampoco agradaba a la Iglesia Católica. No tardó en ser acusado ante la Inquisición y esa situación, en los años que se estaban viviendo, significaba estar en peligro extremo. Comprensiblemente, Bruno dejó entonces su convento en Nápoles - "prisión estrecha y negra", según sus palabras- y se escondió en Roma.
Pero ubicado por la Inquisición y acusado nuevamente, ahora no sólo de herejía sino además - injustamente- de asesinato, fue excomulgado y hubo de huir nuevamente. En los años siguientes, al parecer, vagabundeó, trabajando como profesor o tutor privado, por algunas ciudades italianas, Turín, Venecia, Padua. En 1578, después de pasar por Lyon, llegó hasta Ginebra donde firmó en los registros de la Academia como "profesor de la Sagrada Teología". En la ciudad herética por antonomasia, si bien coqueteó con las ideas protestantes, no tardó en mostrar, frente al calvinismo, la misma actitud de crítica rebelde que le había valido sus problemas en el mundo católico. Pero, para su suerte, ya había muerto Juan Calvino, porque, de haber estado vivo, probablemente habría corrido allí, en Ginebra, ya entonces, en plena juventud, la misma suerte de Miguel Servet en 1553 y la que sería la suya en el año 1600: la hoguera. Alcanzó a ser arrestado, excomulgado nuevamente y hubo de retractarse; pero se le permitió dejar la ciudad.
Como si estuviera buscando dificultades, Bruno se radicó entonces en Francia, por esos años quizá la nación más desgarrada por los conflictos religiosos y donde el recuerdo de la "Noche de San Bartolomé" y otros horrores estaban aún vivos y con éstos el ambiente de odio y violencia que tuvieron como contexto. Estuvo en Toulouse algunos meses, pero en 1581 terminó por asentarse en París. En el París donde - soterradamente- aún ardía la lucha entre simpatizantes hugonotes, amparados por el entonces protestante Enrique de Borbón, futuro Enrique IV de Francia, y católicos acaudillados por la poderosa familia Guisa, la que a su vez contaba con el apoyo, en dinero y tropas, de Felipe II de España. Con todo, Bruno, que seguía hablando y escribiendo con toda libertad acerca de los temas religiosos más controvertidos, logró aprovechar la atmósfera de tolerancia que el grupo de "Les Politiques", que rodeaba a Enrique III y que simpatizaban con la causa del futuro Enrique IV, había impuesto temporalmente. Y esto a pesar de la revocación que Enrique III, empujado por los Guisa, había hecho de las antiguas prerrogativas hugonotes el año anterior. Así, Bruno pudo permanecer en París, donde enseñó y publicó varios trabajos sobre el tema de la memoria, así como una sátira, El fabricante de candelas, donde atacaba las costumbres y corrupción del Nápoles de su tiempo.
Pero la tranquilidad de Bruno no duró mucho. Aprovechando del favor del rey francés, pasó a Inglaterra bajo la protección del embajador galo Marqués de Mauvissiére, en el año 1583. No sabemos el porqué de su decisión de emigrar a la isla, pero posiblemente estuvo conectada con el espíritu inquieto de Bruno, que ya hemos visto, así como su constante afán de viajar buscando nuevos ambientes intelectuales y culturales. Además, el llegar como protegido del embajador de Francia le aseguraba acceso a los círculos más selectos.
Excomulgado por todos La Inglaterra isabelina, a pesar de los problemas que existían entre la soberana y María Estuardo, así como sus conflictos internacionales, era un país relativamente tranquilo y abierto en comparación con Francia; de modo que Giordano Bruno pudo conseguir una cátedra en la tradicional Universidad de Oxford sin mayores problemas. Pero éstos comenzarían muy pronto. Para variar, nuestro italiano entró en una ácida polémica con los profesores oxonienses, pero referida ahora a la defensa que hacía Bruno de las teorías astronómicas copernicanas, las que proyectaba mucho más allá que su autor, insistiendo en que el universo es infinito. Con todo, pudo regresar sin dificultades mayores a Londres, donde frecuentó a personajes encumbrados cercanos a la soberana, como Sir Philip Sydney y el Conde de Leicester, llegando a conocer personalmente a Isabel I, según parece.
Es curioso que no se conozcan detalles de la vida privada de Giordano Bruno en esecírculo tan dado a las pasiones íntimas y las intrigas de cámara. Si tuvo amores, éstos no parecen haber sido estables ni largos. Es posible que, en su espíritu, siguiera considerándose un hombre en estado clerical (en su situación original de católico) y fuese consecuente con ello, lo que significaba permanecer en estado célibe y guardar, al menos en apariencia, voto de castidad.
Pero, por otra parte, en el Londres de Shakespeare y Francis Bacon se admiraba mucho a la cultura italiana y Bruno aprovechó de ello. Además, el relativo auge intelectual que se gozaba en el ambiente, se prestaba para publicar y así lo hizo a partir de 1584. Muchos de sus más conocidos e importantes escritos, como los tres Diálogos sobre cosmología y otros tantos sobre ética, unos y otros fuertemente controversiales y escritos en un estilo vivaz, exuberante y barroco, aparecieron entonces. En los de cosmología (especialmente en De L'infinito Universo e mondi) no sólo insistía en las teorías de Copérnico, sino que, desafiando una idea aceptada desde los tiempos de Aristóteles, insistió en que el universo era infinito y compuesto por numerosos mundos, parecidos a los del sistema solar. También afirmó que, en materia de física, la aceptada diferencia aristotélica entre "forma" y "materia" era irreal. Pero no paraba ahí. Tal como lo haría Galileo poco después, ponía en duda todo o casi todo lo que sobre astronomía decía el Antiguo Testamento. No contento con esa andanada intelectual de fondo, hirió a muchos personajes encumbrados con la sátira, haciendo irónicas críticas a la sociedad inglesa y, en particular, a la pedantería de los profesores de Oxford. Quizá el escrito más notable de Bruno en Londres fue Degli eroici furori (De los furores heroicos) que es un conjunto de diálogos - posiblemente basados en Platón- sobre el amor sublime en contraposición con el amor vulgar. Era un tema que hasta ese momento no había estado entre los suyos. Pero Bruno, él mismo un espíritu heroico, no desdeñó este tema que constituye su principal manifestación de doctrina ética.
No es extraño que el ambiente se enrareciera para él y en 1585 hubiera de retornar a París en compañía de su protector, el embajador de Francia. Sin embargo, la Francia que encontró era muy diferente de la que había salido unos años antes. Toda tolerancia había desaparecido. Pero, sin percatarse del cambio o percatándose de éste pero no dándole importancia, Bruno no demoró mucho en entrar en polémica con el matemático Fabrizio Mordente, protegido de los Guisa y del bando católico. Las letanías burlescas que le dedicara - se ha dicho- recuerdan a Rabelais. Además, volvió a atacar con dureza a Aristóteles y su escuela peripatética, todavía un crimen de lesa ortodoxia en un mundo en que - más que en Inglaterra- la escolástica seguía siendo la filosofía oficial. Hubo de dejar París.
¿Hacia dónde dirigirse? Giordano Bruno pensaba que un intelectual no tiene patria y Alemania - otro polvorín- le pareció un buen lugar donde radicarse. Su facilidad para aprender idiomas lo ayudó. Vagó de universidad en universidad por la hermosa y medieval Alemania anterior a la Guerra de los Treinta Años, haciendo clases y publicando numerosos artículos sobre sus temas familiares. Estuvo en Marburgo y en Wittenberg, donde se hizo luterano, lo que le valió una nueva causa de enemistad con sus antiguos calvinistas, numerosos en aquella ciudad. Luego pasó a Praga - donde otro docto heterodoxo en materia religiosa Jan Hus, había predicado y escrito para terminar siendo quemado, aunque, en este caso, a diferencia del de Servet, más de un siglo y medio antes. Finalmente se asentó en Helmstadt. Pero su teoría de la posibilidad de pacífica coexistencia de diversas religiones, incluida en su obra "Ciento sesenta artículos", le reportó otra excomunión en 1589, ahora por parte de la Iglesia Luterana.
Excomulgado por católicos, calvinistas y luteranos, el escándalo acompañaba. Intentó radicarse entonces en Frankfurt del Main, pero el senado citadino rechazó su petición. Tenía fama de hombre de "sabiduría universal", pero al mismo tiempo - con justicia- de conflictivo, cuasi agnóstico y defensor de las teorías más extrañas en numerosos campos del saber. De hecho, era un precursor, pero pasarían muchos años antes de que el mundo intelectual así lo comprendiera.
Un retorno fatal Después de refugiarse, por algunos meses, en un convento carmelita, merced a los buenos oficios de su editor, cometió su error fatal. Decidió retornar a Italia, invitado por un noble veneciano, Giovanni Mocenigo, que quería aprender de él sus técnicas para aumentar el poder de la memoria.
La idea de radicarse en Venecia no era mala en sí. La ciudad dueña del Adriático era la más tolerante de las repúblicas italianas y la protección de un Mocenigo parecía poder evitarle nuevos problemas. Es muy probable que así hubiera sido... de no tratarse de Giordano Bruno y de no haber sido traicionado por su protector. La verdad es que el joven noble veneciano, que esperaba que las lecciones de Bruno fueran por la línea de recetas mágicas, tema que - como vimos- también fascinaba a Giordano Bruno y por el cual también se le conocía y temía, quedó muy desilusionado por las clases que recibió de éste. Y, enojado además porque su maestro postuló a la cátedra de matemáticas en la Universidad de Padua (que obtendría Galileo un año después, en 1592) y, posteriormente, al parecer, porque intentó retornar a Frankfurt, posibilidades ambas que lo alejaban de Venecia, traidoramente lo denunció a su antigua enemiga, la Inquisición, bajo el cargo de herejía. Es posible que también hubiera surgido una querella de tipo más íntimo o personal entre ambos, pues la acción de Mocenigo no es fácil de explicar sólo por los intentos de huida de Bruno.
Aunque se le puso en prisión, el problema todavía no era tan grave mientras el juicio se realizara en la relativamente tolerante Venecia. Pero para desgracia de Bruno, la Inquisición romana, que no lo había olvidado, pidió y obtuvo su extradición. Y en enero de 1593, Bruno cruzaba los umbrales del palacio del "Santo Oficio" para ser arrojado a una mazmorra. Allí permaneció siete años, mientras el proceso, entrabado en las infinitas sutilezas de la maquinaria judicial vaticana de entonces, avanzaba a paso de tortuga.
Aunque los registros judiciales del juicio no se han conservado sino parcialmente, se sabe que el proceso tuvo diversas fases. En un comienzo, Bruno dijo no tener interés particular alguno en cuestiones teológicas, argumento indudablemente falso. Luego hizo un esfuerzo por demostrar que sus ideas sobre cosmología, magia, filosofía y también teología no se oponían "necesariamente" al dogma católico. Pero los inquisidores querían una retractación explícita y absoluta y Bruno no estaba dispuesto a llegar a eso. Después pasó a defenderse con el argumento de que no entendía qué era, explícitamente, aquello de lo que debía retractarse; argumento que era otra argucia y Giordano Bruno ha de haberlo sabido de sobra. El hecho era que, consecuente e intelectualmente honesto, no estaba dispuesto a negar los conocimientos científicos o, en algunos casos, seudo científicos, de los cuales estaba profundamente convencido.
Finalmente, Bruno reconoció que no tenía nada de qué arrepentirse y que creía en todo lo que había escrito y dicho.
Ante la firmeza en su intención de no hacer una retractación explícita, el Papa Clemente VIII ordenó que se le condenara como un "impenitente y perniciosohereje". Era la lápida para ambos, pontífice y víctima. Para esta última a corto plazo y para el primero, ante la historia.
Cuando se le leyó la sentencia Giordano Bruno retrucó a sus jueces diciendo: "Quizá vuestro temor al entregarme vuestro veredicto sea mayor que el que yo siento al escucharlo". De nada le sirvió su último desafío; pero desde entonces guardaría una actitud de un estoicismo, valor y dignidad ejemplares.
Así, el 17 de febrero del año 1600 Giordano Bruno fue conducido a la hoguera, ubicada en el llamado "Campo dei Fiori". Su actitud continuó siendo valerosa y despectiva hasta el momento en que fue consumido por las llamas.
Siglos después, en la Europa racionalista y anticlerical del Siglo de las Luces y, aún más acentuadamente en la Italia racionalista y laica del siglo XIX y el Risorgimiento, Giordano Bruno pasó a ser estudiado y a convertirse en un símbolo de la lucha contra el oscurantismo y la defensa intransable de la libertad y la razón. Se le construyeron estatuas y se denunció, con razón, su monstruosa muerte. Esa imagen ha perdurado, relativamente, hasta el presente. Tanto así que Giovanni Gentile se preocupó de reeditarlo. En el año 1942, en pleno fascismo, A. Mercati publicó un sumario de su proceso y hace no muchos años se hizo un filme, de una crudeza estremecedora, acerca del juicio, basado en las investigaciones de ese autor, pero con un acusado - aunque no distorsionador- énfasis anti católico. Por cierto, olvidando que protestantes y fanáticos de todos los tipos usaron (y usan) métodos muy similares contra sus enemigos.
Pero, quien estudia la historia personal de Giordano Bruno, puede pensar, legítimamente me parece que a sus múltiples cualidades y a su valor podría haber agregado la virtud de la prudencia y, de este modo, sin renunciar a dejar su herencia intelectual, salvar su vida. Más todavía en una Europa donde el respeto para las ideas de todos era todavía la sombra de una esperanza. Fue así que las ideas de Galileo, más importantes que las de Bruno - a pesar de su famosa retractación- no murieron. Las de Bruno tampoco, pero fue quemado.
En todo caso el legado intelectual y moral de Giordano Bruno, más que tener una gran importancia científica la tuvo y tiene en el campo de la ética. Esto es así pues muchos historiadores de la filosofía y de las ciencias han descubierto en su pensamiento graves incongruencias. Y su aporte en el campo de la astronomía y cosmología, que fue el más significativo, ya que en algunos aspectos de éste no sólo fue un clarividente precursor sino hasta un original innovador, se basó principalmente en intuiciones y no en el estudio científico riguroso. Su legado a la humanidad es pues es el de la dignidad rebelde y heroica. La dignidad del que se siente libre en su calidad de poseedor de la verdad y es víctima en parte por su propio valor de un poder cuya arma principal es la fuerza. En este aspecto Giordano Bruno sigue plenamente vigente.
*Cristián Gazmuri es director del Instituto de Historia de la P. Universidad Católica de Chile.
**Artículo publicado en el diario El Mercurio el 30/04/2000.
EL HEREJE ERRANTE
(Breve biografía elaborada esencialmente en base a los siguientes textos: "Giordano Bruno" de Michele Ciliberto, Laterza, Bari 1992; "Giordano Bruno" de Giovanni Aquilecchia, Ist. Encicl. Ital, Roma 1971; ”El proceso de Giordano Bruno" de Luigi Firpo, Salerno Edit.., Roma 1993.) Esta pequeña reseña biográfica ha sido editada previamente en giordanobruno.info
Giordano Bruno nació en Nola, cerca de Nápoles, en el año 1548, en una familia de modestas condiciones. El padre, Giovanni, era militar de profesión y la madre, Fraulissa Savolino, pertenecía a una familia de pequeños propietarios de tierras. Le dieron el nombre de Filippo. Realizó los primeros estudios en su ciudad natal, a la que amaba y a menudo recordó luego en sus trabajos, pero en 1562 se trasladó a Nápoles donde hizo los estudios superiores y tomó clases particulares y públicas de dialéctica, lógica y mnemotecnia en la universidad. En junio de 1565 decidió emprender la carrera eclesiástica y entró, con el nombre de Giordano, en la orden dominica de los predicadores en el convento de S. Domenico Maggiore. Se hace notar que la edad de 17 años se consideraba bastante elevada, en el contexto, para decisiones de este tipo. En el convento empezó pronto a manifestarse el contraste entre su personalidad inquieta, dotada de viva inteligencia y ganas de conocer, y la necesidad de someterse a las rigurosas reglas de una orden religiosa: un año después ya era acusado de despreciar el culto de María y de los Santos y corría el riesgo de ser sometido a medidas disciplinarias. Recorrió, por otra parte, rápidamente, los varios grados de la carrera: subdiácono en 1570, diácono en 1571, sacerdote en 1572 (celebró su primera misa en la iglesia del convento de S.Bartolomeo in Campagna), doctor en teología en 1575. Pero al mismo tiempo que estudiaba seria y profundamente la obra de Santo Tomás, leía escritos de Erasmo de Rotterdam, rigurosamente prohibidos y cuyo descubrimiento causó la apertura de un proceso local en su contra, en el curso del cual emergieron también acusaciones sobre dudas acerca del dogma trinitario. Era el año 1576 y la inquisición ya venía dando desde hacía tiempo clamorosos ejemplos de rigor y eficiencia por lo cual Bruno, temiendo por la gravedad de las acusaciones, huyó de Nápoles abandonando el hábito eclesiástico.
Tuvo así inicio la serie increíble de sus peregrinaciones, durante las que se mantuvo impartiendo lecciones en varias disciplinas (geometría, astronomía, mnemotecnia, filosofía, etc.). En el arco de dos años (1577-1578) vivió en Noli, en Savona, en Turín, en Venecia y en Padua donde, a sugerencia de algunos hermanos dominicos, aun sin una formal reintegración a la orden, volvió a vestir el hábito. Después de breves estadías en Bérgamo y en Brescia, al final de 1578 se dirigió hacia Lyon pero, ya en el convento dominico de Chambery, fue desaconsejado de permanecer en aquella ciudad de frontera con los países reformados y sujeta a particulares controles, por lo que decidió dirigirse a la no lejana Ginebra, la capital del calvinismo.
Aquí fue acogido por Gian Galeazzo Caracciolo, marqués de Vico, desterrado de Italia y fundador de la comunidad evangélica italiana local. Depuesto de nuevo el hábito y después de una experiencia como "corrector de primera impresión” en una tipográfica, Bruno adhirió formalmente al calvinismo y fue matriculado como docente en la universidad local (mayo de 1579). Ya en agosto en cambio, habiendo publicado un librito en el cual se estigmatizaba al titular de la cátedra de filosofía evidenciando bien veinte errores en los que éste habría incurrido en una sola lección, fue acusado de difamación y por lo tanto arrestado, procesado y obligado a arrepentirse bajo pena de excomunión. Bruno admitió su culpabilidad pero tuvo que dejar Ginebra, no sin conservar un fuerte resentimiento. Casi por reacción se dirigió entonces a Tolosa, en aquellos años baluarte de la ortodoxia católica en la Francia meridional, donde buscó, sin conseguirla, la absolución con un confesor jesuita, pero pudo conseguir en todo caso un puesto de lector de filosofía en la universidad y por dos años comentó el "De anima" de Aristóteles. En el 1581 dejó también Tolosa, donde se perfilaba un recrudecimiento de las luchas religiosas entre católicos y hugonotes y se fue a París donde dictó, en calidad de "lector extraordinario" (los "ordinarios" debían asistir a misa, cosa que a él estaba prohibida como apóstata y excomulgado) un curso en treinta lecciones sobre los atributos divinos en Tomás de Aquino. La noticia del éxito del curso llegó hasta el rey Enrique III, al que Bruno dedicó enseguida (1582), su "De umbris idearum" con el anexo "Ars memoriae" consiguiendo el nombramiento como "lector extraordinario y remunerado". La pertenencia al grupo de los "lecteurs royaux" también le permitía cierta autonomía respecto de la Sorbona, de la cual no dejó de criticar el conformismo aristotélico. Es éste un período de gran fecundidad en la producción filosófica y literaria de Bruno, que publica en breve sucesión el "Cantus circaeus", el "De compendiosa architectura et complemento artis Lullii" y "Il Candelaio". Con el favor del rey se convirtió en "gentilomo" (pero bien pronto estimado amigo) del embajador de Francia en Inglaterra Michel de Castelnau, que llegó a Londres en abril de 1583, y gracias al cual frecuentó la corte de la "diva" Elisabeth. Continuó aquí publicando obras importantes: "Ars reminiscendi", "Explicatio triginta sigillorum" y "Sigillus sigillorum" en único volumen y enseguida la "Cena delle ceneri”, "De la causa, principio et uno", "De infinito, universo et mondi" y "Spaccio della bestia trionfante". Al año siguiente, siempre en Londres, dio a la imprenta “La cabala del cavallo pegaseo" y "Degli eroici furori”. Esta última obra, al igual que el “Spaccio” es dedicada a sir Philip Sidney, sobrino de Robert Dudley conde de Leicester. Algunos de estos textos reflejan las polémicas con la universidad de Oxford y con una parte de la aristocracia inglesa. En contacto con la famosa universidad oxoniense, empujado por la impetuosidad de su carácter, durante un debate puso en dificultades, sin mucho tacto, a un estimado docente: John Underhill, y se volvió así antipático a una parte de sus colegas que no dejaron de manifestar enseguida su animosidad. Obtenido en efecto, después de algunos meses, el encargo de dictar una serie de conferencias en latín sobre cosmología, en las que defendió entre otras las teorías de Nicolás Copérnico sobre el movimiento de la Tierra, fue acusado de haber plagiado algunas obras de Marsilio Ficino y obligado a interrumpir las lecciones. Pero más allá de los resentimientos personales, entraban en conflicto con el clima cultural y religioso de Inglaterra de aquel tiempo algunas ideas de fondo de Bruno, como justamente su cosmología y su antiaristotelismo. El episodio del día de las cenizas del 1584, 14 de febrero, es significativo: Bruno había sido invitado por el aristócrata inglés Sir Fulke Greville a exponer sus ideas sobre el universo. Dos doctores de Oxford presentes, en vez de oponer argumento a argumento, provocaron una encendida disputa y usaron expresiones que Bruno consideró ofensivas, al punto de inducirlo a despedirse del anfitrión. De este hecho nació “La cena delle ceneri", que contiene agudas y no siempre diplomáticas observaciones sobre la realidad inglesa contemporánea, atenuadas luego por la reacción de algunos que se sentían injustamente implicados en tales juicios, en el siguiente "De la causa, principio et uno." En los dos diálogos italianos, Bruno contrasta la cosmología geocéntrica de corte aristotélico-tolemaico, pero también supera las concepciones de Copérnico, integrándolas con la especulación del "divino Cusano". Sobre la estela de la filosofía de Cusano, en efecto, el Nolano imagina un cosmos animado, infinito, inmutable, dentro del cual se agitan infinitos mundos parecidos al nuestro. De nuevo en Francia, luego del regreso de De Castelnau, Bruno se ocupó de un reciente descubrimiento de Fabricio Mordente, el compás diferencial, para presentar el cual escribió - por invitación del inventor - un prefacio en latín en cuya redacción prevalecían de tal forma las aplicaciones que Bruno hacía del instrumento para avalar sus tesis filosóficas sobre el límite físico de la divisibilidad, que oscurecían o reducían a un hecho mecánico la invención. Ofendido, Mordente se apresuró a comprar todas las copias disponibles y las destruyó. Bruno reavivó la polémica publicando un diálogo de tono sarcástico titulado "Idiota triumphans seu de Mordentio inter geometras deo" que indirectamente hizo más difícil su permanencia en París, por ser Mordente un católico ligado a la facción del duque de Guisa, que en poco tiempo habría alcanzado lo máximo de su parábola ascendente, mientras que Bruno reafirmaba su fidelidad a Enrique III. Reacciones negativas suscitaron pronto en Cambray las tesis fuertemente antiaristotélicas contenidas en el opúsculo "Centum et viginti articuli de natura ed mundo adversos peripateticos" discutidas en nombre del maestro por su discípulo J. Hennequin. La intervención crítica de un joven abogado que Bruno sabía pertenecía a su misma tendencia política, convenció al filósofo nolano de que la permanencia en París no era ulteriormente posible. De nuevo vagabundo por Europa, Bruno arriba en junio de 1586 a Wittemberg, en Alemania, donde enseña por dos años en la universidad local como "doctor italus", al término de los cuales se despide (también por el predominio en la ciudad de la tendencia calvinista) con una "Oratio valedictoria" con la que agradece a la universidad por haberlo acogido sin prejuicios religiosos. La oración también contiene una calurosa alabanza a Lutero por su coraje al oponerse al superpoder de la Iglesia de Roma, lo que tiene gran valor como defensa de la libertad religiosa, pero no reniega de sus convicciones críticas acerca de la doctrina luterana detectables en otras obras (especialmente "Cabala" y "Spaccio"). Los "heroicos furores" parecían a Bruno incompatibles con la paulina teología de la cruz. Después de una breve estadía en la Praga de Rodolfo II, al que dedicó los "Articuli adversos mathematicos", al final de 1588 se dirige a Helmstedt donde, para poder enseñar en la local "Accademia Iulia" adhiere al luteranismo. Pero los problemas de fondo permanecen: no había pasado aún un año cuando fue excomulgado por el pastor local Gilbert Voet por motivos no bien aclarados y que Bruno sostuvo que eran de naturaleza privada. Fue en esta ciudad sin embargo que fueron publicadas gran parte de las obras llamadas "mágicas": "De magia”, “De magia mathematica", "Theses de magia", etc. El 2 de junio de 1590 Bruno llega a Francfort donde pide pero no obtiene el permiso de residencia y permanece precariamente hospedado en un convento de carmelitas. Publicados tres poemas latinos, (De triplice minimo, De mónade, De innumerabilis) , y después de algunos meses de permanencia en Zurich donde dicta lecciones de filosofía, vuelve a Francfort donde en la primavera del 1591 recibe dos cartas del aristócrata veneciano Giovanni Mocenigo que lo invita a Venecia para que le enseñe el arte de la memoria. Los motivos por los que Bruno se decidió a aceptar la invitación, con todos los riesgos que implicaba un regreso a Italia, son debatidos todavía entre los estudiosos. Probablemente con razón, Michele Ciliberto está convencido de que convergieran en esta elección una pluralidad de causas. Excomulgado por las iglesias reformadas tanto como por la católica, en ruptura con ambientes puritanos y con la facción entonces dominante en Francia, era aislado e indeseado a nivel europeo. Tenía confianza en la tradicional autonomía de la República véneta (donde de hecho sobrevivían círculos aristocráticos orientados en sentido "liberal") con respecto al papa, y aspiraba a la cátedra de matemáticas de la universidad de Padua, entonces vacante, que más tarde sería de Galileo Galilei. A estas consideraciones, además, Ciliberto añade otra, directamente vinculada con los últimos logros de la filosofía del Nolano: una suerte de fuerte autoconciencia, de vocación en un sentido reformador, casi como si se sintiese “un Mercurio enviado por los dioses” para aclarar las tinieblas del presente. Una cosa Bruno no había previsto –nota Filiberto- : "qué clase de hombre era Mocenigo" (Giordano Bruno, op.cit. pág. 259 ). Como quiera que sea, a fines de marzo de 1592 el inquieto peregrino llega a casa de Mocenigo en Venecia. Después de algunos meses el patricio veneciano, tal vez insatisfecho en su expectativa de extraordinarias técnicas mágico-mnemónicas, quizás también molesto por el carácter independiente de Bruno, que mal se adaptaba a la condición de "famiglio" (siervo), especialmente de una persona tan ignorante y presuntuosa, (se aprestaba entre otras cosas a ir a Francfort para hacer imprimir libros y continuaba esperando una cátedra en Padua), contraviniendo las más elementales reglas de la hospitalidad, encerró a Bruno en sus habitaciones y lo denunció a la Inquisición local afirmando haberlo oído proferir blasfemias y frases heréticas. Después de un par de meses, sin embargo, el proceso , que había sido iniciado enseguida, se presentaba bastante favorable a Bruno, que se había defendido sosteniendo haber formulado hipótesis filosóficas y no teológicas y que por cuanto concernía a las cosas de fe se remitía plenamente a la doctrina de la Iglesia, pidiendo perdón por alguna frase desconsiderada que pudiera haber pronunciado. Además tuvo atestaciones favorables o por lo menos no hostiles de parte de muchos testigos del patriciado véneto. Cuando todo hacía esperar una próxima absolución, al improviso llegó de Roma la solicitud de traslado del proceso al tribunal central del S. Oficio. La primera respuesta del senado, celoso custodia de la autonomía de la Serenissima, fue negativa, pero tras las insistencias vaticanas, en la consideración de que el inquirido no era ciudadano veneciano y que su proceso se había iniciado antes de su llegada a la ciudad lagunar (se hacía referencia a los hechos del 1575) llegó al final el “nulla-osta” y en febrero de 1593 el peregrinar de Bruno acabó en una celda del nuevo edificio del S. Oficio, hecho construir por Pio V en las cercanías de Porta Cavalleggeri. Del proceso, que se prolongó por bien seis años y durante el cual por una vez al menos se recurrió con toda probabilidad a la tortura, nos queda un "sumario", hallado extrañamente en el archivo personal de Pio IX y publicado por A. Mercati en 1942. Se trata casi seguramente de una síntesis compilada para uso de los jueces, que les permitía tener una visión de conjunto que no era fácil lograr en el gran fárrago de documentos originales. Un fundamental estudio de este extracto se incluye en el libro de L. Firpo "Il processo di Giordano Bruno", Nápoles, 1949, al cual me remito por los detalles dramáticos y significativos del intrincado procedimiento que, además de proveer numerosos datos sobre la vida de Bruno, muestra el progresivo resquebrajamiento de su tesis defensiva entre el plano filosófico (en el cual afirmó haber solamente especulado) y el teológico, que no le interesaba. Decisivo al respecto fue el ingreso en el tribunal en 1597 del teólogo jesuita Roberto Bellarmino, llamado a examinar los actos procesales y sobre todo las obras impresas para dilucidar su contenido heterodoxo. Cuando el Nolano, que durante el proceso había tratado de disimular, atenuar y a veces hasta aceptado repudiar algunas de sus posiciones en más abierto conflicto con la doctrina católica, se encontró frente a la necesidad - para salvarse - de rechazar en bloque sus ideas, juzgadas radicalmente incompatibles con la ortodoxia cristiana, se obstinó en un firme y desdeñoso rechazo, y fue el fin. El 20 de enero de 1600 Clemente VIII, considerando ya probadas las acusaciones y rechazando la solicitud de ulterior tortura presentada por los cardenales, ordenó que el acusado, "herético impenitente, pertinaz, obstinado", fuera entregado al brazo secular. Eso significaba -a pesar de la presencia en la sentencia de la usual hipócrita fórmula que invocaba la clemencia del Gobernador- la muerte en la hoguera. EL 8 de febrero la sentencia fue leída en la casa del Cardenal Madruzzo y fue entonces que Bruno, como un atendible testigo presencial (Schopp) refiere, se volvió hacia los jueces y pronunció la famosa frase: “Tal vez tenéis más miedo vosotros que emanáis esta sentencia que yo que la recibo". El siguiente jueves 17 de febrero de 1600 - año santo - fue conducido a Campo de' Fiori con la lengua “in giova", es decir con una mordaza que le impedía hablar y allí, desnudo y atado a un palo, fue quemado vivo apartando ostentosamente la mirada de un crucifijo, del cual estaba compartiendo la suerte pero que le querían hacer aparecer como verdugo. Había puesto en práctica y desafortunadamente experimentado sobre su piel una consideración hecha muchos años antes: "De donde importa el honor, la utilidad pública, la dignidad y perfección del propio ser, el cuidado de las leyes divinas y naturales, no te mueves por terrores que amenazan muerte". (Dialoghi Ital., G. Gentile Florencia 1985, pp. 698-99.). En el sumario del proceso están consignados los cargos (24) pero no los que se consideraban probados en la sentencia, que sin embargo son así referidos referidos por Schopp, de memoria:
1. Negar la transustanciación; 2. poner en duda la virginidad de María; 3. haber permanecido en país de herejes, viviendo a su modo; 4. haber escrito contra el papa el "Spaccio della bestia trionfante"; 5. sostener la existencia de mundos innumerables y eternos; 6. afirmar la metempsicosis y la posibilidad de que un alma sola informe dos cuerpos; 7. considerar la magia buena y lícita; 8. identificar el Espíritu Santo con el alma del mundo; 9. afirmar que Moisés simuló sus milagros e inventó la ley; 10.declarar que la sagrada escritura no es sino un sueño; 11.considerar que hasta los demonios se salvarán; 12.creer en la existencia de los preadamitas; 13.aseverar que Cristo no era Dios sino un embustero y un mago y que con justicia fue ahorcado; 14.afirmar que también los profetas y los apóstoles fueron magos y que casi todos tuvieron mal fin.
De estos errores, el cuarto resulta abiertamente infundado ya que el "Spaccio" es más bien antiluterano que antipapista; las vulgares invectivas contra Cristo, los profetas y los apóstoles de los nn. 13 y 14 son evidentemente ecos de desahogos coyunturales de una persona exasperada. Donde el contraste con la institución aparece insalvable es más bien con el núcleo central de la doctrina de Bruno, delineado en los puntos 5, 6 y 8. No es el caso aquí de profundizar en el sistema filosófico del Nolano, pero el sólo pensar que la Tierra, de centro de un limitado universo, objeto específico y privilegiado de la acción creadora de Dios, se convirtiera en un minúsculo puntito en un universo infinito y entre mundos infinitos; que tal universo es invadido y vivificado por un espíritu divino inmanente; que en el continuo transformarse de la vida, las almas, inmortales, informan cuerpos diferentes, etc., hacía que las Escrituras, Cristo, la Virgen, los profetas y las dogmas aparecieran como imperfectas sombras de una realidad que la filosofía mostraba mucho más grande, y que a lo sumo servían para mantener tranquilos a los pueblos. Probablemente las ideas de Bruno no habrían logrado nunca llegar a las masas, ni provocar cismas lejanamente comparables al luterano; pero en definitiva se trataba, en cierto sentido, de una tentativa de reemplazar por una nueva "suma" del universo, la tradicional de S. Tomás. Y éste fue considerado un peligroso ejemplo, un atentado contra la supremacía de la teología sobre la filosofía, de la religión sobre la razón. (*)
(*) Fuente: Biografía editada en giordanobruno.info.com
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SUMARIO DEL PROCESO CONTRA GIORDANO BRUNORoma, 1597
Volumen de papel, 320 x 245 mm., 429 folios (numeración antigua, en parte equivocada y sin incluir muchos folios blancos), encuadernado en pergamino; en el dorso: VARIA. Censurae. ASV, Misc., Arm. X, 205, ff. 230v‑231r
En uno de los volúmenes del fondo «Miscellanea Armadi» (Arm.X, 205), quizá compuesto mediante la recopilación de varios escritos del conocido canonista Francisco Peña, auditor y después decano de la Rota (fallecido en 1612), se encuentra un valioso texto que se buscó y se mantuvo secreto durante mucho tiempo y que finalmente fue encontrado en el fondo Pío IX por el prefecto del Archivo Vaticano, Angelo Mercati, el 15 de noviembre de 1940, tras 15 años de investigaciones sin éxito. Se trata del sumario del proceso contra Giordano Bruno. A Mercati se debe también la publicación del sumario con una amplia y consistente introducción, aparecida en 1942.
Al haberse perdido irremediablemente el volumen o los volúmenes del proceso romano contra Giordano Bruno (1548-1600), que en el pasado se habían conservado en el archivo del Sant’Offizio, el presente texto, que procede de los originales (se citan a menudo, en los márgenes del sumario, las páginas del proceso perdido), se convierte en un testimonio todavía más valioso para el conocimiento del largo y enrevesado proceso inquisitorio al que se sometió al célebre fraile dominicano. En el sumario confluyeron, probablemente para uso del consejero del Sant’Offizio de la época, extractos de las obras de Bruno, sus declaraciones (es decir interrogatorios), algunos actos del proceso veneciano afrontado por el célebre predicador en 1592 y otros escritos copiados también del proceso original.
El caso humano de Giordano Bruno se concluyó con el proceso romano (1593-1600) y con la sentencia de herejía reconocida, la cual, al perdurar su extrema y resuelta defensa de su inocencia, se convirtió en la aplicación de la pena capital que se ejecutó en Campo dei Fiori el 17 de febrero de 1600. En una de las últimas declaraciones que precedieron a la sentencia (quizá de abril de 1599), el dominicano fue interrogado por los jueces del Sant’Offizio sobre su concepción cosmogónica, propugnada sobre todo en La cena delle ceneri, y en el De l’infinito universo et mondi. Él entonces sostuvo sus teorías y defendió que eran teorías con base científica y en absoluto contrarias a las divinas Escrituras (parte izquierda, a partir de la primera línea: Circa motum terrae, f. 287, sic dicit:Prima generalmente dico ch’il moo et la cosa del moto della terra e della immobilità del firmamento o cielo sono da me prodotte con le sue raggioni et autorità le quali sono certe, e non pregiudicano all’autorità della divina scrittura [...]. Quanto al sole dico che niente manco nasce e tramonta, né lo vedemo nascere e tramontare, perché la terra se gira circa il proprio centro, che s’intenda nascere e tramontare [... ]). En esas mismas salas en que se interrogaba a Giordano Bruno, por estos mismos cruciales problemas de la relación entre la ciencia y la fe en los albores de la naciente astronomía y en el crepúsculo de la decadente filosofía aristotélica, dieciséis años después habría sido convocado por el cardenal Bellarmino, que ahora contestaba a Bruno las tesis heréticas, Galileo Galilei, que también fue sometido a un célebre proceso inquisitorio que por suerte, al menos en su caso, se concluyó con una simple abjuración.
En uno de los volúmenes del fondo «Miscellanea Armadi» (Arm.X, 205), quizá compuesto mediante la recopilación de varios escritos del conocido canonista Francisco Peña, auditor y después decano de la Rota (fallecido en 1612), se encuentra un valioso texto que se buscó y se mantuvo secreto durante mucho tiempo y que finalmente fue encontrado en el fondo Pío IX por el prefecto del Archivo Vaticano, Angelo Mercati, el 15 de noviembre de 1940, tras 15 años de investigaciones sin éxito. Se trata del sumario del proceso contra Giordano Bruno. A Mercati se debe también la publicación del sumario con una amplia y consistente introducción, aparecida en 1942.
Al haberse perdido irremediablemente el volumen o los volúmenes del proceso romano contra Giordano Bruno (1548-1600), que en el pasado se habían conservado en el archivo del Sant’Offizio, el presente texto, que procede de los originales (se citan a menudo, en los márgenes del sumario, las páginas del proceso perdido), se convierte en un testimonio todavía más valioso para el conocimiento del largo y enrevesado proceso inquisitorio al que se sometió al célebre fraile dominicano. En el sumario confluyeron, probablemente para uso del consejero del Sant’Offizio de la época, extractos de las obras de Bruno, sus declaraciones (es decir interrogatorios), algunos actos del proceso veneciano afrontado por el célebre predicador en 1592 y otros escritos copiados también del proceso original.
El caso humano de Giordano Bruno se concluyó con el proceso romano (1593-1600) y con la sentencia de herejía reconocida, la cual, al perdurar su extrema y resuelta defensa de su inocencia, se convirtió en la aplicación de la pena capital que se ejecutó en Campo dei Fiori el 17 de febrero de 1600. En una de las últimas declaraciones que precedieron a la sentencia (quizá de abril de 1599), el dominicano fue interrogado por los jueces del Sant’Offizio sobre su concepción cosmogónica, propugnada sobre todo en La cena delle ceneri, y en el De l’infinito universo et mondi. Él entonces sostuvo sus teorías y defendió que eran teorías con base científica y en absoluto contrarias a las divinas Escrituras (parte izquierda, a partir de la primera línea: Circa motum terrae, f. 287, sic dicit:Prima generalmente dico ch’il mo
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