El 26 de junio de 1794 (8 de Mesidor) el ejército francés derrotó a los austriacos en Fleurus, con lo que se descartaba definitivamente el temor a una invasión. A partir de entonces la dirección de la guerra cambiaría de rumbo. Carnot envió órdenes a los ejércitos para que viviesen a expensas del enemigo e incluso requisasen víveres para enviarlos a Francia. La guerra revolucionaria iba, así, a ser sustituida por una guerra de conquista.La dirección de la guerra provocó en el seno del Comité de Salud Pública un conflicto entre los criterios de Carnot y de Saint-Just. Aquél acusó a éste de inmiscuirse en asuntos que salían de su competencia, pero lo que se dilucidaba en realidad era un enfrentamiento entre los elementos más moderados, entre los que se encontraban, además de Carnot, Lindet y Barère, y los ideólogos -Robespierre, Couthon y Saint-Just- , acusados de querer formar un triunvirato dictatorial. La alianza antirrobespierrista se amplió a todos aquellos que temían verse procesados en la espiral implacable del terror desencadenada sin freno. Como afirma el historiador Marc Bouloiseau, "Políticamente, socialmente, humanamente, la maquinaria terrorista -a pesar de los principios- se hacía insoportable. Tanto la población como el ejército se resistían cada uno a su manera a una autoridad excesiva. La máquina trabajaba en balde. Mantenida hasta ese momento por la firme voluntad de los gobernantes, se paró desde el momento en que éstos se dividieron."El 8 de Termidor, Robespierre intentó defenderse de sus atacantes, alegando que la Revolución podría salvarse, y con ella el reino de la virtud, si se eliminaba a un grupo de hombres impuros que obstaculizaban el triunfo final. Pero la alianza de los jacobinos moderados, La Llanura y los terroristas, momentáneamente unidos por el miedo común, resistió a los argumentos de Robespierre y de Saint-Just, que intentó defenderlo. Robespierre fue detenido y el 10 de Termidor (28 de julio) ejecutado en la guillotina. A los pocos días, hasta 71 de sus seguidores, miembros de la Comuna, siguieron el mismo camino.Termidor es otro de los momentos clave en el largo recorrido de la Revolución francesa y constituye también un punto de inflexión arquetípico de todo proceso revolucionario. Significa el cansancio de la Revolución, es decir, la toma de conciencia por parte de algunos de sus impulsores de que no puede mantenerse indefinidamente su corrimiento hacia la izquierda, sino que, llegado un momento, hace falta detenerse para consolidar y poner en marcha las conquistas revolucionarias. No es, por consiguiente, una vuelta atrás y mucho menos un regreso al Antiguo Régimen, sino más bien un giro a la derecha -dentro de la Revolución-, cuando algunos pensaban que se había llegado al borde del límite de lo aceptable para sus propios intereses.La gran vencedora de las jornadas de Termidor fue La Llanura. De ella salieron los nuevos nombres que tomarían las riendas del poder para reconducir a la Revolución por unos derroteros más acordes con los intereses de una burguesía que huía tanto del extremismo revolucionario, como de la vuelta al Antiguo Régimen. Boissy d´Anglas, Merlin de Douai y Merlin de Thioville, abogados y partidarios de un gobierno de propietarios, o antiguos extremistas conversos, como Barras, Tallien y Fréron, fueron los elementos que desmantelaron la república jacobina y acabaron con el Terror.La Convención adoptó una serie de medidas durante el segundo semestre del año 1794 (Año II-III de la República) destinadas a desactivar los mecanismos del gobierno robespierrista. Los dos Comités, el de Salud Pública y el de Seguridad General, fueron regulados de forma que sus miembros serían renovados mensualmente mediante una elección. De esa forma se trataba de evitar que el poder estuviese concentrado en un grupo de personas. Se crearon hasta 16 nuevos comités -12 de ellos dotados de poderes ejecutivos- que se repartieron las labores que antes desempeñaban en exclusiva los dos grandes Comités. A escala local, también se dictaron medidas en el mismo sentido de tal forma que se suprimieron los antiguos comités revolucionarios y de vigilancia. En París se suprimió la Comuna y los comités revolucionarios fueron drásticamente reducidos y convertidos en "comités d'arrondissement", de los que fueron excluidos los militantes jacobinos y sustituidos por comerciantes o funcionarios más respetables.La finalización del Terror significó la puesta en libertad de los sospechosos (500 en París en una sola semana) que en su mayor parte pasaron a engrosar las filas de la derecha y que a través de sus periódicos Le Messager du Soir y L´Ami du Citoyen, exigían el castigo de los jacobinos sanguinarios. Algunos "emigrés" comenzaron también a regresar y con ellos aumentaba el número de personas deseosas de ajustar cuentas con los antiguos enemigos. La Convención adoptó una actitud pasiva y así se instaló el terror blanco mediante el que los "muscadins" practicaban la caza del jacobino. En la capital atacaban a sus lugares de reunión mediante las llamadas "promenades civiques", que solían terminar trágicamente. Los jacobinos y los hebertistas se entretenían mientras tanto en echarse mutuamente la culpa sobre quién había sido el responsable de la derrota de Termidor. Pero más que en París, donde el terror blanco alcanzó una mayor violencia fue en las provincias.En Lyon se produjeron asesinatos masivos de prisioneros y en otras ciudades se asesinó indiscriminadamente a terroristas, patriotas de 1789, o simplemente compradores de bienes eclesiásticos desamortizados.En el terreno económico se dejó sentir también el triunfo de las "honnêtes gens". Se volvió a la libertad económica mediante la abolición de la ley del Maximum, que establecía un precio máximo para los productos de primera necesidad, y se restableció la libre circulación de mercancías. Asimismo, la mayor parte de las manufacturas que habían sido estatalizadas, se restituyeron al sector privado. Pero todo ello tuvo unas consecuencias nefastas, pues aunque los productores quedaron satisfechos de momento, la inflación inició una rápida espiral ascendente y los precios alcanzaron un nivel muy alto, totalmente inasequible para los pequeños consumidores. El "assignat" sufrió una depreciación considerable y todos los que recibían su salario en esta moneda padecieron una disminución de su poder adquisitivo. Parece ser que los salarios reales de los trabajadores parisienses en abril y mayo de 1795 no solamente estaban muy por debajo de los del año anterior, sino que habían descendido a los niveles catastróficos de comienzos de 1789.También las costumbres comenzaron a conocer una transformación importante. Los grandes salones de las damas parisienses, como Mme. Tallien o Mme. Récamier, reanudaron la tradición de los salones liberales del Antiguo Régimen. Las suntuosas reuniones que se convocaban en ellos, en las que se volvía a derrochar el lujo de las modas y de los peinados deslumbrantes, pretendían hacer olvidar la extremada austeridad jacobina que había imperado en los últimos tiempos. Incluso los calificativos de ciudadano y de ciudadana fueron reemplazados por los de monsieur y madame.Los termidorianos pusieron fin también a la reacción antirreligiosa. Los vendeanos y otros contrarrevolucionarios fueron amnistiados y se les devolvieron los bienes que les habían sido confiscados. Se restableció la libertad de culto y se toleró incluso el culto clandestino de los curas refractarios. La reacción triunfaba en todos los terrenos y sin embargo todo ello iba a provocar un estallido de indignación popular y una protesta social, inspiradas esencialmente en el hambre y en el odio a estos nuevos ricos, aunque también acompañadas de algunas reivindicaciones políticas.Los jacobinos y los antiguos seguidores de Hébert pusieron fin a sus querellas y se dispusieron a explotar el descontento popular que cundía por todas partes. Aparecieron carteles por las paredes y muros de París en los que se hacía un llamamiento a la insurrección del pueblo, y Babeuf, desde su periódico Le Tribun du Peuple, alentó a los parísinos a secundarlo. El 12 de Germinal del año 111 (1 de abril de 1795) el pueblo de París respondía a estas exhortaciones e invadía la Asamblea para pedir la aplicación de la Constitución de 1793 y para reclamar medidas contra el hambre y contra el paro así como castigos para los acaparadores y especuladores. Algunos de los asaltantes llevaban inscrito en sus gorros la consigna Pan y Constitución de 1793.Sin embargo, carentes de organización y de armas, los guardias nacionales los dispersaron sin mucho esfuerzo.La Convención tomó algunas medidas para apaciguar los ánimos, como declarar el estado de sitio en la capital, poner a la Guardia Nacional bajo el mando de un oficial del ejército regular como era el general Pichegru, y arrestar a algunos antiguos terroristas y diputados de la Montaña. No obstante, no hizo nada para atajar las verdaderas causas de la insurrección, que seguían persistiendo y provocarían un nuevo estallido el 1 de Pradial (20 de mayo). Otra vez los manifestantes, entre los que predominaban las mujeres de los faubourgs y de los mercados, asaltaron la Convención y leyeron sus reivindicaciones que no tuvieron más remedio que aceptar los diputados. De nuevo fueron desalojados por las fuerzas del orden, pero esta vez la insurrección continuó en el Faubourg Saint Antoine. Finalmente, un auténtico ejército de 20.000 hombres al mando del general Menou pudo hacerse con la situación sin disparar un solo tiro. La represión fue en esta ocasión terrible. Los jefes de la insurrección fueron guillotinados y los sans-culottes que habían participado en ella fueron deportados o encarcelados por centenares.En las provincias fue el terror blanco el encargado de reprimir los brotes populares y eso envalentonó a los realistas que decidieron iniciar una ofensiva. La muerte del heredero Luis XVII cuando se hallaba prisionero en el Temple, el 8 de junio de 1795, hizo concebir esperanzas a su tío el Conde de Provenza, que tomó el nombre de Luis XVIII y publicó un manifiesto en el que exponía su programa para restaurar la Monarquía en Francia. Con ayuda inglesa, los realistas emigrados desembarcaron en Quiberon, en la costa de Bretaña, el 27 de junio, y se dispusieron a enfrentarse al ejército republicano. La Convención designó al general Hoche para que los detuviese y en la noche del 20-21 de julio los aplastó totalmente. El fusilamiento de más de 700 emigrados reflejaba la firme disposición de la Convención a no dejarse sorprender por los que añoraban el Antiguo Régimen y deseaban su restablecimiento.Una de las tareas más importantes que debían emprender los termidorianos era la de dotar a Francia de una nueva Constitución que respondiera a sus aspiraciones políticas y que sirviese también de defensa frente a las presiones populares por una parte y a las realistas por otra. La nueva Constitución fue redactada en su mayor parte por Boissy d´Ánglas, diputado de la región de Ardéche, que había mostrado una postura moderada en la Convención oponiéndose a la ejecución de Luis XVI y que ahora aparecía como uno de los líderes de la facción termidoriana. En uno de sus discursos reflejó el espíritu de lo que iba a ser el nuevo documento: "La igualdad absoluta es una quimera; un país gobernado por sus propietarios está dentro del orden social". La Constitución -conocida como Constitución del año III- estaba precedida por una Declaración de Derechos y Deberes y, frente a los 210 artículos de la de 1791, ésta tenía 377, divididos en 14 títulos. En ella, la igualdad se entendía como igualdad ante la ley y no en cuanto a derechos civiles.Se suprimía el sufragio universal masculino y se volvía a establecer el voto restringido y el sistema indirecto que ya -regulaba la Constitución de 1791. Una de las novedades más notables fue la división del poder legislativo en dos asambleas: el Consejo de los Quinientos y el Consejo de Ancianos, renovables por tercios cada año. El primero de ellos era el que tenía la iniciativa legislativa y el segundo, que hacía el papel de cámara alta o senado, discutía el contenido de las leyes propuestas. En cuanto al poder ejecutivo, se confiaba a un directorio de cinco miembros, cada uno de los cuales ejercía el cargo durante cinco años. La nueva Constitución trataba de controlar al gobierno, que no podía tomar ninguna decisión importante sin la autorización de las cámaras.La Constitución fue aprobada en referéndum con 914.853 votos afirmativos contra 41.892 votos negativos. Su vigencia -cuatro años- sería mayor que la de 1791 -sólo diez meses- y, por supuesto, que la de 1793, que ni siquiera llegó a aplicarse. Sin embargo, las frecuentes elecciones que era necesario llevar a cabo de acuerdo con lo establecido por la Constitución del año III, propiciarían la confusión y la inestabilidad política de este periodo. Además, el hecho de que los nuevos gobernantes careciesen del apoyo necesario en todo el país, contribuiría también a la inexistencia de unas mayorías que los sostuviesen en el poder, por lo que se verían obligados a maniobrar continuamente buscando alianzas, unas veces con la izquierda jacobina y otras con la derecha realista. Como directores fueron elegidos el 31 de octubre de 1795 Barras, La Revellière, Reubell, Letourneau y Sieyès, que rehusó y fue sustituido por Carnot.El 4 de octubre de 1795 (12 de Vendimiario) se registró ya la primera alteración seria del orden constitucional cuando un nutrido grupo de realistas se lanzó a la calle para protestar contra un decreto que establecía que dos tercios de los diputados debían ser elegidos entre los antiguos miembros de la Convención. Barras, a quien se había puesto al frente de las tropas en París, llamó en su auxilio al general Bonaparte y a otros jóvenes generales y sometió a los rebeldes. La represión que siguió fue muy débil y la mayor parte de los dirigentes del levantamiento pudieron escapar. Desde entonces, el joven general Napoleón Bonaparte, que ya se había distinguido en el cerco de Tolón y al que desde entonces se le comenzó a llamar General Vendimiario, se haría apreciar por el Directorio.Las jornadas de Vendimiario provocaron un giro a la izquierda. Los clubs jacobinos volvieron a abrir sus puertas y el periódico de Babeuf, Le Tribun du Peuple, salió de nuevo a la calle. Al mismo tiempo, el recrudecimiento de la crisis económica favoreció las agitaciones populares. A finales de 1795 el assignat de 100 libras había disminuido su valor hasta los 20 sueldos y en febrero de 1796 no valla prácticamente nada. Al cabo de seis meses, la moneda que lo había sustituido, el mandat territorial, seguía el mismo camino. Como consecuencia de ello, los precios sufrieron una elevación meteórica. El descontento popular quedó reflejado en el intento de Babeuf de establecer una sociedad comunista por medios políticos, conocido como la Conjura de los Iguales. Graco Babeuf era un hombre procedente de una familia humilde de la región de Picardía, donde había trabajado como encargado de los registros de los derechos señoriales. Creyó que la propiedad constituía un freno para el desarrollo económico y concibió una sociedad en la que la tierra pudiese ser trabajada colectivamente por la comunidad y en la que un servicio administrativo se encargaría del reparto de subsistencias entre sus componentes. Para poner en práctica sus ideas formó un comité insurreccional en marzo de 1796 formado por jacobinos y antiguos terroristas con el fin de derribar por la fuerza al Directorio. Pero los sans-culottes no quisieron darle su apoyo y la delación de uno de los conspiradores, que era en realidad un miembro de la policía política, abortó el complot. Hubo más de cien detenciones y una treintena de fusilamientos, aunque Babeuf y sus principales colaboradores no fueron guillotinados hasta un año más tarde.De nuevo se produjo un giro, esta vez hacia la derecha. En las elecciones parciales que tuvieron lugar en abril de 1797, los monárquicos obtuvieron una aplastante mayoría. Al frente del Consejo de los Quinientos fue elegido Pichegru y como Presidente del Consejo de Ancianos, otro realista, Barbé-Marbois. El conflicto entre el Directorio y las Asambleas era inevitable. Reubell y La Revellière eran claros partidarios de preservar la República y a ellos se les unió poco más tarde Barras, pero no podían apelar al pueblo sin levantar los fantasmas de los horrores pasados, así es que se decidieron por el ejército. Los generales Bonaparte y Hoche les prometieron su apoyo y el 4 de septiembre de 1797 (18 de Fructidor) las tropas de este último entraron en París y arrestaron a una docena de diputados realistas. Otros 214 fueron destituidos y los emigrados y los curas refractarios fueron expulsados de nuevo de Francia y sus parientes excluidos de las funciones públicas y privados del derecho al voto. Los directores triunfantes se atribuyeron nuevos poderes, pero como señala Georges Rudé, la Constitución liberal había demostrado ya que era inservible y a partir de ese momento el destino de la República estaba ya en manos de los generales.En mayo de 1798, un nuevo golpe de Estado anuló las elecciones del Año VI, en esta ocasión demasiado favorables a los jacobinos. El todopoderoso Directorio llevó a cabo algunas reformas de cierta eficacia, como fue la de la retirada de la circulación de todo el papel moneda devaluado y la moratoria en todas las deudas pendientes, que resultaron muy favorables para la estabilización monetaria. También se reformó el sistema tributario, que tendió a una mayor simplificación para poner fin al caos existente hasta entonces. Por otra parte, las buenas cosechas de los dos últimos años contribuyeron a hacer descender el precio del grano y supusieron un alivio para la población, que había sufrido mucho por la escasez. Pero el Directorio no tendría mucho tiempo para disfrutar de los resultados de esta situación de bonanza. De nuevo en las elecciones de 1799 la minoría jacobina salió fortalecida. Sieyès sustituyó a Reubell en el Directorio y el 30 de Pradial fueron nombrados Gohier, Ducos y el general Moulin, todos ellos revolucionarios conocidos y algunos, como Gohier, de clara tendencia jacobina.La presión de la guerra en el exterior y este nuevo corrimiento hacia la izquierda explican una serie de medidas, como la recluta forzosa para obligar también a prestar servicio en el ejército a los hijos de los ricos, un empréstito forzoso sobre la burguesía, o la declaración como rehenes de los padres de los emigrados. Todas ellas causaron el descontento de los realistas que seguían constituyendo un peligro latente. Los campesinos por su parte se sentían amenazados por la inestabilidad gubernamental y deseaban un poder fuerte. Se hablaba de una reforma de la Constitución y los neojacobinos querían más cambios. En este ambiente, Sieyès, que se mostraba inquieto por las medidas revolucionarias, preparó un golpe de Estado con la colaboración de un grupo de personalidades entre las que se hallaban Fouché, Talleyrand, Daunou y Benjamin Constant. Únicamente el ejército parecía en aquellos momentos capaz de resolver la crisis y en él sobresalía la figura de Napoleón Bonaparte, que se mostró dispuesto a encabezar el golpe. Fue el golpe del 18 de Brumario que daría paso a la Era Napoleónica.
11/12/07
EL DIRECTORIO REPUBLICANO (1795-1799)
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