Notas: 1) Francia antes de la Revolución; 2) Conquistas durante la Convención; 3) Anexiones de la época de Napoleón; 4) Límites del Imperio; 5) Reinos y países vasallos de Francia; 6) Estados amigos u ocupados; 7) Estados aliados.
La última gran expansión militar de Francia tuvo lugar durante la Revolución y, en particular, bajo la égida de Napoleón Bonaparte, quien entre 1809 y 1812, gracias a sus brillantes cualidades militares, logró dominar el continente europeo. El emperador pretendió organizar Europa bajo una hegemonía única, la de Francia.
El mapa expresa esta breve realidad europea. Al principio de la Revolución, el territorio de Francia comprendía el señalado con el signo 1. Durante las guerras de la Legislativa y la Convención, fueron anexionados al territorio de la República: Aviñón, Niza, Saboya, Bélgica y Renania (signo 2).
Esta fue la situación con que se encontró Bonaparte al empuñar el mando. Cuando sus grandes victorias le dieron el derecho de organizar Europa, incorporó a su Imperio, creado en 1804, Holanda y la región del litoral alemán del mar del Norte hasta Lübeck, en el Báltico; el Piamonte y Génova, Toscana y los Estados Pontificios, en Italia; y las Provincias Ilirias, en el Adriático (signos 3 para el territorio y 4 para el límite).
Además, existían los reinos de Italia y Nápoles y el ducado de Polonia (signo 5), creados por la voluntad imperial; los territorios, amigos, de la Confederación del Rin, y España, país ocupado (signo 6). por fin, las naciones llamadas aliadas -por la fuerza de sus armas-: Prusia y Austria (signo 7). Sólo escapaban a su poder Inglaterra, su irreductible adversaria, parte de Portugal, las islas de Cerdeña y Sicilia y los imperios de Turquía y Rusia.
La última gran expansión militar de Francia tuvo lugar durante la Revolución y, en particular, bajo la égida de Napoleón Bonaparte, quien entre 1809 y 1812, gracias a sus brillantes cualidades militares, logró dominar el continente europeo. El emperador pretendió organizar Europa bajo una hegemonía única, la de Francia.
El mapa expresa esta breve realidad europea. Al principio de la Revolución, el territorio de Francia comprendía el señalado con el signo 1. Durante las guerras de la Legislativa y la Convención, fueron anexionados al territorio de la República: Aviñón, Niza, Saboya, Bélgica y Renania (signo 2).
Esta fue la situación con que se encontró Bonaparte al empuñar el mando. Cuando sus grandes victorias le dieron el derecho de organizar Europa, incorporó a su Imperio, creado en 1804, Holanda y la región del litoral alemán del mar del Norte hasta Lübeck, en el Báltico; el Piamonte y Génova, Toscana y los Estados Pontificios, en Italia; y las Provincias Ilirias, en el Adriático (signos 3 para el territorio y 4 para el límite).
Además, existían los reinos de Italia y Nápoles y el ducado de Polonia (signo 5), creados por la voluntad imperial; los territorios, amigos, de la Confederación del Rin, y España, país ocupado (signo 6). por fin, las naciones llamadas aliadas -por la fuerza de sus armas-: Prusia y Austria (signo 7). Sólo escapaban a su poder Inglaterra, su irreductible adversaria, parte de Portugal, las islas de Cerdeña y Sicilia y los imperios de Turquía y Rusia.
El Imperio Napoleónico
Época: Imperio Napoleón
Inicio: Año 1798
Fin: Año 1815.
Las campañas exteriores durante el período revolucionario darán a conocer al pueblo francés la figura de un joven general que proporcionará éxitos y sobre el que se depositarán las esperanzas generales en tiempos de zozobra e inestabilidad. Elegido en principio como cónsul, al poco tiempo acaparará en sus manos el poder suficiente para instaurar un régimen imperial e iniciar un proceso expansivo mediante el que Francia pasará a controlar buena parte de Europa. La posición hegemónica de Francia será, sin embargo, contestada por algunas naciones, fundamentalmente Gran Bretaña, que recelan de la acumulación desmesurada de poder por parte de una sola potencia y las ansias expansivas de Napoleón. Contra aquélla Napoleón organizará un bloqueo desde el Continente, ya que resulta incontestable su poder naval. Una alianza de naciones creada para frenar el expansionismo francés desembocará en una guerra a escala europea y, finalmente, en la derrota militar del Emperador y su desalojo del poder.El golpe del 18 de Brumario fue en realidad una conspiración de "notables" que querían defender, con el apoyo del ejército, los intereses de una burguesía salida de la Revolución. Su consecuencia esencial fue la de restablecer el orden en Francia y la de institucionalizar los logros revolucionarios. Esa burguesía brumariana, a cuyo frente se hallaba Sieyès, no había pensado ceder el poder a un militar, sino reforzar el ejecutivo y restablecer la unidad en la acción gubernamental sin renunciar al ejercicio de la libertad. Sin embargo, como señala Lefèbvre, "dando prueba de inconcebible mediocridad", empujaron a Napoleón al poder sin ponerle condiciones y sin establecer previamente los rasgos esenciales del nuevo régimen. Desde luego, está bastante claro que el golpe de Estado de Brumario no fue un golpe de los militares que quisieron llevar a Bonaparte al poder. Si, como señala Soboul, éste aprovechó el brillo de sus victorias para alcanzar la Monarquía, no fue el ejército el que empujó a Bonaparte hacia el trono... "El ejército ocupa sin duda un lugar esencial en esta época de guerras que se renuevan sin cesar, pero es lejos de las fronteras, al menos hasta 1814".El 18 de Brumario del año VIII (9 de noviembre de 1799), fue convocado el Consejo de Ancianos a primera hora de la mañana y, bajo el pretexto de una posible conspiración jacobina, se realizó una rápida votación en la que se acordó trasladar los dos Consejos a Saint-Cloud y el nombramiento de Bonaparte como comandante de la fuerza pública. Sieyès conseguía la dimisión de los Directores. Al día siguiente, Bonaparte se presentó ante las Asambleas con 5.000 soldados, donde fue increpado y acusado de actuar fuera de la ley. El presidente del Consejo de los Quinientos, Luciano Bonaparte, hermano del general, con el pretexto de las amenazas, llamó a la tropa que despejó inmediatamente la sala donde se celebraba la sesión. Esa misma noche, una reunión de urgencia de diputados de las dos cámaras nombraron a tres Cónsules provisionales: Bonaparte, Sieyès y Roger-Ducos. Se designó también a un comité para proceder a la revisión de la Constitución. La presidencia del gobierno debía llevarse a cabo mediante rotación entre los tres cónsules por orden alfabético. Eso le daba preeminencia a Bonaparte, quien trató con cuidado de mostrar un talante moderado ("Ni bonnets rouges ni talons rouges") y de aparecer en público con frecuencia para aumentar su popularidad. Tomó medidas financieras que permitieran una cierta capacidad de actuación al gobierno, como la de sustituir el empréstito forzoso por un apéndice de 25 céntimos sobre las tres contribuciones principales: la agrícola, la mobiliaria y la suntuaria. Tranquilizó a los banqueros y a los notables prometiéndoles una política de orden, de respeto a la propiedad y de tranquilidad en el exterior. Al mismo tiempo que desterró a muchos jacobinos, prohibió el regreso de los emigrados y el predominio de ningún culto. En resumen, lo que Bonaparte hizo en esta primera etapa de su gobierno fue actuar con suma prudencia y prepararse para el definitivo asalto al poder.El comité encargado de revisar la Constitución presentó un proyecto sólo un mes más tarde de haber sido nombrado y el nuevo texto fue promulgado el 25 de diciembre de 1799 (4 de Nivoso del año VIII). La Constitución del año VIII tenía un total de 95 artículos y en ellos se regulaba en primer lugar el derecho electoral de los ciudadanos, de tal manera que se mantenía teóricamente el sufragio universal, pero en la práctica sólo tendrían derecho al voto los ciudadanos incluidos en las llamadas "listas de confianza" que se confeccionaban en varios grados: comunal, departamental y nacional. Se creaba un Senado compuesto por 80 miembros elegidos por cooptación a partir de unas listas propuestas por el primer Cónsul, el Cuerpo Legislativo y el Tribunado. Su función era la de velar por la Constitución y participar en la elección de una serie de personas para las asambleas legislativas. Estas asambleas eran dos, el Tribunado y el Cuerpo Legislativo. La primera estaba compuesta por 100 miembros y la segunda por 300, todos los cuales eran designados por el Senado a partir de unas listas de "confianza nacional". El poder ejecutivo se ponía en manos de tres Cónsules, nombrados por un periodo de diez años por el Senado, pero renovables indefinidamente. No obstante, era el primero de ellos el que reunía casi todo el poder: nombraba ministros y funcionarios, tenía el derecho de iniciativa en las leyes y no era responsable ante las asambleas. En cuanto al poder judicial, la Constitución sólo regulaba la elección por sufragio universal de los jueces de paz y el nombramiento de los demás por parte del gobierno.La Constitución del año VIII ponía en manos de Bonaparte todas las funciones legislativas y ejecutivas y, con una serie de medidas posteriores, sometió a su dominio a los tribunales de justicia. Al año siguiente, consiguió también someter al gobierno local de todo el país. Se conservaban las circunscripciones administrativas de los departamentos, asistidos por un prefecto; los distritos (arrondissements), a cuyo frente estaba un subprefecto, y la comuna, en la que mandaba el alcalde (maire). Todos estos funcionarios eran nombrados por el gobierno. Los extensos poderes que las Asambleas legislativas concedían a las corporaciones electivas de los departamentos y los distritos menores eran manejados por prefectos y subprefectos. Seguían existiendo los Consejos locales electivos, pero no se reunían más que dos semanas al año y sólo se ocupaban de la distribución de las contribuciones. El prefecto y el subprefecto podían consultarlos, pero no tenían jurisdicción sobre el poder ejecutivo. Los alcaldes de las pequeñas communes eran elegidos por el prefecto, pero en las ciudades de más de 5.000 habitantes eran de nombramiento directo de Bonaparte. La policía en las ciudades de más de 10.000 habitantes dependía del gobierno central.Esta organización del gobierno, tan fuertemente centralizado, no dejaba al pueblo mucha intervención en los asuntos gubernamentales, pero presentaba la ventaja de la rápida ejecución de las decisiones, las leyes y los decretos emanados del poder central. En todas las reformas emprendidas por Napoleón existía ese afán centralizador que se aplicaba, a veces, a expensas de la libertad política. Roederer, aquel republicano moderado y escritor de la época, definió el sistema de una forma concisa, pero muy gráfica: El "prefecto, que esencialmente se ocupaba de su ejecución, transmitía las órdenes a los subprefectos; éstos a los alcaldes de las ciudades, pueblos y aldeas, de forma que la cadena de ejecución desciende sin interrupción desde el ministro al administrado y transmite la ley y las órdenes del gobierno hasta las últimas ramificaciones del orden social con la rapidez del fluido eléctrico".La reforma judicial acompañó a la reforma administrativa. Se conservaban los jueces de paz, pero mediante la ley de 27 de Ventoso del año VIII (18 de marzo de 1800) se creaban 400 tribunales de primera instancia, es decir, uno por cada distrito. En cada uno de ellos, tres jueces y un comisario gubernamental juzgaban los asuntos civiles. Para el conjunto, se pusieron en funcionamiento 28 tribunales de apelación, que resolvían sobre aquellos asuntos que habían sido ya juzgados en primera instancia por los tribunales de distrito. Se creaban además 98 tribunales para los asuntos criminales, uno por departamento, compuestos por un presidente, dos jueces, un comisario gubernamental y dos jurados. La gran novedad de la reforma judicial es que se suprimía la elección de los jueces, que pasaban a ser nombrados y retribuidos por el gobierno y se convertían de esa forma en funcionarios del Estado.Una de las principales preocupaciones del Consulado desde el primer día fue la situación del Tesoro. Para mejorar las finanzas, se tomaron medidas inmediatas, como fue la de sustraer a las autoridades locales el cobro de los impuestos directos, que quedaron en manos de funcionarios dependientes del poder central. Todo el sistema quedaba bajo la dirección de un director general de contribuciones del que dependían los directores departamentales, los inspectores y los controladores. Más tarde, en 1807 se crearía el Tribunal de cuentas, encargado de verificar todos los asuntos relativos a los ingresos del Estado.También se reorganizó el sistema financiero y mediante la ley del 7 de Germinal del año XI (28 de marzo de 1803) se creaba el franco, que se constituía así como la nueva unidad monetaria de la República. El franco se convirtió en una moneda metálica fuerte, ya que se desistió de emitir papel moneda después de la experiencia negativa de los assignats. En 1800 se había creado el Banco de Francia, que estaba dirigido por un Consejo de regencia elegido por los accionistas y un Comité formado por tres regentes. Este Banco se convirtió en un banco de emisión, además de serlo de depósitos y de descuentos. En 1803 su organización fue reformada y confiada a 15 regentes, elegidos por los 200 accionistas más importantes, y tres censores, reemplazados en 1806 por un gobernador y dos subgobernadores nombrados por el Estado. De esta manera, la reforma financiera quedaba basada en tres instituciones: la Hacienda, el franco y el Banco de Francia, las cuales contribuirían a reforzar la centralización del Estado en este dominio.El Consulado emprendió también la reforma educativa mediante la ley de 11 de Floreal del año X (1 de mayo de 1802). La enseñanza primaria quedaba en manos de los ayuntamientos, que eran los encargados de financiarla, aunque en la práctica muchas escuelas quedaron en manos de los religiosos y las religiosas. Pero donde se puso un especial interés fue en la enseñanza secundaria, por ser la encargada de formar a los funcionarios. La enseñanza secundaria se impartía en los liceos y en las escuelas secundarias municipales. Estas últimas eran libres, pero se hallaban bajo el control de los prefectos. En ellas se enseñaba el francés, matemáticas, geografía e historia según los métodos de la enseñanza moderna. El liceo era, sin embargo, el centro más importante para este tipo de enseñanza. Se ha dicho que aunaba el espíritu jesuítico y el espíritu napoleónico. El espíritu jesuítico porque mezclaba los programas de las humanidades con los científicos y el napoleónico por la disciplina que imprimía a los discentes y a los docentes.En el ámbito educativo superior se estableció una universidad muy centralizada dividida en 27 academias, en cada una de las cuales había una facultad de letras. También se crearon 15 facultades de ciencias, 13 de derecho, 7 de medicina y varias de teología católica y teología protestante. La operatividad del sistema universitario fue, sin embargo, escasa y la mayor parte de estas facultades tuvieron dificultades para sobrevivir hasta el final de la época napoleónica.Otra de las cuestiones fundamentales que había que regular era la cuestión religiosa. Francia seguía siendo en su mayoría un país católico, aunque estaba dividido por un cisma. Las difíciles negociaciones entre Bonaparte y Roma dieron como resultado la firma del Concordato del 15 de julio de 1801. El Papa Pío VII no tenía un carácter fuerte como su predecesor Pío VI y no supo negarse a la propuesta de Napoleón, quien ya en junio de 1800 comenzó a entrar en contacto con la iglesia para preparar el acuerdo. A Bonaparte le interesaba la normalización de las relaciones para desarmar a los contrarrevolucionarios más recalcitrantes que seguían negándose a reconocer a un Estado laico y a aceptar la libertad de conciencia. En el Concordato se reconocía que el catolicismo era la religión de la gran mayoría de los franceses. El Primer cónsul nombraba a los arzobispos y a los obispos, pero era el Papa el que otorgaba la institución canónica. El Papa se comprometía a pedir a los obispos refractarios que renunciasen a sus sedes, y si se negaban, los retiraría. Napoleón, por su parte, debía pedir a los obispos constitucionales su dimisión, y de esta manera se terminaría con el cisma existente en Francia. Los obispos eran quienes determinaban las diócesis y nombraban a los curas, pues, como señala Lefèbvre, Bonaparte pensaba que controlando a los obispos, controlaría a sus sacerdotes, sin necesidad de tener que vigilarlos él mismo.Para la aplicación del Concordato se aprobó un reglamento titulado Artículos orgánicos del culto católico, sin consultar al Papa, mediante el que se establecía que la publicación de bulas, la convocatoria de concilios, la creación de seminarios y la publicación de catecismos, quedaban sujetos a la aprobación del gobierno. Asimismo se reconocía como atribución del poder civil la autorización de actividades como el repique de las campanas de las iglesias o la organización de procesiones.Paralelamente, y para poner bien claramente de manifiesto que la religión católica no era la religión del Estado, se aprobó también un reglamento para las otras religiones titulado Artículos orgánicos del culto protestante. En él se establecía que los calvinistas serían administrados por consistorios compuestos por los fieles más destacados y presididos por un pastor. Los luteranos también eran organizados por medio de consistorios. Este reglamento de las religiones protestantes se unió al Concordato y a su propio reglamento con el objeto de que todos ellos formasen parte de una misma ley. Más tarde, en 1808, los judíos verían también reglamentada su religión. Aunque la nueva regulación de las relaciones entre la Santa Sede y el Estado francés aparentaba haber terminado con la tradición galicana de una iglesia nacional autónoma, en el futuro Napoleón llevaría a cabo una serie de imposiciones que sobrepasaría los límites de lo que habían hecho sus predecesores.La política social de Napoleón estaba dirigida a reforzar el poder de la burguesía, ya que pensaba que la estructura de la sociedad debía estar basada en la riqueza. Bonaparte desconfiaba de lo que él llamaba la "gente de talento", en tanto que ese talento no se viese acompañado de la posesión de riqueza, puesto que esa disociación podía constituir un fermento revolucionario. Como ha puesto de manifiesto el historiador Georges Lefèbvre, en este sentido puede decirse que como defensor de la burguesía censitaria y una vez desaparecido su despotismo, el régimen social del año X puso los fundamentos de la Monarquía de Luis Felipe de Orleans, con la que el régimen censitario alcanzó su máxima expresión.Pues bien, el Código Napoleónico, compuesto por el Código Civil (1804), el Código de Procedimiento Civil (1806), el Código de Procedimiento Criminal (1808) y el Código Penal (1810), consagrarían un tipo de sociedad en la que primaba el orden y la estabilidad en las relaciones interpersonales, además de la igualdad civil, la libertad religiosa, la centralización y el poder del Estado. El Código Civil recogía los elementos esenciales del pensamiento social de la época napoleónica y además las transmitió a toda Europa, en muchos de cuyos países contribuyó a establecer las bases de la sociedad moderna. Concebido, como ya se ha señalado, en función de los intereses de la burguesía, consagraba y sancionaba el derecho a la propiedad. La familia aparecía como uno de esos cuerpos sociales que "disciplinan la actividad de los individuos". La autoridad del padre, que se había visto debilitada por la Revolución, se veía reforzada en el Código, de tal manera que podía imponer prisión a sus hijos durante seis meses sin necesidad de control por parte de la autoridad judicial. Se le reconocía la propiedad de los bienes de éstos y la administración de los de su mujer. En definitiva, como ha señalado Henri Calvet, el Código de Napoleón era el fruto de la evolución de la sociedad francesa y señalaba el compromiso entre el Viejo y el Nuevo Régimen.Todas estas reformas emprendidas por Napoleón durante el Consulado contribuyeron a restablecer el orden y la disciplina en Francia después de los agitados años transcurridos desde 1789. Se acabó con el bandolerismo y la sistemática violación de las leyes. Se garantizó la vida y la propiedad privada. Se pusieron en marcha las obras públicas y se dieron más oportunidades a los franceses para que adquiriesen una mejor educación según la capacidad de cada uno. Sin duda, su iniciativa y sus dotes de organizador contribuyeron decisivamente a la modernización de Francia.Su ambición y la popularidad que alcanzó Bonaparte como consecuencia de la pacificación de Francia, le permitieron transformar el Consulado decenal en Consulado vitalicio. La pacificación había sido conseguida merced a la gran operación diplomática puesta en marcha por Napoleón, a través de su ministro Talleyrand, para neutralizar a la Segunda coalición formada por Gran Bretaña, Austria y Rusia. Consiguió convencer al zar Pablo para que resucitara una neutralidad armada en el norte que comprendiera a Rusia, Prusia, Suecia y Dinamarca. Una nueva campaña de Italia organizada después del golpe de Brumario, le proporcionó a Napoleón la victoria de Marengo sobre los austriacos en junio de 1800. Otro ejército francés al mando de Moreau consiguió otra victoria en Hohenlinden, al sur de Alemania, que hizo que Austria pidiese la paz y firmase el consiguiente Tratado de Luneville (1801), que confirmaba y reforzaba las estipulaciones del Tratado de Campo Formio. Sólo quedaba Inglaterra, pero la terminación de la guerra en el continente decidió a ésta a firmar también la paz el 25 de marzo de 1802. Mediante la Paz de Amiens Francia devolvía Egipto a Turquía e Inglaterra devolvía la isla de Malta a sus antiguos dueños, los caballeros de la Orden de San Juan. Los franceses abandonarían Otranto y las islas Jónicas en las que se constituiría una república independiente. En el Atlántico Inglaterra se quedaba con la isla de Trinidad, que en realidad fue conquistada a España, con lo que Francia no perdía nada. Mediante estos acuerdos, Francia diluía su presencia en el Mediterráneo, aunque se consolidaba como potencia terrestre y continental, y Gran Bretaña reforzaba su dominio en el Atlántico. La Paz de Amiens no iba a ser, sin embargo, más que una tregua en la larga lucha entre Francia e Inglaterra a lo largo de toda la época napoleónica.El nombramiento de Napoleón como Cónsul vitalicio se hizo mediante un plebiscito convocado por el Consejo de Estado. Las preguntas que se le hacían al pueblo eran las siguientes: 1) ¿Debe ser Cónsul vitalicio Napoleón Bonaparte? 2) ¿Debe tener la facultad de designar a su sucesor? Esta segunda pregunta fue, no obstante, rechazada por el propio Napoleón por estimarla demasiado prematura aún. El plebiscito fue abrumadoramente favorable al consulado vitalicio, aunque también es de notar -como advierte Godechot- las significativas abstenciones e incluso la oposición de algunos generales y soldados como La Fayette y Latour-Maubourg, a pesar de las medidas policíacas tomadas contra la oposición. No importaba: Napoleón se había convertido ya en un verdadero monarca, que además acrecentó su poder en detrimento del legislativo mediante la aprobación de un acta adicional a la Constitución, que algunos consideran como otra Constitución (la Constitución de 1802). El nuevo documento le permitía, ahora sí, elegir a su sucesor, aumentar su asignación económica muy por encima de los otros dos cónsules, presidir el Senado y nombrar al presidente del Cuerpo Legislativo.Francia aceptó esta evolución del régimen político sin ninguna dificultad. Después de la tormenta revolucionaria, la vuelta a la tranquilidad que permitía el disfrute de las conquistas tan dolorosamente conseguidas en los años anteriores, parece que complacía, no sólo a la mayor parte de los ciudadanos franceses, sino también a los de otros países que mostraban su interés y su curiosidad por acercarse a Francia para conocer personalmente lo que había quedado de la Revolución.Aquella tregua no fue desaprovechada por Inglaterra que trató de rehacerse ante la seguridad de que no duraría mucho dada la rivalidad existente con Francia, no ya en el terreno político y diplomático, sino sobre todo en el económico. Ambos países se hallaban en un proceso de expansión industrial, aunque en diversos niveles de desarrollo. Aunque Godechot no se muestra partidario de exagerar las preocupaciones económicas de Napoleón, no cabe duda de que en el choque con Inglaterra iba a contar también ese tipo de intereses. El comercio y la manufactura de Gran Bretaña se vieron afectados por la negativa francesa a abrir sus mercados y por la política de expansión colonial de Napoleón que se concretó en la cesión de la Luisiana por parte de España (octubre de 1800) y en la expedición que mandó para conquistar Santo Domingo y Guadalupe (febrero de 1802), así como los planes que al parecer fraguaba para atacar a la India y a Egipto.Por otra parte, en Europa, Napoleón seguía dando pasos que mostraban claramente su deseo de convertir a Francia en la "Gran Nación" que había soñado, aun sin un plan establecido. En Italia convirtió en República Italiana la antigua República Cisalpina, y se autonombró presidente. El Piamonte fue anexionado por Francia en septiembre de 1802 así como la isla de Elba, y Parma fue ocupada al mes siguiente. En Suiza impuso un régimen constitucional y en la República Bátava se hizo aprobar también una nueva Constitución que convertía a Holanda en un país aún más vasallo de Francia de lo que había sido hasta entonces. Era como una especie de intensificación de la política del Directorio que comenzó a resquebrajar la débil tregua que no había hecho más que firmarse. Pero lo que más alarmó a Europa fue la intervención de Francia en los asuntos alemanes. Como consecuencia del tratado de Lunéville, se suprimía una buena parte de los principados eclesiásticos y de las ciudades libres en favor de los príncipes aliados o amigos de Francia que habían perdido territorios en la orilla izquierda del Rin. El poder de la Iglesia católica en Alemania se vio muy afectado y se ponía en peligro la conservación de la corona imperial por parte de la casa católica de los Habsburgo. El Sacro Imperio Romano quedaba amenazado y Francia acrecentaba su poder en Alemania en detrimento de Austria. El zar Alejandro respaldó esta jugada como mediador, más que nada por su deseo de jugar un papel principal en la política europea.Inglaterra no podía contemplar con tranquilidad estos movimientos de la Francia napoleónica y consciente de la necesidad de mantener el dominio en el Mediterráneo, retrasó la devolución de la isla de Malta a la Orden de San Juan de Jerusalén, devolución que se contemplaba en las estipulaciones de Amiens. Esta demora fue entendida por Napoleón como prueba de la mala fe de Londres. La guerra entre Francia e Inglaterra se reanudó en mayo de 1803, sin que pueda salvarse de la responsabilidad del nuevo choque, que iba a durar once años, a ninguno de los dos contendientes.La guerra justificaba el reforzamiento del poder de Napoleón, pero lo que verdaderamente dio impulso definitivo a su deseo de coronarse como emperador fue el descubrimiento de una conspiración urdida para asesinarlo. En esa conspiración se hallaba el general Pichegru, quien había sido deportado después del golpe del 18 de Brumario, y algunos otros emigrados. La conjura fue descubierta en febrero de 1804 y de su interrogatorio se desprendió que querían entronizar a un príncipe de la casa de Borbón. Napoleón entendió que se trataba del hijo del último Condé, el duque de Enghien, que se hallaba en Baden, cerca de la frontera francesa y ordenó su captura. Enghien fue llevado a París donde fue juzgado y condenado a muerte. Su ejecución y las duras medidas tomadas contra los cómplices no tenían otro objeto que aterrorizar a los realistas. La policía reforzó su control y su jefe, el antiguo terrorista Fouché, se convirtió en la persona de confianza de Napoleón. Para halagarlo y con el pretexto de desalentar futuras conjuras, le instó a que transformase su consulado vitalicio en Imperio hereditario, pues de esa forma su asesinato no tendría que provocar un cambio en el sistema de gobierno.El Senado estudió un proyecto de modificación de la Constitución que fue aprobado el 18 de mayo de 1804 y sometido a ratificación popular mediante un nuevo plebiscito. Más de 3.500.000 franceses votaron afirmativamente, frente a poco más de 2.500 votos negativos. De esta forma, el gobierno era confiado a un emperador hereditario que establecía una línea sucesoria similar a la de los monarcas reinantes. Inmediatamente, y haciendo gala de un deseo de volver a la pompa y el boato propios del Antiguo Régimen, Bonaparte pidió al papa Pío VII que lo consagrase emperador, para enlazar así con la dinastía carolingia de Pipino el Breve. Después de algunas dudas, el romano pontífice aceptó trasladarse a París, y en una solemne ceremonia celebrada en la catedral de Notre-Dame, el 2 de diciembre de 1804, Napoleón fue coronado emperador de los franceses, en una escena que el pintor David inmortalizó en un famoso cuadro. Bien significativo fue el gesto de Napoleón, al coger él mismo la corona para depositarla sobre su cabeza y la de su esposa Josefina a la que también coronó con sus manos.Los símbolos imperiales del águila y las abejas de oro se mezclaron desde entonces con la bandera tricolor salida de la Revolución. Al mismo tiempo, los títulos de príncipe y la nueva nobleza imperial, junto con la Legión de Honor, dieron un sesgo aristocratizante al régimen que contribuiría a distanciarlo de la nación. Y eso en unos momentos en los que se avecinaban nuevos sacrificios por el estallido otra vez del conflicto en Europa.La reanudación de la guerra era esperada por Napoleón, pues comprendía que mientras que no abatiese completamente el poderío de Gran Bretaña no podría llevar a cabo sus planes continentales ni sus proyectos coloniales y comerciales. Durante el año 1803-1804 estuvo preparando una flota para llevar a cabo una invasión de Inglaterra. El único almirante francés de prestigio era Latouche-Tréville, quien había declarado que "si dominamos los estrechos durante seis horas, dominaremos el mundo". Pero Latouche-Tréville murió cuando se realizaban estos preparativos y el proyecto tuvo que retrasarse. Cuando a finales de 1804, España entró en la guerra como aliada de Francia, ésta se sintió reforzada por el prestigio y la larga experiencia en el océano de la flota española. El almirante Villeneuve, nuevo comandante de la flota de Tolón, recibió órdenes de zarpar hacia las Antillas para atraer hacia aquellas aguas a la armada inglesa del almirante Nelson y poder así realizar la operación del desembarco en las indefensas costas inglesas. La primera parte del plan fue bien ejecutada. Villeneuve zarpó de Tolón el 30 de marzo de 1805 y Nelson le siguió, aunque no alcanzó las Indias Occidentales hasta el 4 de junio. Entretanto Rusia e Inglaterra habían firmado el tratado de San Petersburgo, mediante el que ambas naciones se comprometían a restablecer el equilibrio europeo frente a la actitud expansionista del emperador. El 9 de agosto se incorporó Austria a esta Tercera Coalición y poco después lo haría Suecia. Prusia se mantuvo de momento al margen con la esperanza de que los franceses devolverían Hannover como recompensa por la neutralidad de Berlín.Inglaterra iba a ser la primera beneficiada de esta nueva alianza europea, pues Napoleón se vio obligado a desistir de sus planes de ataque a Gran Bretaña para dirigir sus esfuerzos hacia el Este. La flota de Villeneuve recibió órdenes de regresar y se dirigió hacia Cádiz, donde fue bloqueada por el almirante Nelson. El 20 de octubre, la flota franco-española compuesta por 33 navíos intentó ganar el Mediterráneo pero fue alcanzada a la altura de Trafalgar por la escuadra británica compuesta por 27 unidades, incluido su buque insignia Victory. La superioridad de Villeneuve se vio contrarrestada por su impericia en las difíciles aguas del cabo de Trafalgar y su falta de destreza para maniobrar con los fuertes vientos de levante de aquella zona. Nelson, con mayor arrojo y audacia, consiguió hundir a 18 navíos enemigos e inutilizar a los 15 restantes. El precio que Inglaterra tuvo que pagar por la rotunda victoria de Trafalgar fue la muerte del propio almirante Horacio Nelson, que fue abatido por un disparo cuando se hallaba dirigiendo la batalla en el alcázar de su nave. Si Trafalgar ponía de manifiesto la superioridad inglesa en los mares, en el continente, Napoleón daba al mismo tiempo claras señales de su incontestable poderío terrestre. Casi simultáneamente a aquella batalla marítima, los ejércitos franceses asestaban el primer golpe a la coalición, cercando y obligando a rendirse en Ulm a un ejército austriaco de 50.000 hombres al mando del general Mack. En realidad, Austria se hallaba agotada financieramente y no había mostrado un gran entusiasmo por unirse a la Tercera Coalición. Aunque había perdido Bélgica y las provincias italianas en los tratados de Campo Formio y Lunéville, se conformaba con mantener las posesiones de los Habsburgo y su influencia en el sur de Alemania. Además, le preocupaba la actitud del joven zar Alejandro con sus ansias expansionistas. Sin embargo, no tuvo más remedio que unirse a la alianza contra Napoleón ante las pretensiones del emperador en Italia y en Baviera. En noviembre de 1805 las tropas francesas, avanzando desde Ulm por la cuenca del Danubio, entraron en Viena y siguieron avanzando hasta Moravia para enfrentarse a las fuerzas rusas que llegaban para secundar la resistencia austriaca. El 2 de diciembre, aniversario de su coronación como emperador, Napoleón a la cabeza de su ejército se enfrentó a sus enemigos en Austerlitz. El ejército francés, que estaba formado por 68.000 soldados, se estableció ante Brünn, al oeste del barranco de Goldbach, en un lugar lleno de lagunas. Enfrente, el ejército austro-ruso, formado por 90.000 hombres, que se había situado en la meseta de Pratzen, delante de Austerlitz. La intención de los aliados era la de desbordar el ala derecha de los franceses para cortarles la comunicación con Viena. Pero Napoleón, una vez iniciado el movimiento, lanzó al grueso de su ejército encabezado por Soult hacia el centro de las posiciones enemigas. La caballería francesa consiguió romper el frente y presionar hacia Austerlitz. Al mismo tiempo, Soult se desvió hacia la derecha para alcanzar a las últimas unidades de las tropas austro-rusas que habían avanzado primero. Cogidas por la cabeza y por la cola, estas tropas trataron de huir a través de las lagunas heladas, pero allí fueron diezmadas por la artillería francesa. Al final de la batalla de Austerlitz los austro-rusos habían perdido 20.000 soldados entre muertos y heridos y habían dejado 20.00 prisioneros. Los franceses, por su parte, habían tenido 8.000 bajas. Austria no tuvo más remedio que avenirse a la firma del tratado de Presburgo (26 de diciembre de 1805), en virtud del cual renunciaba a Venecia y a toda influencia en el sur de Alemania. Desde Viena, Napoleón proclamó también el destronamiento de los Borbones de Nápoles por haber participado en la coalición, y el nombramiento de su hermano José como nuevo monarca.Federico Guillermo III de Prusia, que mantenía una actitud dubitativa, pactó con Napoleón la cesión de los territorios germanos más occidentales y de Neuchátel en Suiza, a cambio de la ocupación de Hannover. Sin embargo, la agresiva política de Napoleón en Alemania, fundando la confederación del Rin en la que entraban Baviera, Württemberg, Badem, Berg y otros pequeños estados y declarándose su protector el 16 de julio de 1806, le hizo comprender el peligro de la expansión napoleónica. Prusia envió un ultimátum a Francia en octubre para que retirara sus tropas al otro lado del Rin. Pero Napoleón respondió situando a 160.000 hombres al norte de Baviera. El ejército prusiano, que aún conservaba la fama que le había proporcionado Federico el Grande, no había evolucionado y era lento de movimientos. Nada pudo hacer frente a la formidable maquinaria bélica de Napoleón, al que bastó una campaña de tres semanas para acabar finalmente con su enemigo en Jena y Auerstaedt el 14 de octubre. El 27 de ese mismo mes entraba en Berlín y Federico Guillermo se vio obligado a refugiarse en la Prusia Oriental.La derrota de Prusia dejaba a Napoleón frente a Rusia. Se adentró en las extensas llanuras de la Europa del Este y en Eylau tuvo que enfrentarse a un ejército ruso apoyado por contingentes prusianos. Por primera vez iba a experimentar el ejército francés la dureza de una campaña en el rigor del invierno en la Europa septentrional. La batalla de Eylau, el 8 de febrero de 1807, causó 45.000 bajas en total y no se solventó con un resultado decisivo. Tras unos meses de recuperación y reorganización, Napoleón tomó el puerto de Dantzig, de una gran importancia estratégica para el comercio inglés, y venció a los rusos en Friedland el 14 de junio. El zar Alejandro, que no se mostraba muy confiado en la ayuda de su aliada Inglaterra, pidió la paz en una famosa reunión que ambos mandatarios celebraron a bordo de una balsa sobre el río Niemen. El día 7 de julio se firmó en Tilsit el tratado con Rusia y dos días más tarde con Prusia. Ésta era la que salía peor parada, pues además de verse obligada a reducir su ejército, perdía los territorios que había arrebatado a Polonia desde 1772 y aquellos otros que estaban situados a la orilla izquierda del Elba. En total, perdía prácticamente la mitad de su población y se veía obligada a aceptar la presencia en su suelo de las tropas francesas. Finalmente, Federico Guillermo tuvo que reconocer a los hermanos de Napoleón, José, Luis y Jerónimo, como reyes de Nápoles, Holanda y Westfalia, respectivamente. Como señala Franklin L. Ford, el antiguo sistema de repúblicas satélites estaba dando paso a un complejo dinástico.Rusia, por su parte, no registró excesivas pérdidas, pero a cambio prometía mediar con Inglaterra para que firmase la paz, y si no lo hacía el zar Alejandro colaboraría con Napoleón para obligarla a ello. En realidad, lo que salió de la paz de Tilsit fue un reparto de las zonas de influencia en Europa de los dos emperadores. Rusia, que se adhería al sistema de bloqueo continental impuesto a Inglaterra, tendría libertad de acción al este del Vístula y Napoleón al oeste.El bloqueo continental era la lógica consecuencia del deseo de Napoleón de aislar a Inglaterra para vencerla en el terreno económico, dada la práctica imposibilidad de conseguir su derrota por la fuerza de las armas ante un ejército que dominaba esencialmente en el mar. El bloqueo había sido utilizado ya por Francia y por la misma Inglaterra desde los primeros años del conflicto. Sin embargo, el bloqueo que practicaba Inglaterra tenia un sentido distinto al que pretendía aplicar Napoleón. Éste quería cortar absolutamente las importaciones de mercancías británicas para causar su ruina económica. Inglaterra nunca tenía el propósito de reducir por asfixia económica al país bloqueado, sino enriquecerse como país que practicaba el bloqueo. Así, había impuesto con frecuencia un bloqueo naval de los puertos europeos para interferir el comercio de los países del continente con sus colonias de América y beneficiarse con el incremento de sus propias exportaciones.La paz de Tilsit proporcionó a Napoleón el dominio de la Europa central y occidental y eso le llevó directamente al enfrentamiento con Inglaterra. Retomó la política que ya en este mismo sentido habían puesto en marcha la Convención y el Directorio mediante los decretos de Berlín (21 de noviembre de 1806), de Fontainebleau (13 de octubre de 1807) y Milán (23 de noviembre y 17 de diciembre de 1807). En su virtud, se prohibían en el continente todas las mercancías de procedencia inglesa y aquellas otras de procedencia neutral pero que estuviesen sometidas al control británico.Es conveniente destacar, como hace Stuart Wolf en su estudio sobre la Europa napoleónica, tres aspectos importantes del bloqueo continental impuesto por Napoleón a Inglaterra. En primer lugar, el bloqueo no era solamente una medida contra las importaciones británicas sino una forma de abrir los mercados continentales a los productos franceses en unos momentos en los que Francia había perdido su mercado colonial. En segundo lugar, el control del bloqueo exigió un amplio despliegue de fuerzas para vigilar unas líneas aduaneras tan extensas, y eso dio pie a abusos y a la modificación arbitraria por parte de Napoleón de algunas fronteras territoriales. Por último, si bien es cierto que el bloqueo continental era un lógico complemento de la ampliación del sistema imperial, también se convirtió en el propulsor de un control militar cada vez más acentuado.Inglaterra acusó los efectos del bloqueo continental, especialmente en el Báltico, donde su comercio quedó prácticamente interrumpido en el año 1808. Por otra parte, en el Mediterráneo se redujo a la mínima expresión con España y con Italia, pero Gibraltar y la isla de Malta se convirtieron en importantes depósitos de redistribución de mercancías inglesas de contrabando por el sur de Europa. No obstante, de ningún modo llegaba a compensar este comercio de las importantes pérdidas que estaba sufriendo en el Norte. También la economía inglesa se vio afectada por la actitud de los Estados Unidos, que habían tomado medidas de represalia contra una disposición inglesa de 1807 que obligaba a todos los navíos neutrales a tocar en un puerto británico y a pagar fuertes derechos aduaneros. Esas medidas consistían en la prohibición de que los barcos mercantes americanos zarpasen con destino a puertos extranjeros si no era con un permiso especial del propio presidente. Creía el presidente de los Estados Unidos, Jefferson, que restringiendo las exportaciones de productos como el algodón, los cereales o la madera americanos, tanto Francia como Inglaterra se verían obligadas a cambiar su actitud con respecto a los neutrales. Pero más daño causó aún una medida que entró en vigor en 1808, mediante la cual quedaban prohibidas todas las exportaciones inglesas a los Estados Unidos. Sin el mercado europeo y de América del Norte, Gran Bretaña vio disminuidas sus exportaciones en 1808 en un 25 por 100.En cuanto a la Europa continental, el bloqueo planteaba la necesidad de sustituir los productos coloniales, cuyo tráfico quedó interrumpido por el control del océano por parte de Gran Bretaña y, de otro lado, reemplazar las importaciones de productos industriales ingleses. Para solucionar el primero de estos problemas, el gobierno francés trató de estimular la producción de determinados productos agrícolas que pudiesen servir de alternativa a los productos ultramarinos. Así, por ejemplo, se llevaron a cabo experimentos para extraer el azúcar de la remolacha y suplir al azúcar de caña. La achicoria trataba de sustituir al café y en cuanto al algodón, se intentó incrementar la producción en el sur de Francia y en Italia. Pero todos estos ensayos dieron poco resultado y algunos de ellos terminaron con un rotundo fracaso.En lo que se refiere a la producción industrial, sólo la metalurgia conoció un crecimiento notable como consecuencia de las necesidades de la guerra, sobre todo en el centro de Francia, en Bélgica y en la orilla izquierda del Rin. La industria textil acusó una disminución importante, especialmente en lo que se refiere a las sederías italianas y a las fábricas de algodón de Alemania, las cuales tenían que surtirse con dificultades de la materia prima que llegaba de Oriente o a través del contrabando.Sin duda, el bloqueo continental, que era en realidad una guerra comercial mutua entre Francia y Gran Bretaña, iba a perjudicar más a aquella nación y a su imperio terrestre que a ésta, por la sencilla razón de que Inglaterra tenía una mayor capacidad de movimientos, no sólo para controlar lo que entraba y lo que salía de Europa, sino para abrir nuevos mercados en el ancho mundo con el fin de colocar los productos que no podía vender en el Viejo Continente. Para ello contaba con su potencial marítimo que le permitía dominar las comunicaciones y establecer lazos comerciales con otros países por muy alejados que estuviesen. Pero además, hay que tener en cuenta que las barreras para impedir la entrada de productos británicos en el continente europeo eran insuficientes y no sólo por el Mediterráneo, sino por el Báltico y el Mar del Norte, el contrabando se extendió de una manera considerable.A partir de 1809 la introducción de mercancías británicas por el Báltico y el Mar del Norte se intensificó considerablemente. Göteborg, en Suecia, se convirtió en el gran depósito de las mercancías inglesas, desde donde eran enviadas a Prusia o a Rusia en connivencia con las autoridades encargadas de impedir su entrada. La exportaciones inglesas a Suecia aumentaron ese año en un tercio con relación al año anterior, pero naturalmente su destino final no era el país escandinavo sino la Europa Central. Ante la imposibilidad de detener este tráfico ilícito, hasta Francia se abrió al comercio inglés en ese año y en el siguiente. Claro que las mercancías introducidas en Francia lo eran bajo la etiqueta de que procedían de países neutrales o de las colonias, aunque en realidad se trataba de un comercio de contrabando integrado por productos como maderas, hierros y productos medicinales. En marzo de 1809 se produjo también un cambio de actitud de los Estados Unidos con respecto al comercio británico facilitando la reanudación de sus intercambios. Asimismo, la negativa de las colonias españolas a reconocer a José Bonaparte como rey de España, contribuyó a que algunos de aquellos territorios se abriesen a las mercancías inglesas. Sobre todo, a medida que estas colonias comenzaron sus procesos emancipadores, se apresuraban a establecer relaciones comerciales con Inglaterra. Tal fue el caso de Caracas, La Plata, Nueva Granada y Chile, en 1810.El bloqueo continental impuesto a Inglaterra era, pues, un fracaso en 1809-1810. Por eso Napoleón trató de intensificar las medidas de control y para ello no tenía otro recurso que extender su dominio e imponer un mayor rigor en la administración de aquellos territorios en los que era más flagrante la violación del bloqueo. Entre 1810 y 1811, el Imperio napoleónico alcanzó su mayor extensión. Sus fronteras se extendían desde Hamburgo hasta Roma y comprendía 130 departamentos. Pero además en torno a él había todo un gran Imperio Occidental formado por una serie de monarquías y principados, gobernados en su mayor parte por familiares del emperador: el reino de Napóles, a cuya cabeza se hallaba José Bonaparte, quien pasaría a ocupar la Corona de España a partir de 1808; el reino de Holanda, cedido a Luis Bonaparte después del fin de la República Bátava en 1804; el reino de Westfalia, constituido en Alemania occidental con Hannover y los territorios arrebatados a Prusia y a cuyo frente había puesto Napoleón a su otro hermano Jerónimo; el gran ducado de Clèves y de Berg, encabezado por el cuñado del emperador, Murat. Además, los principados vasallos de Piombino, regido por Elisa Bonaparte; el de Neuchâtel, por Berthier; el de Benavente por Talleyrand, y el de Ponte-Corvo, por Bernadotte. Por último, estaba el norte de Italia, repartido entre el Imperio francés y el reino de Italia (el Milanesado, Venecia y la costa del Adriático) del que seguía siendo rey el mismo Napoleón con su hijastro Eugenio de Beauharnais como virrey. En total, un conjunto de territorios vasallos sobre los que Napoleón tenía un completo dominio.Los Estados europeos teóricamente independientes no escapaban a la influencia francesa. Dinamarca, Prusia y Austria se hallaban bajo su control mediante un tratado de alianza, y el rey de Suecia había designado como heredero a un mariscal de Napoleón, Bernadotte. Solamente Rusia, en razón de su situación y a causa de las relaciones del zar con Napoleón, conservaba una cierta libertad de acción. De esta forma, toda Europa prácticamente se convirtió en una Europa francesa en la que la influencia de los principios revolucionarios matizados por la legislación napoleónica configurarían un nuevo mapa de sus fronteras interiores, únicamente sostenido a base de la presencia militar. Sin embargo, la mayor parte de estos territorios soportaban mal este control y sólo esperaban un signo de debilidad por parte de su conquistador para zafarse de su dominio.
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